Ciudad de México, 22 de julio (SinEmbargo).– Cuando pensamos en animales solemos imaginar un conejo, un perro, un lobo, un perico… todo menos uno que pueda vivir en nuestro cuerpo, fuera o dentro de él. Se trata de parásitos que viven a expensas de nosotros, nosotros somos “su hábitat”, su hogar.
La mayoría de ellos pueden llegar a albergarse en nosotros debido a malos hábitos de higiene relacionados con el cuerpo, la alimentación o el lugar en el que habitamos. Y aunque sean diminutos, no debemos subestimarlos, pues varios de ellos causan enfermedades a los seres humanos.
Uno muy famoso y conocido es el piojo. Ese insectillo que suele vagar por la cabeza de peinados y despeinados (o en otras zonas del cuerpo que tengan pelo). Este molesto animal mide entre 0.5 y 8 mm y cuenta con patas y garras fuertes para mantenerse firmemente agarrado al pelo. Se alimentan de restos de piel, secreciones sebáceas y sangre.
No hay que ser un genio para saber que se “contagian” con el contacto directo pero tal vez sí un curioso para discernir entre las diferentes especies de estos bichos que viven exclusivamente en el ser humano: Pediculus capitis (en la cabeza), pediculus corporis (en el cuerpo) y pediculus pubis (en el pubis).
Otros tal vez igual de famosos, pero menos protagonistas son los Oxiuros (lombrices), los responsables de una comezón en un punto poco conveniente del cuerpo: uno o dos meses después de que se ingieren los huevos de las lombrices por hábitos poco higiénicos, las hembras se reproducen y ponen huevos nada más y nada menos que en los márgenes del ano. Ah, y casi siempre por la noche.
Tener huevos ahí producirá invariablemente irritación y comezón intensa, salvo por algunas personas, sobre todo de edad adulta que no presentan molestia alguna.
Otro tipo de lombriz, es la anquilostoma. Un gusano que, por cierto, tiene dientes, y se las ingenia para afectar el intestino delgado provocando tos, fiebre, molestia abdominal y vómitos, entre otras cosas. La forma en que los denominados Ancylostomas llegan a nuestro cuerpo es siendo a penas una larva, etapa de su vida en que penetra la piel y da todo un tour por nuestro organismo con ayuda del torrente sanguíneo: pasan por las vías respiratorias, los pulmones y finalmente a la tráquea, donde son ingeridas para después infectar el intestino delgado.
Ya que estamos en eso de los gusanos no puede faltar mencionar a la solitaria, una lombriz plana que puede medir hasta tres metros y que vive adherida a nuestro intestino delgado ¡hasta por 25 años! Esta larga compañera llega a nosotros debido a la ingestión de sus huevos o gusanos a través de los alimentos.
Existen varios tipos de solitarias: una que absorbe la vitamina b12 del cuerpo, provocando anemia; otra que viene de los cerdos que puede causar una enfermedad denominada cisticercosis capaz de provocar la muerte. Pero en este último caso la infección no se contrae por comer cerdo, sino por comer alimentos contaminados con materia fecal.
Por supuesto que existen otro tipo de gusanos que logran entrar a nuestro organismo, pero en este punto ya podemos pasar a algo menos asqueroso: los ácaros que viven en nuestra cara.
Son mucho más comunes de lo que creemos. Son unos parásitos denominados Demodex. De acuerdo con BBC existen dos tipos de Demodex que no son dañinos y “tienen ocho patas cortas y rechonchas cerca de su cabeza. Su cuerpo es alargado como una lombriz.
El Demodex folliculurom vive en los poros y los folículos de los pelos, mientras que el Demodex brevis prefiere asentarse en las grasosas glándulas sebáceas. En comparación con otras partes del cuerpo, el rostro tiene poros más grandes y numerosas glándulas sebáceas, lo que puede explicar por qué los ácaros suelen vivir ahí, aunque también se les encuentra en otros lugares como genitales y pechos”, explica el medio.
Para cerrar con broche de oro, dejaremos por aquí un video en el que se puede observar a uno de los ácaros “navegando” por nuestro bello rostro: