¡No te acerques porque me aviento!, le grita el niño de 10 años al hombre que ha logrado llegar hasta el último piso. Extiende sus pequeños brazos y lo aleja mientras columpia sus piernas desde una altura de seis pisos. No quiere policías, no quiere rescatistas. Lo único que desea es saltar, antes que su padrastro cumpla sus amenazas.
“No soy policía, mira”, le dice tranquilamente y le enseña su uniforme, equipo y casco. “Soy bombero, déjame acercarme un poco”, el chico duda, pero al final accede. El uniformado llegó como pudo hasta donde está el pequeño porque antes de subir aseguró la puerta de la azotea para que nadie pudiera frustrar su plan.
El bombero y el pequeño están a pocos metros de distancia, pero cualquier movimiento en falso puede terminar en tragedia. Para disminuir la tensión comienzan a hablar. La nueva pareja de su madre lo intimidó diciéndole que lo enviaría a un internado después de que se casaran. Ambos congenian, aunque son unos desconocidos y minutos después, el niño lo abraza y le hace prometer a su héroe anónimo que no dejará que le pase nada, que no dejará que lo manden lejos de su casa para encerrarlo.
UN DÍA EN LA ESTACIÓN AVE FÉNIX
Aquellos momentos han dejado una gran satisfacción a Luis Emanuel, el bombero que salvó la vida de ese niño hace un par de años. Él es uno de los bomberos de esta estación, la Ave Fénix, ubicada en la avenida Insurgentes, cerca de Reforma. En este edificio, construido con una inversión de cien millones de pesos en lo que fue la discoteca Lobohombo, siniestrada en 2000, es donde el bombero Luis Emanuel pasa sus horas, desde el amanecer de un día hasta el amanecer del otro.
Para contar su historia escoge un pseudónimo porque durante esta jornada hablará en forma espontánea, de lo que le gusta y de lo que no, de las anomalías en el Heroico Cuerpo de Bomberos, de las razones que mantienen la mitad de esta estación en la ociosidad y de por qué este 22 de agosto –su día- no habrá celebración.
Este sábado no le ha tocado atender ningún servicio pero sus compañeros ya acudieron a cinco llamados. Mientras, él recorre las instalaciones vacías.
Antes de las cinco de la mañana salió de su casa, en Amecameca, de donde se despidió de su esposa y sus hijos para emprender el trayecto hacia la Ciudad de México. Dos horas después llegó puntual.
El traslado desde las faldas del volcán Popocatépetl no le cansa, lo ha realizado durante ya casi 14 años, el tiempo que ha sido bombero en la capital del país.
Dice que para ser bombero se necesita “estar loco”, y él ha sido el único en su familia al que le dio esta locura. Antes de adoptar la camisa de bombero fue paramédico en el estado de México, pero lo de él era sentir la adrenalina y salvar vidas. Ahora se siente orgulloso y contento de realizar ambas actividades.
A pesar de hacer ejercicio como parte de la rutina de su trabajo, sabe que a sus cuarenta años su cuerpo ya no responde como el de un joven de 20. Tiene un poco de panza, pero sus brazos tostados y su espalda ancha aún resisten otro encuentro con el fuego. Sin embargo, sabe que eso no durará mucho y que tal vez en cinco años su condición física no sea la adecuada para ejercer este oficio en el que se podría enfrentar a la muerte en cualquier momento.
Sus compañeros, 25 en este turno, también están por llegar a los cuarenta y comienzan a resentir el peso de los años en sus cuerpos. Dentro de unos años este Heroico Cuerpo de Bomberos –el carácter se le otorgó en 1951 tras la intervención en el incendio de la Ferretería “La Sirena”- estará integrado por veteranos, con mucha experiencia, pero sin la vitalidad y la fuerza de la sangre joven, cada vez menos usual en sus filas.
