Julieta Cardona
21/10/2017 - 12:00 am
Eso que se suspende
reíste que la temperatura estaba en el punto y esparciste sales de vainilla como esparces romero cuando cocinas. Metiste un pie, dijiste auch porque te quemó un poco, pero igual te sumergiste lento, suavecito. Le picaste a la playlist del tango y te serviste una copa de vino.
Algo te ha tambaleado un poco. Que hace un tiempo ya no están juntas y hoy la extrañaste porque te le quedaste viendo a un pastel de chocolate y te acordaste: estabas en tu periodo, metida en tu cama con las sábanas hasta el pescuezo y viendo una película tonta de amor correspondido a medias. Ella te habló por teléfono: ―¿Sigues donde te dejé, niña? ―Pues dónde más va a ser, amor. Y al poco ella llegó con una cajita muy mona color menta: adentro venía un panqué chiquitito. A ella le gustaba hacer regalos así: caros, atinados y con facha de Pinterest de lo perfectos. Te lo comiste de un bocado. Pero vayamos al principio, que ya medio tiré la historia al revés. Esta bola de memorias, antes del panqué ―no mientas diciendo que fue a causa del maldito panqué― comienza contigo dándote un baño. Abriste la llave del agua caliente y la dejaste correr en la tina, luego la fría. Creíste que la temperatura estaba en el punto y esparciste sales de vainilla como esparces romero cuando cocinas. Metiste un pie, dijiste auch porque te quemó un poco, pero igual te sumergiste lento, suavecito. Le picaste a la playlist del tango y te serviste una copa de vino. Y ahí se jodió todo, fue el tinto y la tina esa pequeña. Te vinieron los recuerdos, jaloneándose y compitiendo por llegar primero: era tu cumpleaños y ella te tenía una sorpresa, salieron de la ciudad por dos días con dirección a un hotel bellísimo en el centro de un pueblo también bellísimo. El cuarto era espacioso y tenía chimenea, en la cama había flores y una bandeja plateada con chocolates, fresas y una botella, en el piso había leña. ―Amor, sabes que no me gusta el champán ―le dijiste. Pero ella se había esmerado tanto que no te permitió arruinarlo. ―¿Un baño? ―te preguntó y te llevó de la mano. Se besaron en la tina pero no pudieron jugar como en las películas porque en serio no cabían, fueron torpes y se lastimaron sin querer ―casi siempre se lastimaron si querer―, así que pronto ya estaban con la bata puesta, ella chupando las fresas y tú echando leña al fuego. Pero en lugar, qué se yo, de tener sexo desenfrenado, se quedaron dormidas hasta que el humo las despertó. Salieron del cuarto tosiendo como nunca y con la bata encima, llegó el gerente y otros dos y después de un buen rato por fin estaba despejado, al parecer la madera ―quién sabe cómo― rodó y se consumió fuera de lugar. La cosa fue que terminaron durmiendo entre almohadillas caras con olor a chamuzcado. Muchas veces todo salió mal, pero su amor fue cálido como la tierra. Como la tierra que es cálida. Bueno, sucede que, como me parece dije antes, no es algo guau, solo sientes raro porque prometiste estar por siempre y ese por siempre ha terminado. Se queda suspendido cuando después de exhalar la historia completa, se desliza una sentencia blanda e inalterable: ya no la necesitas.
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