Ramiro Padilla Atondo
22/05/2014 - 12:05 am
¿Qué significa ser intelectual?
Esta idea me ha rondado la cabeza por meses. El verdadero significado de intelectual. Y no en la acepción de la palabra, sino en su significado más amplio. Quizá la primera idea que le viene a la cabeza al ciudadano común, es aquella que dice que intelectual es un individuo alejado de la vida terrenal […]
Esta idea me ha rondado la cabeza por meses. El verdadero significado de intelectual. Y no en la acepción de la palabra, sino en su significado más amplio. Quizá la primera idea que le viene a la cabeza al ciudadano común, es aquella que dice que intelectual es un individuo alejado de la vida terrenal que se pronuncia sobre asuntos de interés común. O quizá la definición más completa de lo que NO es un intelectual la haya dado Gabriel Zaid en su libro De los Libros al poder:
Según Gabriel Zaid usted NO es un intelectual si cumple con alguna de las siguientes características:
a) No interviene en la vida pública.
b) Sí interviene pero lo hace como especialista.
c) Sus opiniones suelen adoptar la perspectiva de un interés particular.
d) Sus opiniones las hace por cuenta de terceros.
e) Sus opiniones están sujetas a una verdad oficial (política, administrativa, académica, religiosa).
f) Sus opiniones son escuchadas gracias a su autoridad religiosa o por su capacidad de imponerse (por vía armada, política, administrativa, económica).
g) Usted es taxista, peluquero, carnicero o vive de cualquier otro oficio donde hace lo mismo que los intelectuales, pero sin tener el respeto de las elites.
h) Usted, al igual que los miembros de las elites, quiere ser visto como intelectual, pero no consigue que le presten el micrófono y -cuando lo consigue- lo que dice no le interesa a nadie.
Por eso cuando alguien que dirige un noticiero adopta una pose intelectual, sus opiniones no deben de ser tomadas en serio. El presentador está para leer un teleprompter, no para expresar una idea estructurada nacida de sus lecturas y reflexiones.
Si esa fuera su intención escribiría un libro o varios, pero su problema sería la credibilidad. Si trabaja para un monopolio no tiene independencia intelectual para expresar sus opiniones pues estas estarían en conflicto con el punto de vista de la empresa que le paga su cheque.
La historia del término intelectual se remonta a Francia y al caso del capitán Dreyfuss, cuyos detractores utilizaron el término con fines peyorativos, para designar a los personajes de la vida y la cultura francesa que defendían al capitán acusado de traición.
Un análisis interesante de las figuras de la intelectualidad moderna lo haría el ensayista inglés Paul Johnson, desmitificando la figura del intelectual, haciendo un análisis de la congruencia de los más grandes líderes de opinión entre el decir y el hacer. Aquí puede leer el libro completo en línea.
Otro intelectual inglés, Christopher Hitchens, criticaría a Johnson de manera despiadada al afirmar que la obra de los intelectuales no debería estar relacionada de manera directa con su vida privada.
Una definición de intelectual orgánico la daría José Pablo Feinmann, en su programa ‘Filosofía aquí y ahora’ de la televisión pública argentina:
Un intelectual orgánico es aquel que sigue la línea de un partido u organización. Si este entra en conflicto con esa línea, bien puede abandonar el partido o la organización y convertirse en un intelectual libre.
En México, cuna de una tradición intelectual frágil, la intelectualidad ha sido vista desde siempre con ambigüedad.
Quizá la crítica más famosa la haría Mario Vargas Llosa al decir en una visita a México, que el gobierno mexicano era el único que pagaba a sus intelectuales para que lo criticaran. Esta aseveración en los tiempos de un gobierno de partido hegemónico (respuesta que dio un Octavio Paz contrariado a un Vargas Llosa) no era falsa en absoluto.