Durante la tarde, en lo que espera a que por la radio se anuncie un servicio, se dispone a preparar la pata de cerdo que degustará con los demás bomberos en la sala de vigilancia. Hay refrescos, paquetes de tostadas, queso, platos y muchas risas entre mordida y mordida. Nadie atiende a la película que trasmiten en la pantalla que tienen instalada en la pared y sólo uno de ellos está al pendiente de lo que se transmite en la radio donde se escucha la frecuencia que comparte con las demás estaciones. Las charlas y carcajadas se combinan para crear la única tonada entendible en el cuarto.
Para comer este guisado todos pusieron dinero de sus bolsillos. A Luis Emanuel no le gusta la comida que le dan en el comedor. Recuerda una vez que estaba jugando frontón en el estacionamiento, cuando vinieron a entregar la carne que sirven en la cocina y se dio cuenta que la bolsa que dejaron “olía a muerto”. La repulsión de olor le hizo imaginar lo que podría poner en su boca. Por eso prefiere hacer la vaquita con sus amigos para comprar tacos o pancita, como la que mandaron a pedir hoy para la cena, y no probar lo que preparó la señora que les hace de comer, aunque acepta que de vez en cuando sí sube a servirse un plato.
Al acabarse unas cuantas tostadas se siente lleno y lleva la mano a su vientre mientras sonríe. “Voy a caminar un rato, sirve para que baje la comida”, les dice a sus compañeros antes de despedirse.
La estación Ave Fénix, donde labora, es la más grande de América Latina y mientras camina por sus pasillos, con su uniforme azul marino, parece el fantasma de una de las personas que murió en el incendio de la discoteca Lobohombo, que se encontraba ahí mismo a finales de los noventa.
DE AVE FÉNIX A ELEFANTE BLANCO
El 20 de octubre del 2000 la tragedia del Lobohombo marcó la vida nocturna de la Ciudad de México. 21 personas murieron esa noche. 19 de ellas no pudieron escapar de la muerte porque las salidas de emergencia estaban bloqueadas. Sus cuerpos fueron encontrados calcinados. Las otras tres que lograron irse de ese infierno perecieron más tarde en el hospital.
Es por eso que esta estación asemeja dos gotas de agua en su estructura. Una es roja, que representa al fuego; la otra es blanca, en memoria de las víctimas. El proyecto de esta estación contemplaba un museo del bombero, una tienda de souvenirs, una cafetería, un auditorio, un helipuerto e instalaciones de la Academia de Bomberos. El ambicioso plan se materializó en diciembre de 2006.
Sin embargo, no todo lo prometido opera. Ni Luis Emanuel, que ha estado aquí desde su inauguración, sabe a dónde fue a parar mucho del equipo y recursos que había cuando recién abrió la estación.
Uno de sus dos hijos le decía que de grande sería bombero, un camino que él quería que tomara, pero ya cambió de opinión. Lo desmotivó la maraña de irregularidades que permitió el Sindicato del Heroico Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal y que su propio padre ha visto.
Sumado a esto, se ha perdido la disciplina y las reglas con los que militares fundaron esta organización. Antes era impensable que uno de ellos desobedeciera la orden de un superior. Si ponían un “pero” podrían ganarse un arresto de 24 o 48 horas en las instalaciones. Hoy tan sólo basta decir “no me digas a mí, yo soy del sindicato” para no lavar los camiones bomba o limpiar las instalaciones. Son los recuerdos de Luis Emanuel, un mexicano que eligió ser bombero.
SER BOMBERO ES VOCACIÓN, NO EMPLEO
El día ha estado amolado. Ni un llamado de socorro para atender una fuga de agua, gas o bajar a un gato de la copa de un árbol. No le importa qué tipo de emergencia, cualquier servicio es bueno, está aquí para ayudar a la gente, expresa.
