Ya no tiene importancia la postura, que si abajo, que si arriba, que si en cuatro, que si acrobacias imposibles, que si en la cama con las sábanas encima o en el suelo como perros. Lo importante es ser injusto con el mundo, esa amnesia que sucede con los besos, que te olvides de la guerra en Medio Oriente, del desastre en la Amazonia, de la pobreza. Lo que importa es que su boca te parezca el fin del mundo y su sexo el inicio de otra vida.
Por Sismaí Guerrero Osorno
Ciudad de México, 21 de septiembre (SinEmbargo).- Acércate lo necesario para que la necesidad se multiplique, pero no tanto como para empezar a disminuir el deseo. El amor no solo debe de estar en los cuerpos también en el espacio que los separa. Que el aire que respiras te sepa ella, de un modo tan profundo que tengas la sensación de estar besándola, pero sin el beso.
Lo primero es quitarle la blusa, pero no con la violencia con la que se abre un regalo, sino suave, como si algo pudiera romperse allí dentro. Luego le tocará al brasier y aquel click deberá sonar como el primer acorde que le recuerde al comienzo de su canción favorita. Sospecho que debe ser muy difícil ignorar su espalda desnuda, pero haz un esfuerzo.
Lo siguiente es recogerle el cabello, hasta que su nuca parezca un espejo. Si ya lo tiene corto, es un paso que te ahorras y debes saber que te envidio. Jadea cerca de su cuello, esto no hace falta que lo memorices en esos momentos, confío ciegamente en la inercia.
Acto seguido, visita su oído izquierdo (el derecho si te gusta que te gobiernen los malos). Ni se te ocurra soltar allí un diminutivo, de hecho lo mejor es que no hables solo deja que tu aliento derrumbe sus paredes internas y construye muros en su alma contigo adentro.
Encárgate de que los vellos de sus brazos sientan cómo vuelve el verano. Y el verano tráelo tú, cuando sea necesario. Túmbala boca abajo en la cama y, aunque esté quieta, su cuerpo debe parecerte un barco que se marcha sin ti, obsérvala como se observan las estrellas fugaces o los helados de a través del cristal de la nevera. Humedece la punta de tu lengua y déjala resbalar desde la base de su columna hasta el inicio de su cuello.
Hazla pensar en lo hermosa que puede ser la lluvia si tú eres el culpable de que llueva. Repite el mismo proceso hasta que sus piernas se rindan y ligeramente dibujen sobre el colchón
un triángulo perfecto. Que parezca que amanece en el espacio que sobra entre tu boca y su vagina.
Rómpele los calzones, si es necesario. Que se note cuánta hambre te provoca, en este momento, lo sutil es de cobardes. Lame desde el culo hasta sus labios, con “labios” imagino que me entiendes, si no es así, olvida lo que he escrito y vuelve a comenzar desde el inicio: desde el cuello hasta la orilla de sus piernas y, si sube la marea, grítale su nombre, todavía es demasiado pronto para naufragar.
Que sea ella quien se gire y abra más sus piernas todavía, sería lo justo. Lo lógico es que termines de rodillas y que ella sea la dueña de tu aire y tú el director de sus gemidos. Incluso puedes jugar con su deseo: deja la playa húmeda y vacía, baja a sus tobillos de repente, lámele por detrás de las rodillas, haz como que subes pero en realidad bajas. Besa a la derecha de su pubis (la izquierda, si prefieres que te gobierne la duda). Toma la recta amplia de su ombligo, sube por la avenida de su vientre, deja en sus pezones tu saliva, busca en sus axilas un tesoro. Da vueltas y vueltas, como un turista que se pierde, hasta que sus manos sean las que te griten cuál es el verdadero camino.
Si bien es cierto que corres el riesgo de morir por asfixia, no se me ocurre cómo podrías tener una muerte más dulce. Si aún respiras, deja que sea ella la que te imponga el idioma, que su garganta te muestre cuánto amor le cabe dentro, que sus ojos te platiquen lo que hace con la lengua y su saliva te presuma del sabor de la victoria. Jamás digas “te amo”; cuando el amor es un acto, no necesita palabras.
Ya no tiene importancia la postura, que si abajo, que si arriba, que si en cuatro, que si acrobacias imposibles, que si en la cama con las sábanas encima o en el suelo como perros. Lo importante es ser injusto con el mundo, esa amnesia que sucede con los besos, que te olvides de la guerra en Medio Oriente, del desastre en la Amazonia, de la pobreza. Lo que importa es que su boca te parezca el fin del mundo y su sexo el inicio de otra vida.
Disfruta del momento, pues no sabrás de nostalgia, ni de listas del súper o de recibos qué pagar, que no haya más vecinos que sus tetas, que el futuro solo sea una promesa y esa promesa una mentira innecesaria. Lo esencial en el amor es la risa y con “risa” me refiero a los orgasmos.
Que si “ahora más duro y hasta el fondo”, que si “deja de mirarme como una puta”, que si “cállate, cabrón y no te vengas”, que si “no puedo aguantar si me sigues mirando así”, que si “te voy a escribir mi nombre dentro, hasta que tus ovarios se lo aprendan”. Ese abrazo del final y los suspiros, el “no abandones mi cuerpo todavía”, la eternidad convertida en otro beso, el no saber si estabas fornicando o en un paseo por el paraíso. Y así, más o menos lo que te resta de vida.