Ana Cristina Ruelas
22/05/2017 - 12:00 am
Contra palabra
El Estado nos ha hecho pensar que toda la información relacionada con estos temas es exclusiva y que cualquier filtración nos puede poner en peligro. La cultura del secreto ha hecho que desde la sociedad aceptemos la información que él mismo nos pone enfrente. Incluso, adoptamos narrativas sin pensar, cambiamos el mensaje y nos olvidamos del original.
La seguridad y la información son temas que por mucho tiempo caminaron por rutas distintas. La publicidad en temas de seguridad siempre es un dilema, más aún si reconocemos que el control de la información en esta materia es garantía de arbitrariedad e impunidad.
El Estado nos ha hecho pensar que toda la información relacionada con estos temas es exclusiva y que cualquier filtración nos puede poner en peligro. La cultura del secreto ha hecho que desde la sociedad aceptemos la información que él mismo nos pone enfrente. Incluso, adoptamos narrativas sin pensar, cambiamos el mensaje y nos olvidamos del original.
La cultura patrimonial de la información además tiene cabida en instituciones poco efectivas que buscan a toda costa ocultar o justificar sus faltas con mensajes alterados o información sesgada. No es fortuito que la meta 16 de los Objetivos de Desarrollo Sustentable conjunten las palabras “paz”, “justicia” e “instituciones fuertes” y hablen de transparencia, información y estado de derecho.
Por supuesto que esta situación no es exclusiva de México, lo vimos en el país vecino en la filtración masiva de Wikileaks cuando el gobierno estadounidense, en lugar de rendir cuentas por lo que las filtraciones mostraban, se enfocó en la responsabilidad de Manning, de Assange y de Wikileaks sobre las posibles afectaciones a la seguridad nacional y a la vida de los testigos protegidos. Además de esto, las acusaciones de abuso sexual cambiaron el tema y volvieron a Assange el centro del espectáculo ¿recuerda usted de qué trataban los archivos de Guantánamo o los cables diplomáticos?
Algo similar pasa cada vez que matan o criminalizan a un periodista o a una persona que busca contar una historia diferente. Se generan narrativas alternas a las que ellos querrían contar o a las que estaban contando y, entonces, el agredido se convierte en el mensaje y no en el mensajero.
Un ejemplo es el de la semana pasada cuando asesinaron a Javier Valdez Cárdenas, un periodista y escritor que -según los que saben- retrataba las diversas caras, interacciones y manifestaciones del narco en México; el vivía en el estado de Sinaloa, donde se encuentra la mera mata. Con su muerte Javier Valdez se convirtió en el mensaje de aquellos que osan escribir o contar historias similares y sus letras se borraron junto con él ¿quién seguirá dando su mensaje?
La muerte de una periodista tiene grandes consecuencias, no solo para sus familiares, sus amigos y conocidos, para mí y para todos. La muerte de un mensajero representa la muerte del mensaje y esto la imposibilidad de decidir si cambiar o seguir igual.
En México hay 106 periodistas asesinados y 24 desaparecidos desde el 2000 y aunque para algunos este no sea un mensaje de suficiente gravedad, sí lo es la falta de información, la ruptura de la historia que sus muertes suponen, la posibilidad de regresar a un pasado que ya reprochamos y que esperamos que no vuelva a ocurrir.
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