Ahora que se abre una luz de esperanza para los migrantes sin papeles en Estados Unidos; ahora que está por discutirse la reforma migratoria, que parece que va a traer una amnistía y la regularización de los extranjeros indocumentados; justo ahora, gracias al atentado en Boston, se corre el riesgo de que se reaviven los miedos y prejuicios más profundos de la sociedad estadounidense en contra de los migrantes.
El tema no es menor, como bien sabemos en México. Se calcula que existen entre once y doce millones de personas que viven en el vecino del norte sin papeles. De ellos, la gran mayoría son latinos (algo así como nueve millones, casi el ochenta por ciento del total), incluidos casi siete millones que son mexicanos.
Los legisladores norteamericanos son muy sensibles a la opinión de los pobladores de los distritos o estados que representan. Prestan mayor atención a lo que pueda afectar sus posibilidades de reelección que a los asuntos que verdaderamente importan al país. Por lo tanto, decir que la reforma migratoria llegará hasta donde lo permitan los intereses y las opiniones del electorado norteamericano es una obviedad, pero una obviedad sobre la que el gobierno mexicano debería ir trabajando.
Si la percepción acaba convirtiéndose en realidad –como normalmente ocurre–, no deberíamos esperar mucho de la reforma. Van algunos datos recientes.
Un tercio de los norteamericanos cree que más de la mitad de los latinos son indocumentados (la realidad es que sólo el 17 por ciento carece de papeles). Cuatro de cada cinco cree que los latinos no aprenden inglés (lo cierto es que lo hacen al mismo ritmo que los demás migrantes y en la segunda generación el conocimiento de ese idioma es total). El mismo porcentaje de americanos (80%) cree que los latinos están ligados a pandillas y crímenes violentos.
Además, casi el 80 por ciento piensa que son una carga para el sistema de salud y siete de cada diez lo piensa respecto al sistema educativo. Seguramente esas percepciones están construidas por lo que ven, oyen y leen en los medios de comunicación, en donde las notas negativas sobre la frontera entre México y Estados Unidos son más del doble que las positivas.
La opinión pública norteamericana se olvida, por ejemplo, de que el poder adquisitivo de los latinos actualmente equivale a un billón (un millón de millones) de dólares, es decir casi el siete por ciento de la riqueza total, y se espera que crezca un cincuenta por ciento en los próximos cinco años.
Lo cierto es que para que pueda ser aprobada una verdadera reforma migratoria, los gobiernos de los países beneficiados y las propias organizaciones de latinos en Estados Unidos deberían ir cabildeando y ofreciendo la información necesaria para remover esas percepciones, mitos y prejuicios que todavía hoy perviven en la mente de gran parte de los estadounidenses. El gobierno mexicano sin duda debería estar a la cabeza de este esfuerzo.
En caso contrario, cualquier batalla estará condenada al fracaso.
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