Sandra Lorenzano
22/03/2020 - 12:00 am
Elijamos echar a andar
Las noticias nos llegan por todas partes: por la radio, por la televisión, por los medios serios, por los menos serios, por los nada serios, por los vecinos, por las redes sociales, por los chats familiares, por los amigos, por los enemigos, por radio “bemba”, por las autoridades…
Las noticias nos llegan por todas partes: por la radio, por la televisión, por los medios serios, por los menos serios, por los nada serios, por los vecinos, por las redes sociales, por los chats familiares, por los amigos, por los enemigos, por radio “bemba”, por las autoridades…
Pareciera que frente a una amenaza como la del coronavirus no hay demasiadas elecciones que podamos hacer: la mayor parte de los seres humanos están ya encerrados en su casa o tendremos que hacerlo a la brevedad.
Pareciera –digo- que no hay demasiadas elecciones que podamos hacer, pero no es verdad. Más allá de la obligatoria cuarentena, sí hay cosas que podemos elegir, y que son fundamentales para repensar y reforzar nuestro modo de estar en el mundo y, sobre todo, de vincularnos con las y los demás.
Leo un bello tweet que escribió Pilar del Río en Lisboa:
“No nos dejemos llevar por las metáforas guerreras: la pandemia exige el DEBER DE CUIDADO que las mujeres llevamos haciendo desde el principio de la historia. Con atención y respeto por las normas legales, cuidando el planeta como nuestra casa y a los otros y otras como nuestro mejor yo.”
Lo sé, lo sé, también muchos hombres han actuado con esta conciencia del cuidado, pero no es la cuestión de género la que quiero retomar en este momento (aunque también), sino la idea básica de la responsabilidad.
Vuelvo a un pensador esencial: Emmanuel Lévinas quien por sobre la idea del ser, de uno mismo -una misma- como individuo autocentrado, consideró a la alteridad como filosofía primera, y por lo tanto a la ética. Hay YO porque hubo un OTRO responsable que nos cuidó. Ese otro, esa otra, quienquiera que sea, en el que se centra la filosofía levinasiana, me incumbe y por lo tanto requiere mi cuidado.
Estoy convencida de que ésta tiene que ser la mirada que prevalezca en nuestra sociedad; con mucha mayor fuerza y convicción en momentos de crisis como el que estamos viviendo. Una mirada que, como la femenina de los cuidados y la filosófica de la ética de la alteridad, ponga a quien no soy yo en el centro de mi atención y preocupación.
Quizás sea por esto que me resultan –como a muchos de ustedes- tan incómodos muchos de los mensajes de los medios, de las redes sociales, de los chat. Cuando encuentro frases como la de Pilar del Río, o como aquella donde la cantante Morganna Love se pregunta y nos pregunta: “¿Incluso en estos tiempos tenemos que pelear todos contra todos?”, siento que hablan también por mí. Hay mucha agresividad, mucho enojo, demasiada gente que disfruta los errores ajenos -sobre todo los oficiales-, demasiada competencia de egos, demasiados “especialistas” en coronavirus, demasiado empeño en la lucha por ganar, a cualquier costo, seguidores en las redes, y poca, poquísima empatía en este México nuestro donde la cuarentena apenas comienza.
Ojalá olvidemos un poco nuestro narcisismo, nuestro “ombliguismo”, y miremos a los más desprotegidos. Sé que es difícil estar en casa sin moverse, pero más difícil será este periodo para los que no tienen un hogar: para los migrantes, para los refugiados, para los que viven privados de la libertad o en casas de asistencia, para los indigentes, para los niños de la calle, para quienes sufren violencia doméstica, para quienes viven hacinados…en fin… Las demás plataformas audiovisuales (netflix, hbo y demás), los libros y las visitas virtuales a museos son soluciones para gran parte de nosotros, pero quizás sea el momento de intentar cambiar las prioridades y considerar lo que hay un poco más allá. Les recomiendo leer y escuchar todas las participaciones de Alexandra Haas, ex presidenta del CONPRED y actual directora de la Unidad de Género e Inclusión de Cultura UNAM. Ojalá su sensibilidad hacia los más desprotegidos fuera tan contagiosa como el coronavirus.
Cantar en el balcón como los italianos o los españoles, comprar no sólo miles de rollos de papel higiénico como ha pasado en nuestras ciudades, sino comida para quienes piden en la calle, aplaudir a los médicos y enfermeros que están dejando su vida en el cuidado de los demás, pensar en estrategias comunitarias de protección y apoyo, sobre todo para los niños, los ancianos y quienes tienen algún tipo de discapacidad, serían formas reales y simbólicas de contribuir a construir nuevos equilibrios.
People of my hometown #Siena sing a popular song from their houses along an empty street to warm their hearts during the Italian #Covid_19 #lockdown.#coronavirusitalia #COVID19 #coronavirus pic.twitter.com/7EKKMIdXov
— valemercurii ? (@valemercurii) March 12, 2020
Italy. A country responding to fear with music. Here is Agrigento in Sicily. #humanity #Coronavirus #CoronavirusUSA #Covid19usa pic.twitter.com/8p85i4DDO4
— Ryan Meilak (@rmeilak) March 14, 2020
En los peores momentos hemos sido una sociedad solidaria y generosa. Aún tenemos fresco el recuerdo del último temblor en 19 de septiembre de 2017 y la respuesta absolutamente comprometida de todas y todos. ¿Qué genera esta enfermedad actual que provoca tanto encarnizamiento? No soy especialista en psicología de masas, pero pienso que si no aprovechamos esta coyuntura para volvernos empáticos, solidarios, hospitalarios, si no la aprovechamos para construir una sensibilidad basada en la ética –como la propuesta por Lèvinas, como la propuesta por el mejor feminismo- que transforme este capitalismo necropolítico, egotista y excluyente, será imperdonable.
Cierro con este maravilloso y tan conocido poema de César Vallejo escrito el 10 de noviembre de 1937 en honor a la España en guerra:
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Queridas, queridos, querides… elijamos abrazarnos y echar a andar.
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