Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
21/11/2022 - 12:04 am
Regreso a las calles
“¿Por qué no marchan los opositores? ¿O por qué no sale de nuevo a las calles el obradorismo a defender sus batallas contra los poderes fácticos? ¿Por qué no se ha defendido masivamente el proyecto gobernante, si sigue bajo el embate del poder mediático, un día sí y otro también?”
Hace apenas un año, en noviembre de 2021, caminaba con un buen amigo por el Zócalo. En ese momento proyectaban sobre una maqueta a escala del Huey Teocalli de Tenochtitlan una breve historia de la imponente ciudad que encontró ahí Hernán Cortés 500 años antes y sobre cuyos restos se erigió parte de lo que hoy es el corazón de la Ciudad de México.
Caminamos por las calles del Centro Histórico, viendo el tímido pero alegre regreso de la gente al espacio público, después de una pandemia funesta. Entonces recordamos mi amigo y yo la época en la que ríos de gente recorrían esas calles con diferentes reclamos: rechazar el desafuero de López Obrador, exigir el recuento voto por voto después de la elección de 2006, repudiar la elección comprada de Peña Nieto, exigir la aparición con vida de los estudiantes de Ayotzinapa, por mencionar algunos. Parecía un tiempo lo suficientemente remoto para ya poder ser recordado con nostalgia: ¿por qué ya nadie marcha?
La primera respuesta era demasiado obvia y simple para ser completa: porque una pandemia nos encerró y separó durante meses. Pero la falta de movilizaciones masivas en las calles del Centro venía de mucho antes. Nos contentamos parcialmente con la explicación de que la base social que solía tomar las calles fue la que obtuvo un triunfo aplastante en las urnas en 2018, y con eso y la campaña previa parecía que se habían acabado las razones para reclamar.
Y digo que la respuesta nos contentó parcialmente porque hacían falta más explicaciones: ¿realmente toda movilización tiene que ser en contra del Gobierno? ¿Y sólo puede venir del mismo sector que ahora apoya al Gobierno actual? ¿Por qué no marchan los opositores? ¿O por qué no sale de nuevo a las calles el obradorismo a defender sus batallas contra los poderes fácticos? ¿Por qué no se ha defendido masivamente el proyecto gobernante, si sigue bajo el embate del poder mediático, un día sí y otro también? Más aún: en vista de la creciente “polarización” con la que se describe el paisaje político desde que inició el actual sexenio, ¿cómo es posible que esos ánimos, de cualquiera de los lados de la supuestamente acusada confrontación imperante, no hubieran hasta entonces sido capaces de manifestarse presencialmente en el espacio público? Parece que un año después apenas se vislumbra una respuesta.
No podemos decir que no hubo coyunturas suficientemente interesantes como para volcar a la gente a la manifestación masiva. López Obrador gobierna con la idea hegeliana de que el conflicto es tan necesario para mantener viva y politizada a la sociedad como el viento es necesario en el lago para que el agua no se estanque y se pudra (una precisión importante es que AMLO piensa en el conflicto político que, por definición, se resuelve pacíficamente, mientras que para Hegel la figura es una apología de la verdadera guerra). Desde su conferencia matutina recuerda siempre quiénes son sus adversarios, y por qué lo son y en qué momentos críticos lo muestran. Pero ninguno de estos momentos (la elección intermedia, la consulta popular de 2020, la revocación de mandato, la reforma eléctrica, por mencionar algunos de los más emblemáticos) tuvieron la suficiente fuerza para lanzar a sus opositores o a sus simpatizantes a las calles.
Hasta que llegó el momento de la reforma política. Quizá esta vez sea porque, como explica Jorge Zepeda Patterson en su columna de esta semana en SinEmbargo, esta reforma sí trastoca los intereses de los partidos políticos, o tal vez, pienso yo, porque, a diferencia de la reforma eléctrica, que tenía un componente necesariamente técnico que hacía difícil reducirlo a consignas a favor o en contra, la reforma política es suficientemente intuitiva como para prestarse a una discusión pública más directa. El caso es que esta coyuntura y no las otras lograron reinaugurar las marchas multitudinarias sobre el Paseo de la Reforma.
Quienes se oponen a la reforma política lograron reducirla a un eslogan de “defensa” de un INE que nunca ha estado en riesgo, y quienes la defienden abogan por una profundización de los métodos de elección democrática dentro del instituto que se supone que debe garantizar la democracia, además de que conservan fresco en la memoria el recuerdo de las elecciones de 2006 y 2012 y las consecuencias de su falta de certidumbre.
El frente amplio que se manifestó el domingo 13 de noviembre tomó como pretexto el eslogan de la defensa del INE, pero muchos de su base en realidad expresaron estar de acuerdo con reformarlo, por ejemplo con la elección directa de los consejeros electorales. El verdadero centro de comunión fue el repudio hacia el obradorismo y todas sus expresiones. Un buen termómetro de la intensidad de este rechazo es que, frente a él, consideraron un pecado menor marchar junto a personajes que hace unos años habrían considerado impresentables (Elba Esther Gordillo o Roberto Madrazo, por ejemplo). Habrá muchas cosas que escribir después respecto a eso.
La respuesta del Presidente, de convertir lo que originalmente sería su informe conmemorativo de la toma de posesión en una marcha del Ángel de la Independencia al Zócalo el domingo anterior al aniversario fue criticada amargamente como un acto de revancha, de “medición de fuerzas”, o un berrinche motivado por el enojo de un ego desmedido. Naturalmente, esas interpretaciones vienen de quienes han fallado sistemáticamente en su lectura de la realidad política cada día de los últimos cuatro años.
Basta recordar que el movimiento obradorista se forjó en las calles -desde el mítin contra el desafuero hasta el plantón sobre Reforma en 2006- para reconocer que la invitación a marchar apela a la nostalgia reciente de los momentos cruciales donde surgió el obradorismo callejero, y a la vez representa la oportunidad de manifestar, a la usanza de esos años, el apoyo al proyecto gobernante -no sólo a la reforma política, sino a todos sus esfuerzos de transformación-.
Por si fuera poco, la congregación masiva del obradorismo dará un respiro a las tensiones internas que se han desatado con motivo de la sucesión presidencial. De nuevo evocando las máximas hegelianas, el Presidente y los obradoristas saben que nada favorece tanto la unidad al interior como un adversario externo. Ese adversario por fin mostró su fuerza el 13 de noviembre, y el obradorismo responderá el domingo 27, por lo visto con ánimos alegres (“bien y de buenas”), que se encuentra vivo y unido ante la inminente reconfiguración de una fuerza opositora que hasta hace unas semanas parecía no tener capacidad de regresar.
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