Octavio Paz sería entonces el paradigma del intelectual en México. El escritor Sergio Gómez Montero escribiría un artículo brillante preguntándose acerca de la personalidad fraccionada del máximo poeta y ensayista mexicano, nuestro único premio nobel en literatura. ¿Fue Octavio Paz un intelectual orgánico? ¿Lo fue al final de su vida? ¿O solo fue un mafioso cultural?. Hasta hoy nuestro país empieza a dividirse en dos extremos, los que lo aman y los que lo vieron al final de su vida como parte del aparatchik priísta.
Algo parecido le sucedería a Carlos Fuentes. Su cercanía con el Echeverrismo le valdría críticas que lo acompañarían toda la vida. El mismo Enrique Krauze (alumno y heredero de Paz) en su libro Mexicanos Eminentes, le dedicaría un capítulo especial titulado la comedia mexicana de Carlos Fuentes.
En ese mismo tenor, otro intelectual, quizá el intelectual más venerado en América latina abominaría de este título. Lo miraría con sospecha. Eduardo Galeano diría con convicción que:
“Yo no quiero ser un intelectual. Los intelectuales son los que divorcian la cabeza del cuerpo, yo no quiero ser una cabeza que rueda por los caminos; soy una persona, una cabeza, un cuerpo, un sexo, una barriga… pero no un intelectual… ¡abominables personajes! Ya lo decía Goya: ‘La razón genera monstruos’. Cuidado con los que solamente razonan. Hay que razonar y sentir, y cuando la razón se divorcia del corazón ¡te convido para el temblor! porque estos personajes te pueden conducir al fin de la existencia humana”.
En nuestro país hay una banalización de la intelectualidad. Lectores de noticias que son líderes de opinión. No surgen nuevas figuras con ideas frescas. Los escritores prefieren la literatura al compromiso social. Aun cuando critiquen esta misma realidad por medio de sus libros.
El profesor colombiano Carlos Mario González en su conferencia titulada “La responsabilidad social y política de los intelectuales”, diría que la figura del intelectual como tal va desapareciendo, mientras que la del académico va al alza. Ambos son cultivadores del saber. Pero el intelectual por definición intenta modificar la realidad con argumentos. El académico quizá por sus mismos alcances, tiende a hacer de los límites de su facultad sus propios límites aunque no sea esto definitorio. Hay intelectuales que han salido de la academia.
Una aproximación a la figura del intelectual crítico que abomina del poder la daría Federico Campbell, en su libro ‘La invención del Poder’. Queda claro que el escritor tijuanense abomina el poder político pero no deja de verlo con un cierto dejo de fascinación. El poder es malo. Ortega y Gasset haría inmortal la frase que dice que ser de izquierda como ser de derecha, es una de las infinitas maneras que tiene el hombre de ser imbécil. Ambas son formas de la hemiplejía moral. También diría que la función del intelectual sería la de brindar luz sobre los asuntos de interés público en contraposición del político, cuyas intenciones son las de cubrir con un manto de ambigüedad sus intenciones.
Nuestra realidad indica que la figura del intelectual está en desgaste. No existen ya los líderes de opinión que puedan convertirse en un contrapeso al estado omnipresente. O son muy pocos. El intelectual por definición tendría por fuerza que situarse en los márgenes de la sociedad para mantener la independencia crítica. Pero en un país donde los medios masivos de comunicación dictan lo que es bueno y lo que es malo, la labor de los pocos intelectuales con verdadera independencia crítica se pone cuesta arriba.
Por eso es importante que el concepto de intelectual se reinvente. O vuelva a sus orígenes. Que se convierta en un verdadero contrapeso ante la marea de información tendenciosa. Que cree escuela. Que escriba teoría, que pueda ser cuestionado a la luz de los cambios de rumbo o los bandazos que da la clase dirigente.
Que los verdaderos escritores se comprometan, como lo dijo Sartré. Pero sobre todo, que abran discusión. Un país en el que todos están de acuerdo está destinado al fracaso. Ese parece ser nuestra situación.
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