Gisela Pérez de Acha
21/09/2014 - 12:03 am
La izquierda no puede morir
“La izquierda no puede morir.” Era el título de un editorial en la primera plana del diario francés Le Monde Diplomatique. Así de simple. La columna empezaba denunciando las estupideces y venenos que circulan en el debate público, y donde para el autor, la afirmación más tóxica de todas es sin duda aquella que anuncia […]
“La izquierda no puede morir.” Era el título de un editorial en la primera plana del diario francés Le Monde Diplomatique. Así de simple. La columna empezaba denunciando las estupideces y venenos que circulan en el debate público, y donde para el autor, la afirmación más tóxica de todas es sin duda aquella que anuncia con una gravedad profética el fin de las categorías de “derecha” e “izquierda” como las conocemos hoy en día. No más antinomia política. Fin de la dualidad.
¿Qué está pasando en el mundo que hace que la comentocracia afirme tan categóricamente que la “izquierda ha muerto”? El panorama en Europa es sombrío. Mientras en Francia crece cada vez más la base de votantes del partido de derecha radical de Marine LePen, el Partido Socialista del presidente Hollande cae en pique por segundos; en Suecia el partido de derecha extrema tuvo el 13% de los votos en la más reciente elección; en Alemania la política económica de Angela Merkel predica la austeridad en perjuicio de los trabajadores y en España, la extrema derecha ha avanzado durante el gobierno de Rajoy con políticas en contra del aborto, el matrimonio gay y las protestas. Del otro lado del continente, en Estados Unidos, la figura de cambio que alguna vez simbolizó Obama se parece cada vez más a los regímenes que restringen libertades: de la NSA y la persecución a Snowden y a periodistas disidentes, el aumento de fondos para la guerra, uso de drones, políticas migratorias restrictivas y la aceptación de torturas en Guantánamo Bay.
Parece que la izquierda murió y la derecha va en ascenso.
En México la tentación profética es la misma porque detrás del dicho que no hay oposición está la catastrófica afirmación de que no hay izquierda. Frente a un PRD que negocia con la tiranía, un Miguel Ángel Mancera que se convierte en su juguete y un Morena atrapado en el trágico populismo de López Obrador, estamos por decir “matemos a la izquierda.” El PRI mientras tanto ha probado ser una derecha sin oposición que restringe libertades y privilegia a los ricos; una política neoliberal que permite que las empresas privadas gobiernen a su lado sin ser capaz cuestionar su poder. Ambos partidos dirigen su discurso hacia un populismo centrista, porque eso significa que la derecha y la izquierda “hayan muerto”: política disfrazada de moderación pero siempre montada en el capital.
Frederic Lordon, el autor de la editorial de Le Monde señalaba el grave error de estas profecías: se confunde a la izquierda como una categoría política con las miserables realizaciones partidistas; y se contagia como chisme que si no nos ocupamos de la izquierda, la derecha se ocupará de nosotros.
Si la izquierda ha muerto, ¡¡pues qué bueno!! Pero que muera ESA izquierda. La partidista, la populista y poderosa. La que se disfraza de igualdad y quiere remediar el desempleo apoyando a las grandes corporaciones. La que reprime libertades y no acepta ningún tipo de disenso. Que mueran el PRI y el PRD por su falsa moderación que ya no se atreve a cuestionar nada. Pero la izquierda misma no puede morir porque es de una naturaleza distinta: la izquierda es una idea, y las ideas nunca mueren. Por eso son tan peligrosas.
“Igualdad y verdadera democracia; voilà lo que es la izquierda”, definía Lordon. Y hay que ser depresivos o ciegos para darse cuenta que como idea no ha muerto.
¿Qué significa esta idea en la era del capitalismo global, intocable y más poderoso que nunca? La acumulación expresada en números abstractos no tiene fin. Por eso mismo igualdad y democracia no pueden ser reales cuando la sociedad se abandona a la ilimitada hambre voraz del capitalismo, entendido tanto como lógica social que como grupo de interés. Para Lordon, ser de izquierda es una posición frente al capital que lo reconoce como potencia tiránica y se rehúsa a dejar que gobierne codo a codo con la clase política. Ser de izquierda es eso: igualdad y verdadera democracia para no dejar que capitalismo y gobierno se confundan y se mezclen.
No es el discurso tibio que apoya a las empresas mientras se maquilla de igualdad. No es el criterio tercermundista mexicano que cree que el desarrollo aumenta con el capital; la terrible paradoja de pensar que un aumento del PIB no implica más desigualdad y más monopolios. Ahí está la fortuna de Slim disputando los primeros lugares de Forbes, mientras la pobreza sigue en aumento y ni siquiera nos ponemos de acuerdo sobre cómo medirla. Pero tampoco es la caricatura que propone un mundo anárquico sin dinero y a base de trueques; esto es prácticamente imposible cuando la supervivencia de hoy pasa por la monetización de absolutamente todo. El punto es replantear las instituciones que crisis tras crisis, permiten que el capital gobierne el mundo y haga crecer las desigualdades.
¿De dónde vendrá nuestra izquierda? ¿De dónde vendrá la oposición en una cultura obsesionada con el chisme político y en la que la crítica se toma como juego de insultos? ¿Cómo podría existir una idea de izquierda en un país tan estructuralmente dormido como México? Me queda claro que ninguna estructura institucional lo hará; no un Marcelo Ebrard que busque ganar el voto tibio; un López Obrador empantanado con su propia lógica o un John Ackermann proponiendo una “nueva izquierda” plagada con los viejos trucos de Congresos Populistas.
Nos quedan tal vez los fantasmas de movimientos sociales, tan trágicamente cerca del PRD. Quizá el esqueleto del movimiento (neo)zapatista con lo que implique su traducción a contextos urbanos; o el anarquismo que hoy es sinónimo de un comodín de violencia. Tal vez la esperanza de un movimiento feminista que cuestione al poder y al capital, o la fe en las nuevas generaciones a las que siempre se les hereda toda la carga.
Pero tal vez no nos quede nada. Ganó la epidemia centrista y moderada que invadió a las izquierdas partidistas. Esa tibieza y falso respeto que no se atreve a cuestionar y que condena a las minorías que dicen no estar de acuerdo. Ganaron los cánones anticuados de lo políticamente correcto y las modas tuiteras de las mayorías.
Aún así, la izquierda no puede morir. Vendrá de la irreverencia, el cuestionamiento y las ideas; muy lejos de la lógica partidista y del poder empresarial. Es un concepto que apenas tiene dos siglos y al que las crisis actuales no dejan de darle razón.
No sé si nos toque vivirla, pero a estas alturas no me queda más que decir: ojalá llegue pronto. Ya es tiempo de nuevas estructuras.
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