Con ayuda de su familia y asociaciones civiles, la pequeña Sophía, de seis años de edad, hizo historia en México: el pasado 15 de octubre obtuvo un acta el Registro Civil de la Ciudad de México en la que se acredita su cambio de género y nombre. La fecha es emblemática, porque justo hace un año se reportó el asesinato de Alessa Flores, una activista trans que defendía los derechos de las trabajadoras sexuales en la capital del país.
Las defensoras de derechos humanos y las mujeres transgénero consultadas por este medio celebran el logro de Sophía y su familia, pero alertan que no es suficiente, ante la violencia y discriminación de la que es víctima la comunidad transexual.
“Persiste el rechazo que genera el abandono del hogar y del sistema escolar, la falta de oportunidades laborales, el nulo acceso a los servicios de salud. Es una cadenita que va generando pobreza, exclusión y que, en todo el proceso, conlleva la violación de derechos humanos”, sostiene Rocío Suárez, integrante del Centro de Apoyo a las Identidades Trans.
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Ciudad de México, 21 de octubre (SinEmbargo).– La comunidad transexual en México obtuvo este 2017 una victoria histórica: el cambio, por la vía administrativa, de nombre y género de Sophía –una niña de sólo seis años de edad– sin la necesidad de enfrentar un juicio. Y es un triunfo, dicen activistas, en el contexto de odio y violencia al que está expuesto este grupo donde, además, los asesinatos y agresiones en su contra son la marca.
Las activistas y mujeres transgénero consultadas por este medio sostienen que el caso de Sophía no es suficiente, cuando no hay, por ejemplo, políticas públicas que fomenten el empleo para la comunidad trans y cuando algún reglamento se asoma a su favor, no es implementado.
El 13 de octubre del 2016, Cecilia Flores Sánchez recibió una noticia que cambiaría para siempre su vida. “Alguien sin escrúpulos, sin alma, ni corazón’’, asesinó a su hija Alessa Flores, en un hotel de la colonia Obrera, en la Delegación Cuauhtémoc de la Ciudad de México.
Tras el homicidio, cientos de personas de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Transgénero e Intersexual (LGBTTTI), y ajenas se movilizaron en México, pidieron detener la violencia, exigieron a las autoridades estar a la altura de las circunstancias…
Y apenas hace unos días, Cecilia Flores Sánchez, originaria de Tabasco y madres de Alessa, anunció que iba a “dejar ir” a su hija para que pudiera descansar en paz, pero que seguiría buscando justicia.
A más de un año de distancia aún no hay responsables identificados ni detenidos. Los encargados de impartir justicia sólo han presentado un retrato hablado, “pero nada más”, reclama Cecilia en entrevista con SinEmbargo.
–El dolor siempre va a estar. Los momentos, los cumpleaños nunca volverán a ser igual. No es fácil, no es nada fácil. No hay una forma de seguir. El dolor permanece –, lamenta la mujer que, dice, pasa noches sin dormir.
“Cuando muere una puta, nadie, absolutamente nadie, la recuerda. Porque el proceso de encontrar a transfeminicidas en mi ‘ciudad amigable’ es eso: un mero proceso que se queda en el aire”, dijo Alessa en 2015 durante un mitin el Monumento a la Revolución.
Mónica Renata Calderón C. Gorozpe, defensora de los derechos humanos, describe a su amiga como “una mujer que luchaba con todo para salir adelante, una mujer que tenía a sus 25 años unas ganas por superarse, por estudiar, por alcanzar sus metas”.
“Sólo por ser una mujer trans, el asesino la asfixió y la dejó desnuda en un hotel. Eso es lo que una mujer trans enfrenta: el riesgo de ser asesinada”, narra Calderón. “Ser trans en México: es sinónimo de vivir marginada, segregada”.
Grupos y organizaciones civiles en la capital brindan apoyo a las personas trans a través de la promoción de los derechos humanos, el acceso a la justicia y en la revisión de los casos de asesinatos. El Centro de Apoyo a las Identidades Trans trabaja con esta comunidad discriminada.
Rocío Suárez, integrante de la organización, explica que casos como el de Alessa y el otros tras víctimas tiene su origen en “una violencia estructural. Una violencia que viene muchas veces desde la propia familia. Está el rechazo que genera el abandono del hogar y del sistema escolar, la falta de oportunidades laborales, el nulo acceso a los servicios de salud. Es una cadenita que va generando pobreza, exclusión y que, en todo el proceso, conlleva la violación de derechos humanos”.
Fanny Padilla, autora del texto Día D –que narra la historia de una mujer que enfrentó las dificultades de ser trans en México–, plantea que para que haya un cambio, lo primero, lo más importante, es concientizar a la sociedad. “El punto está en actuar desde la educación, borrar la etiquetas”.
De acuerdo a información de Transgender Europe, en 2016 México ocupó el segundo sitio en el ranking de asesinatos de personas trans. Nada más le ganó a Brasil.
En octubre del 2016, cuando mataron a Alessa, representantes de la Comisión de la Diversidad de la Asamblea Legislativa del (entonces) Distrito Federal (ALDF), pidieron que los asesinatos de las transexuales debían ser considerados feminicidios.
LA POLÉMICA POR SOPHÍA
El domingo 15 de octubre, la historia de Sophía circuló en redes sociales y medios nacionales. La pequeña Sofhía con ayuda de su familia, asociaciones civiles y el Registro Civil de la Ciudad de México obtuvo un acta en la que se acredita su cambio de género y nombre.
El hecho provocó reacciones positivas y negativas, lectores y usuarios de redes sociales criticaron a los padres de la niña y los insultaron. “¿Cómo va a decidir a esa edad?”, cuestionaron varios de ellos
Cynthia Lizzette Soria, una mujer transexual que se mantiene atenta al caso de Flores, asegura que supo de su identidad a los tres años.
“A lo mejor otras personas son más tardadas en descubrirse, pero si nos preguntas a muchas personas trans, la mayoría tenemos por lo menos una sospecha de que no somos lo que nos dicta la sociedad que debemos de ser […]. Esta niña tiene todo el derecho. Debe de ser respetada por todos. Si sus padres la apoyan, y han visto la vida diaria de la niña, no hay nada más que discutir. Me parece también que como sociedad mexicana debemos de enfocarnos más en nuestros propios asuntos, en lugar de estar criticando al de enfrente”, explica.
Mónica Renata sostiene que se dio cuenta a los cuatro años.
Sofía Fontanela, activista y defensora de los derechos de la comunidad trans en México, tiene una premisa: “todos somos trans”. Ella, quien ha coordinado proyectos para levantar la voz de los que no la tienen, asegura “que todos cambiamos, todos transicionamos y nos asumimos de una u otra manera en cada etapa de nuestra vida”.
“Pasamos de ser niños a adultos, de solteros a casados, de vivos a muertos; y yo estoy segura de que cada cambio se acompaña de procesos psicológicos y físicos, como quienes asumen pertenecer al género contrario al que les asignaron al nacer. Si tomáramos esta idea, el asumirse trans no tendría ningún problema, pero vivimos en una sociedad machista y con creencias tan limitantes, que justo reprimen y violentan a quienes no cabemos en su esquema de perfección y de un deber ser”, señala.
La activista Rocío Suárez considera que “el reconocimiento a los menores de edad es un paso importante. Va a facilitar su vida. Habrá menos sufrimiento. Antes sólo podía hacerse a través de un juicio (en los casos de menores de edad)”.