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Susan Crowley

21/10/2023 - 12:04 am

Wagner y sus pecados

La obra de Wagner es monumental no solo por su carga simbólica sino también por su logro estético. Un tiempo mítico en el que los círculos jamás se cierran, forman una espiral cuyo sentido es elevar la condición humana hasta su más alto horizonte.

Al compositor alemán Richard Wagner (Leipzig 1813-Venecia 1883), se le acusa de muchas cosas: su antisemitismo rampante que se tradujo en panfletos, ensayos y libros publicados en contra de artistas y funcionarios de origen judío. Su obsesión por la seda, no permitía que nada más tocara su piel, y por los perfumes, en los que invertía grandes cantidades de dinero, igual que en fastuosas mansiones amuebladas con escenografías espectaculares que costaban fortunas que han dado cuenta de su ego superlativo. La extravagante manera de vivir de Wagner resulta impensable en una época en la que los artistas más bien pasaban hambre. Sus deudas impagables lo obligaron a huir de sus deudores por ciudades y países convirtiéndose en parte de su leyenda. Sus críticos han documentado la poca capacidad como estudiante y su mediocre desempeño dentro de los ambientes musicales de la época.

En sus cartas a Federico Nietzsche, Wagner deja ver su megalomanía; especie de demiurgo, se creyó capaz de cambiar por completo la noción no solo de la música, sino también de la filosofía y la religión. El entusiasmo desbordado que desató en el joven filósofo alemán fue tan grande como el odio que más tarde queda descrito en su opúsculo Contra Wagner. Para quien se deleita con las habladurías de los famosos, es plato fuerte su inmoralidad. Sus romances y adulterios con Mina Planner, Matilde Wesendonck, Cosima Liszt y varias cantantes que aspiraban a un papel en sus óperas; incluso, la forma en que sedujo a Ludwig II de Baviera contribuyeron a su leyenda de seductor. Gracias a la manipulación y a los equívocos lanzados al legendario rey homosexual y lunático, no solo completó sus ambiciosos proyectos musicales, además recibió el soporte para la construcción del costoso teatro de Bayreuth. Tal vez la más terrible de todas las acusaciones es que su arte haya sido utilizado por el nacismo. Su música fue un estímulo para movilizar a los soldados alemanes en la batalla y embriagar a los verdugos en los campos de concentración. A pesar de que su obra estaba demodé en la época de Hitler, este se encargó de revivirla como sustento de su propia mitología pro germana.

El peso de las acusaciones, muchas justificadas, otras la más pura especulación, sostienen la leyenda a más de un siglo de su muerte. Para sus detractores un legado que debería borrarse, para sus adeptos el artista más importante del siglo XIX y precursor del cambio musical del XX. Y es que, estemos de acuerdo o no, es impensable el arte sin él ya sea para denostarlo o exaltarlo, para odiarlo o amarlo, Wagner es un hito del arte.

La ópera del siglo XIX llegó a un punto de definición. Por un lado, la cima del belcantismo y transición a la ópera verista, cuyo mayor exponente, el italiano Giuseppe Verdi, es difícil de superar. Parecía que no habría un más allá después de él. Especialmente su obra de madurez, en la que exploró el drama musical, queda suscrita a los anales del arte por su perfección narrativa, por las voces que le dieron vida, por los personajes entrañables ligados a un destino inalienable pero real y comprensible para una mente humana. Ese es el marco del peor rival de Wagner, no porque quisiera sino porque así los colocó la historia de los nacionalismos musicales, el italiano y el alemán; curiosamente nacieron el mismo año. Dos genios que le dieron su vida a la música y que llevaron el culto patriota al máximo.

En el caso de Wagner, el umbral del Gesamtkunstwerk (en español, obra de arte total) lo unía todo: drama musical, voces, teatro, danza, escenografía. La disonancia cromática permitió que las notas se dilataran a límites desconocidos. Esa disonancia rompió con la armonía acostumbrada y el sonido se convirtió en un torrente sin contención alguna, un volcán que en su erupción destruye y construye nuevos territorios. La orquesta ya no acompañaba a los cantantes, se convirtió en un ente individual, potente, un protagonista que establecía su propia ruta confrontando su poder con el de las voces. La exigencia sobrehumana a los intérpretes que no solo deben tener una capacidad técnica sino desarrollar la compleja urdimbre psicológica que sus personajes les exigen. Mucho más comprometidos, verdaderos héroes y heroínas “wagnerianos”, cuya actuación dota de credibilidad a aquellos dioses y hombres que se relacionan. El drama musical canceló las arias, conjuntos, secciones, etcétera por separado. Las líneas continuas se entrelazan por los leitmoivs o temas recurrentes que representan a una persona, un lugar o una idea. Las masas orquestales permitieron nuevos paradigmas, nuevos instrumentos, como la tuba wagneriana (fusión entre el corno y el trombón) de solemne y profundo sonido, el empleo de los metales, las cuerdas, las maderas para caracterizar a cada uno de los protagonistas: Sigfrido, Tristán, Lohengrin, sus objetos y símbolos, la espada, el grial, la naturaleza, el bosque, el Rihn o el Valhalla.

La música, arte que sobrepasa en su intensidad a todos los demás; flujo de tiempo que penetra en la piel, en las neuronas y que ejerce su poder transfigurador. Estímulo de la psique, el sonido es una alquimia, guarda en sus entrañas la facultad de producir las más profundas sensaciones. Diabólica, sanadora, terminal, demoledora de los sentimientos, Wagner convirtió a la música en poder trascendente, en metafísica, en mito. ¿Qué había en la cabeza de este autor para poder crear los sonidos, los temas, encarnarlos en personajes arquetípicos, en dadores de vida y emisarios del destino?, ¿qué sería de Mahler, Strauss o los autores de la Segunda escuela de Viena, sin él?, ¿qué de Debussy o incluso, como se hubieran concebido las bandas sonoras de las películas, que tanto gustan, sin sus ideas musicales?

La obra de Wagner es monumental no solo por su carga simbólica sino también por su logro estético. Un tiempo mítico en el que los círculos jamás se cierran, forman una espiral cuyo sentido es elevar la condición humana hasta su más alto horizonte. Héroes y heroínas son la respuesta trágica, elemento equilibrador del mundo. Un mundo que está diseñado por Wagner, en su cabeza, como vehículo de las pasiones y el misterio que habita en cada uno. Exégesis del inconsciente que se manifiesta en las acciones. El bien y el mal son entidades autónomas que se disputan para conquistar terrenos inéditos, ya sea en un reino, en la religión, en el amor. El holandés y Senta y la fidelidad del amor, Tanhäuser debatiéndose por el amor entre Venus y Elisabeth, Lohengrin y Elsa, los gemelos incestuosos Siglinde y Sigmund, Brunilda y Sigfrido, Tristán e Isolda y un amor que no puede contenerse en un cuerpo vivo. Todos representan ese vehículo necesario para que el destino se cumpla. Nadie escapa a la línea trazada por Wagner, el autor mismo se entregó a ella y vivió y dejó la vida en ella. El arte es una religión gracias a él, un poder que renueva las fuerzas del mundo; Wagner empeñó su alma en esto y ese es su verdadero legado. La obra del artista es infinita, como lo son las debilidades del ser humano que las creó.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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