Jaime García Chávez
21/08/2023 - 12:01 am
Por una cabeza, o se acabó la timba
Ebrard no es, a la hora del balance actual y concluyente, ni el zorro que “sabe muchas cosas”, ni el erizo que “sabe una gran cosa”, recordando al legendario Arquíloco. Sin magnificarlo, ya se sabe de quién hablo y tiene las dos habilidades, no tanto como cree, pero suficientes.
No hay plazo que no se cumpla. En muy pocos día sabremos quién ocupará candidatura de Morena a la Presidencia de la república. El proceso que se ha mostrado en la escena pública está teñido de falso pluralismo, y una gran simulación y desprecio por la normatividad electoral.
Ese pluralismo es imperfecto. En la búsqueda de la nominación aparecen cinco actores que nos dicen que luchan implorando “piso parejo” o equidad, lo que hace evidente que sus pesos específicos distan mucho de ser iguales, y contar con los mismos recursos o activos.
Lo único que los iguala son las suplicantes oraciones públicas para adherirse a una fe de manera inequívoca en favor del gran dador, el presidente, árbitro de árbitros, dueño patrimonialista de Morena, dedo mayor que señalará por dónde deben ir los pasos de la patria hacia la tierra prometida, y sobre todo quién ha de ser su pastor.
La simulación es tan ostensible que ni comentario merece, pero a la postre tendrá un efecto acumulativo nefasto, para el funcionamiento de las instituciones que aún reman en el país en favor de la legalidad y el anhelado sistema democrático que no acaba de cuajar.
Pero vayamos a lo que es carne viva: los lamentos de Marcelo Ebrard. Él sabe que el factor real de la decisión última no está en los fines que todos los precandidatos tienen en común y que se llama “aspiración presidencial”. Por eso buscan que la balanza se incline en Palacio Nacional a su favor. Hasta aquí las aspiraciones.
En cambio los medios siempre son limitados. Unos cuentan con óptimos, otros con buenos, otros no tienen o de plano son ineficaces. En otras palabras, todos pueden querer y ambicionar la anhelada candidatura, pero no todos tienen las mismas fuerzas, reservas o condiciones para lograrlo.
Ese desequilibrio está implícito en los lamentos de Marcelo Ebrard y sus seguidores, pero afirmar esto obliga a reconocer un par de cosas: puesto en las mismas condiciones que favorecen a Claudia Sheinbaum, él haría lo mismo que ella, quizás con diferentes matices en el estilo, acorde a lo que dice en su autobiografía escrita para la campaña. Él sabe de todo esto, pues no olvidemos que su alineamiento en 1988 fue con Carlos Salinas y como una especie de lugarteniente de Manuel Camacho Solís.
Cuando la política se mezcla con las categorías de la guerra, dicta la regla que nadie renuncia a una fortaleza si ya la tiene en sus manos; puede perderla, pero entregarla jamás. No son cosas que se hagan así como así, deportivamente. Sería una falta de pericia política que todo estratega rechaza de entrada, y Marcelo presume que lo es. Sus mecanismos son menos toscos, vale decir, que aquellos propios de los que tripulan la nave morenista.
Pero hay más: Ebrard sabe que más allá de toda encuesta sólo está el poder de López Obrador para decidir, y ha buscado ese apoyo denodadamente. El Presidente le ha dicho que es su “hermano”, con todo lo que eso significa, en cuanto que las herencias son para los hijos o las hijas.
En esa senda, Ebrard llegó al absurdo que muchas simpatías le restaron al proponer una “Secretaría de Estado para la Cuarta Transformación” en la que estuviera al mando el hijo mayor del jefe de la dinastía lopezobradorista.
Los lamentos de Marcelo que traigo a comentario, obviamente reflejan el crujir propio de una decisión importantísima que se está tomando y se dará a conocer en breve. Hoy por hoy se cifra en una resolución, más que de un partido, de un presidente que retornará al ejercicio de una facultad metaconstitucional que mucho daño le ha hecho a la nación. Entiendo que nada duele más que perder lo que se tiene a tiro de piedra. Ese es el drama actual de Marcelo. La tranquilidad, por ejemplo, de Adán Augusto López, es ejemplar, porque él está ahí, previsiblemente para levantar la mano de quien se unja para arribar al absoluto, o al sub-absoluto.
Examinando los factores externos de Morena y que pesan mucho electoralmente, está el que vivimos el momentum de la mujer, y eso, sin duda alguna, pesa tanto hoy como mañana. Eso nadie lo cambia, y Marcelo lo sabe.
Marcelo Ebrard es la segunda vez que busca la candidatura. En 2012 no tenía ni posibilidades partidas, fue a la encuesta y le dijeron que sus resultados le habían sido adversos, y se retiró a un ostracismo que se prolongó varios años y del que lo sacó López Obrador, haciéndolo canciller y una especie de milusos. Hoy este aspirante sabe que una tercera oportunidad está remota.
Ebrard no es, a la hora del balance actual y concluyente, ni el zorro que “sabe muchas cosas”, ni el erizo que “sabe una gran cosa”, recordando al legendario Arquíloco. Sin magnificarlo, ya se sabe de quién hablo y tiene las dos habilidades, no tanto como cree, pero suficientes.
Pero la pongo más fácil, de acuerdo a viejo adagio, no es lo mismo llevar el timón de la nave, que gobernar las riendas, en este caso, de una candidatura.
La lección del famoso tango nos dice que se puede perder por una cabeza, o simplemente que se acabó la timba.
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