Peniley Ramírez Fernández
22/03/2017 - 12:00 am
Veracruz no es Miami
¿Cuál es la distancia que separa en México a los políticos de sus gobernados? ¿Cuál es el cúmulo de experiencias vitales que les coloca en universos paralelos, como personas que viven no solo en distintos países, sino en distintos siglos? Tomo prestado para esta columna el título del libro de crónicas Aquí no es Miami, […]
¿Cuál es la distancia que separa en México a los políticos de sus gobernados? ¿Cuál es el cúmulo de experiencias vitales que les coloca en universos paralelos, como personas que viven no solo en distintos países, sino en distintos siglos?
Tomo prestado para esta columna el título del libro de crónicas Aquí no es Miami, de la escritora veracruzana Fernanda Melchor, una de las más avezadas plumas mexicanas de nuestro tiempo. El préstamo no es gratuito: el libro es un conjunto de crudas y desgarradoras crónicas sobre el Veracruz de Los Zetas, ese que durante años estuvo allí, y sigue estando aún con un nuevo gobierno, pero contarlo significa una razón de vida o muerte.
En el México que andamos todos los días conviven noticias tan dispares como los detalles sobre el trabajo de un colectivo de madres que encuentran cráneos y más cráneos en una historia de muerte sin fin, en Veracruz, o los niños que reciclan plástico para Coca-Cola en las orillas de la Ciudad de México, con las historias cotidianas de políticos mexicanos que colocan sus fortunas fuera de México, en propiedades en Miami y Texas, sus destinos más frecuentes.
En este México, los discursos de “merezco abundancia” y “merezco encontrar los restos de mi hijo” conviven, con inusitada naturalidad, como las capas de una cebolla que va pudriéndose desde adentro, mientras la superficie se mantiene intacta.
En este país, los políticos juegan al golf, beben botellas de vino que significan el sueldo anual de una familia, vacacionan en Europa, entrenan en caballos pura sangre, mientras sus gobernados viajan dos horas cada día en transporte público, con el riesgo de morir en el camino en un asalto, o de ser secuestrada por cualquier a quien se le antojó, al borde de cualquier carretera en la que un grupo de jóvenes decidió que alguien podía morir, porque a ellos en ese momento se les antojó que así fuera.
Las iniciativas mexicanas para acortar esta radical diferencia de vida entre los políticos y la mayor parte de sus gobernados, tiene aún retos de fondo por delante. El más visible de ellos pasa por el periodismo, una profesión que cuenta en la realidad mexicana con variadas y gratas experiencias de profesionalismo y rigor, pero que en la cotidianidad aún pasa en muchos casos por la simulación, por la connivencia, por la superficialidad.
En un México en donde los políticos no saben cuánto cuestan las tortillas, cuánto cuesta el metro, pero tampoco cuánto cuesta la gasolina, en el México donde los senadores piden comida del Senado para que sus choferes lleven a sus empleadas domésticas, o no les parece raro pagar en unos meses lo que una familia no acumularía en 30 años para comprar una casa, no se trata de hacer mejores leyes, sino de tener mejores operadores para que esas leyes no sean letra muerta.
Es el mismo país donde una chica que denuncia un piropo como acoso no incentiva un debate, sino una lluvia de más acoso, agresiones y ofensas. Y también es el mismo país donde los políticos creen que pueden negar sus fortunas escondiéndolas detrás de prestanombres o de empresas fachada.
En unos meses entrará en vigor en este México de realidades paralelas el Sistema Nacional Anticorrupción. Sus operadores tienen por delante no solo la encomienda de resolver casos ejemplares, sino de posicionar esos ejemplos como una vara de actuación que mida a todos, desde los periodistas, hasta los activistas, los políticos, los empresarios y los ciudadanos de a pie.
Uno de los grandes retos para los operadores de este Sistema no será únicamente la forma en que resuelvan sus casos estelares, sino en la forma en que elegirán cuáles serán esos casos. La forma en que permitirán que la diferencia entre esos dos Méxicos paralelos no absorba la importancia de lo que debe ser urgente, y ponga por delante lo que tenga mayores titulares.
En un país donde el morbo muchas veces supera a la justicia, donde vale más cuántos muertos son que quienes son sus madres, un gran reto será que la elección no pase por la resolución únicamente de los grandes casos de morbo, que más atraen la atención de la prensa en la Ciudad de México, sino por tantos casos de fondo, cuyas raíces están en los hijos del colectivo Solecito, pero también en las víctimas de la delincuencia criminal contra las mujeres en Puebla, de las familias atrapadas en la guerra entre cárteles en Sinaloa, en los indígenas afectados por la simulación a sus programas de ayuda.
En este México de prioridades encontradas, un Sistema que realmente vigile y combata la corrupción debe comenzar por entender los intrincados matices de este país que muchos de sus gobernantes ven desde los embarcaderos de sol radiante y arenas blancas en Miami, pero que pasa por el sudor de las madres de Solecito, que cavan en Veracruz, al acecho de los zopilotes.
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