La jornada de hoy lo ha decepcionado un poco por la falta de acción, la camioneta en la que fue asignado hoy como electricista no ha salido y ya casi oscurece. La última vez que la adrenalina corrió por su sangre fue hace dos semanas, cuando subió al edificio de la Secretaría de Gobernación, en la colonia Tabacalera, a auxiliar a un trabajador que se quedó atrapado en un manubrio. La emoción se hizo más grande porque ese día llegaron las cámaras de la televisión a reportar y grabar el rescate. Ver la nota en los noticiarios le sorprendió, aunque apenas haya durado unos segundos y no fuera entrevistado.
Para estar aquí hay que tener vocación de servicio, está seguro de ello. Dejar que se le meta el miedo en la cabeza no es lujo que pueda darse. Sólo pone en blanco su mente, a veces se olvida que tiene familia, y se deja ir para que lo abrace el fuego.
De las emergencias más delicadas que debe atender son las fugas de gas porque sabe que donde hay una el aire es denso y cualquier chispa, por chiquita que sea, detonará esa bomba, y si eso pasa sabe que al día siguiente tal vez ya no llegue a casa.
Al contrario de algunos nuevos elementos, dice él, que el ser bombero lo ven como una oportunidad de trabajo, a la que llegan gracias a “compadrazgo o amiguismo”. Y cuando deben atender cualquier percance, no están preparados o simplemente se desentienden de sus responsabilidades porque no les gusta la tarea que les asignaron.
DESPIDOS EMPAÑAN CELEBRACIÓN
Este año no habrá una celebración oficial del Día de los Bomberos. El festejo será una marcha desde la estación Ave Fénix al Zócalo, en la que elementos de las diferentes estaciones del Distrito Federal participarán para apoyar y pedir la restitución de sus nueve compañeros cesados el pasado 9 de junio.
La razón que dio el secretario del sindicato del Heroico Cuerpo de Bomberos, Ismael Flores Figueroa, sobre el despido de los nueve hombres fue que pusieron en riesgo a la población al quemar el contenido de un tanque de gas y hacer explotar cohetones. Por ello, consideró que no son dignos de portar el uniforme.
Sobre esto, los despedidos negaron las acusaciones del secretario y aseguran que el verdadero motivo fue que denunciaron “malos manejos” dentro de la institución y la falta de un mejor equipo, lo que causó el enojó de sus superiores y provocó su destitución.
En años pasados, recuerda Luis Emanuel, se preparaba un evento grande, con elenco artístico para que los bomberos asistieran con sus familias. Cuando acababa, se dirigían a sus respectivos cuarteles para continuar la celebración y compartir un banquete que la Dirección General les había preparado.
Pero esto cambió cuando el año pasado el secretario del sindicato visitó todas las estaciones de la ciudad para avisarle a sus agremiados que no habría fiesta porque el dinero presupuestado para el Día del Bombero se lo pidió al director general, Raúl Esquivel Carbajal, y lo repartiría entre todos.
La medida causó disgusto entre los bomberos porque no se les tomó en cuenta. Llegó la fecha conmemorativa, pero el dinero no, expresa Luis Emanuel. Y a pocos días de que llegue el Día del Bombero, lo único que ha recibido es un póster conmemorativo pero ningún aviso sobre alguna comida o festejo.
Él saldrá a la calle a protestar y apoyar a sus hermanos, porque indica que esto es una hermandad. Confiesa que lo hará bajo amenaza porque el secretario general anunció represalias para quien asistiera. Sin embargo, se siente seguro porque son muchos los que les dan muestras de apoyo, como simpatizantes de otros sindicatos y movimientos sociales que estarán presentes en el contingente que se manifestará.
“Afortunadamente todavía nos ven como héroes, pero quién sabe dentro de unos años cuando se haya investigado lo que pasa adentro”, declara dubitativo. Teme que tal vez la gente los vea con recelo. “El daño que se hace aquí es para los propios bomberos. A la ciudadanía jamás. Tenemos problemas, pero cuando vamos a la calle, vamos con gusto a ayudar”. Así transcurre la vida de un bombero en la estación más moderna de la Ciudad de México.