Sandra Lorenzano
22/05/2022 - 12:03 am
(Dis) locamientos. Mi sangre, tus cenizas
Cruzar el umbral de casa puede ser, entonces, una manera de salirnos de quicio.
Tú eres lo que me está pasando siempre.
Pedro Salinas, La voz a ti debida
¡Aire de ausencia hueco!
Donde solo queda aire
tu voz empieza a oírse.
José Teruel, Vertical de ausencia
Una palabra me da vueltas desde hace días -ya saben ustedes que a veces me pasa-. Hablo, leo, camino, y ahí está: misteriosa, sugerente. “Dislocamiento”. Dice el diccionario de la Real Academia Española: De dis- y el lat. locāre ‘colocar’. 1. Tr. Sacar algo de su lugar. Referido a huesos y articulaciones.
La querida María Moliner, uno de mis personajes favoritos en la vida, prefiere partir del sentido figurado y dice “Forzar, violentar, sacar de quicio”. Y sigo escarbando: “Quicio” es una parte de puertas y ventanas, y puede ser entendido como “Fuera del orden o estado regular” (otra vez el DRAE).
Cruzar el umbral de casa puede ser, entonces, una manera de salirnos de quicio. Movernos, desplazarnos, dis-locarnos: salir de nuestro lugar, como se salen los huesos y las articulaciones. Como se sale la razón, como se desacomoda. Enloquecer. Perder el lugar propio, perder la cordura. Perder lo más amado.
Y pese a todo, no puedo lamentarme.
Me fue dado amarte.
Me fue dado verte partir.
No hay saldos.
Ceniza Roja (p. 36)[1]
¿Y el duelo? ¿Es también un dis-locamiento? ¿Un quiebre de la lengua, un balbuceo que busca para siempre refugio en el cuerpo perdido? La pérdida de un ser querido nos saca de quicio, nos expulsa de la razón, es inasible, inconcebible. “Escriba”, le dice el psicoanalista a Socorro Venegas. De una lengua quebrada sólo puede nacer poesía; ella lo descubrirá mientras cumple el mandato. Eso es este diario escrito ¿para curarse?, ¿para salvarse?, ¿para poder seguir hablando con quien ya no está?
La esencia de la palabra poética es justamente la fisura, el cruce de umbrales, el dislocamiento. El fuera de quicio. “Sólo podía leer algo de poesía”, dice veinte años después de haber escrito y guardado estas páginas, recordando el dolor inenarrable de perder al hombre amado. Una muerte súbita, un aneurisma dijeron, convirtió a la joven mujer repleta de planes y proyectos compartidos, en una sombra doliente. Él olía a leche dulce y a hogar. Se derrumbó, y nada de cuanto ella hizo logró retenerlo. (p. 15) Él al irse se ha llevado todo. Ya no tengo nada. Sólo una fuente inagotable de noches frías (p. 21). Sin hogar, “horadada”, habitada únicamente por una ausencia que hasta ayer era vida, caricias, risas.
¿Dónde vivir cuando el único hogar verdadero -el cuerpo del ser amado- ya no está?
Ceniza roja es un viaje a través del dolor, a través de la ausencia, a través del silencio; rastro de la pérdida del sí misma que sólo era posible con el otro. Arribo extranjera a este nuevo mundo. ¿Qué pasaría si viéramos el futuro con la claridad con que vemos el pasado? La última vez que hicimos el amor me pediste que abriera los ojos. Dentro de mí, me mirabas. Un bosque de ilusiones moría joven, y no lo vi, no lo vi. (p. 25) ¿Qué pasaría con nosotros su supiéramos qué hay al traspasar el quicio, qué hay del otro lado del umbral? Como Fernando Pessoa, yo digo “El corazón, si pudiera pensar, se pararía”.
Vaciada de ella misma, sólo le queda el tiempo infinito por delante, y recuerdos a los que cada vez es más difícil aferrarse y a la vez es imposible soltar. El deseo más profundo es morir allí, morir con lo que ha muerto, morir con quien ha muerto. Y sin embargo… la vida aparece: la propia piel, memoriosa y anhelante (Dormías en mi cintura. / Después de amarme pegabas la oreja a mi vientre. / Mi ombligo donde perdiste un ojo y luego otro. / Amalgama del dolor y el placer p. 32), las frutas -hasta los gusanos que esconden están vivos-, las estrellas, los árboles. ¿Es posible volver a reír? ¿Volver a sentir? ¿Volver a amar? ¿Es seguir viviendo una traición? Yo, al vivir, me he vuelto intocable para él. Inasible desde su orilla. (p. 46)
Elegía por la muerte de quien le daba vida. Testimonio de la ausencia. Cuánto ha perdido quien pierde un regazo. (p. 89) Diario del dolor, como el título de María Luisa Puga que Socorro editara en ese gran proyecto de memoria y sororidad que es la colección “Vindictas”.[2] Palabra poética que nace desde lo más profundo de las entrañas. Miedo y descubrimiento. Ceniza roja es la voz que surge del “aire de ausencia hueco”, como dicen los versos de José Teruel. La voz que grita, que aúlla, que puebla de vida la muerte.
Y es también un objeto de una belleza tal que me deja sin habla. La belleza que sólo puede dar la luz de la ausencia. Gabriel Pacheco habla desde el dolor en cada una de sus imágenes, en cada una de esa mujeres sutiles, casi evanescentes, que dibujó para que acompañaran las páginas escritas por Socorro. ¿Intuyó el fondo del pesar? ¿Mojó sus propios pinceles en ceniza? El silencio compartido es una forma del consuelo (p. 67) Y es silencio lo que logra Gabriel con sus obras; silencio que acompaña el silencio del duelo. Silencio que supo también acompañar ese editor generoso que es Juan Casamayor en su Páginas de Espuma.
Duele morirse así y no encontrar descanso. Tú has muerto. La agonía soy yo. (p. 34) Socorro Venegas ha convertido la agonía en dis-locada, balbuceante, profunda y hermosa luz.
[1] Socorro Venegas, Ceniza roja. Ilustrado por Gabriel Pacheco, México, Editorial Páginas de Espuma, 2022.
[2] La colección “Vindictas” de Libros UNAM se presenta así: “Buscamos hacer visible la obra de autoras del siglo pasado, que debido a una visión machista de la literatura no tuvieron difusión. Estos títulos de escritoras latinoamericanas habían quedado fuera del alcance de los lectores a pesar de su relevancia literaria y de mantener una vigencia asombrosa.” www.vindictas.unam.mx
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