Arnoldo Cuellar
22/02/2018 - 8:47 am
Miseria de los políticos
Lamentablemente parece que su descomposición y la posibilidad de sustituirlos llevará tiempo y mientras tanto seguirán causando mucho daño a la sociedad de la que emergen, que los ha cobijado con su respaldo y que ha sido consistentemente traicionada por ellos.
La crisis de los partidos políticos es profunda, pero no terminal. Lamentablemente parece que su descomposición y la posibilidad de sustituirlos llevará tiempo y mientras tanto seguirán causando mucho daño a la sociedad de la que emergen, que los ha cobijado con su respaldo y que ha sido consistentemente traicionada por ellos.
El intercambio de personajes políticos entre los partidos que hoy vemos es patético en su desnudez de la búsqueda de permanencia en las nóminas públicas, pero también es obsceno en cuanto a la distancia que la clase política mantiene con las preocupaciones y necesidades de los gobernados.
Curiosamente, todos los candidatos presidenciales hicieron de los señalamientos y promesas en contra de la corrupción el leitmotiv reiterativo y coincidente de sus discursos. ¿En verdad les preocupa, porque sus hechos los contradicen?
El discurso, preparado por los respectivos cuartos de guerra, alude a lo que la población manifiesta en encuestas, en grupos de enfoque, en redes sociales y en el reclamo cotidiano de la sociedad civil que logra abrirse paso en medio de la propaganda soez de las antecampañas, precampañas, intercampañas y campañas.
Sin embargo, las decisiones cotidianas de los candidatos no acompañan sus dichos. Aún hay gobiernos en funciones, espero que alguien lo recuerde, en la República y en los estados. Y allí, con más de ocho meses por delante, las decisiones se han detenido o están supeditadas a los proyectos electorales.
Hablan de combatir la corrupción, pero los partidos han sido incapaces de completar el de por sí débil y limitado sistema nacional en construcción. En Guanajuato tenemos un fiscal anticorrupción de bajísimo perfil y subordinado a un procurador de justicia cuestionado al que el congreso, de mayoría frentista, se apresta a designar como fiscal general autónomo.
Por si algo faltara, las listas de candidatos a las cámaras federales son un muestrario de políticos improductivos, fracasados o, de plano, corruptos. La sociedad civil brilla por su ausencia en todos lados, incluyendo en el partido que se jacta de haber postulado a un “ciudadano” y en el frente cuya primera tentación fue llamarse a sí mismo “ciudadano”.
Las promesas de austeridad de los partidos de septiembre pasado, cuando se les cuestionaba su utilidad social y se exigían sus recursos para atender la emergencia sísmica, han quedado en el olvido. El gasto electoral sangrará al país de varias formas: desde el recurso destinado ex profeso para ello en el presupuesto, superior al de cualquier democracia civilizada y con mayor credibilidad que la nuestra, hasta el dinero negro con el que se compran votos en la jornada electoral.
Para los partidos ya es imposible entender la esencia de su problema: cada vez representan a menos y aún estos se sienten defraudados por ellos. Si esa no es la mejor forma de desestabilizar a un país y a un gobierno, no sea cual sea, quizá solo una invasión extranjera.
Con la credibilidad perdida, con la reiteración de sus errores y, básicamente, con la evidencia de su desprecio a la inteligencia del electorado, estos partidos que hoy disputan presidencia, gubernaturas, congresos y alcaldías solo nos están diciendo que quieren llegar a los cargos para usar los recursos públicos en su beneficio personal y político y que les importan un bledo los problemas a los que ellos mismos nos han conducido con su negligencia, su corrupción y su estulticia.
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