Óscar de la Borbolla
22/04/2024 - 12:03 am
Una especulación astrofísica
"¿Habrá alguna forma al terminar esta vida para volver a estar aquí?"
Hay una etapa en la pubertad —al menos a mí y a muchos adolescentes que he conocido nos ha ocurrido así— en la que especular acerca del más allá resulta divertido. Yo era en esos años un escéptico de las creencia religiosas (y lo sigo siendo), y tras unas discusiones muy acaloradas terminaba pactando con mis amigos en que si había alguna posibilidad de volver de la muerte, de alguna manera regresaríamos para contar a los sobrevivientes lo que allá sucede. Reíamos, y esa risa sellaba un pacto muy serio, pues todos compartíamos el deseo de saber si tras la muerte lo que sigue es la nada o si había alguna suerte de existencia.
Hoy esos años me han quedado muy lejos y los pueriles conceptos de entonces: "alma" y "más allá" los he desechado por completo. El alma, o el famoso "yo", lo entiendo como un mero epifenómeno del cerebro o, si se prefiere, como una propiedad emergente del cerebro que, por supuesto, desaparece cuando las funciones de este complejísimo órgano cesan. Y el más allá lo veo como un anhelo universal, como una revuelta del deseo contra las evidencias, contra el doloroso hecho de que con la muerte desaparecen para siempre aquellos a quienes uno ha querido. Es absolutamente insoportable la idea de que nunca más nos encontraremos con las personas amadas que hemos perdido.
Ha llovido mucho para mí desde entonces, quiero decir que innumerables páginas de filosofía y de ciencia han pasado como una llovizna pertinaz frente a mis ojos y hoy, desde una estación menos ingenua, quisiera retomar el fondo que estaba en aquellas discusiones pubertas: ¿habrá alguna forma al terminar esta vida para volver a estar aquí? Conste no digo en el más allá, sino encontrarnos aquí.
Hoy sabemos mucho del universo y, sin embargo, sabemos poquísimo. Tenemos algunas teorías acerca del origen, entre ellas el Big Bang y sabemos la edad aproximada de ese comienzo: unos 13 mil 800 millones de años. Sabemos también que el universo está en expansión y que las nebulosas y estrellas que lo componen se alejan entre sí y mientras más distantes están de nosotros se alejan a una mayor velocidad. Se deduce que ha habido desgarros del espacio, pues como la materia no puede viajar más rápido que la luz resulta incoherente que el tamaño del universo observable sea de 100 mil millones de años luz y su inicio date de poco menos que 14 mil millones. ¿Cómo es posible que ese dilatadísimo diámetro sea mayor que la distancia que puede recorrer la materia viajando a la máxima velocidad posible, la velocidad de la luz? La teoría del universo inflacionario es que debe haber desgarros del espacio producidos por algo desconocido: la materia oscura y la energía oscura.
A partir de esto —que se sabe y se deduce con indudable rigor— cabe formularnos la pregunta: ¿qué pasará con el universo? Obviamente seguirá expandiéndose hasta que esté tan alejado todo de todo que desde cualquier punto no se verá nada en el horizonte, pues la luz que podría llevar alguna noticia no será capaz de recorrer esas distancias casi infinitas. ¿Terminará así el universo? ¿La fuerza de expansión vencerá siempre a la fuerza gravitacional o, más tarde, la gravitación volverá a contraer el universo hasta concentrarlo todo en un punto? No se sabe. Sin embargo, la especulación científica ha propuesto la teoría de la Gran Implosión y, además, la teoría del Gran Rebote. Insisto que no se sabe nada.
Si hoy me reuniera con mis amigos de la adolescencia, se me ocurriría decirles que sigo pensando que no hay nada después de la muerte; pero que tal vez exista una oportunidad de volver a vernos; no en el cielo o en el infierno, sino aquí, luego de que ocurra un plazo inimaginable, pues si finalmente esto que somos no es sino un montón de partículas ordenadas en un orden preciso, con una forma especialísima, podría ser que alguna vez volvieran a darse exactamente las mismas condiciones que hicieron posible nuestra vida individual y que, aunque tarde mucho, muchísimo, casi una eternidad, no importa, pues como la mejor manera de pasar la eternidad es estando muertos: hundidos en la inconsciencia, los milenios y los eones se nos pasarían como agua; tal vez, entonces, podríamos volver a encontrarnos aunque no recordáramos nada, aunque tuviéramos la misma impresión de novedad que en esta ocasión. Con esta idea del eterno retorno, apoyada en la física actual, quisiera pasarme el resto del día disfrutando de la débil luz de esperanza que irradia: esa esperanza de volver a vernos después de esta vida.
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