Luego de ser los anfitriones del entonces líder de Al Qaeda y quedar a mercer de la invasión estadounidense que le siguió al 11-S, los talibanes han dado pasos hacia una relación más parecida a la que Irán y Arabia Saudí tienen que con las potencias del mundo antes que la beligerancia del pasado.
Por Alberto Masegosa
Redacción Internacional, 21 ago (EFE).- Hospedar al líder Al Qaeda, Osama Bin Laden, y permitirle planear desde suelo afgano los atentados del 11-S fue un error que los talibanes pagaron con la pérdida del poder y que han madurado durante dos décadas.
Los ataques contra el Pentágono y las Torres Gemelas “fueron el pretexto que sirvió a Estados Unidos para invadir nuestro país”, reconocía ya en 2011 en declaraciones a Efe el que había sido el último ministro de Exteriores del régimen talibán, Wakil Ahmed Muttawakil.
“Bin Laden nos ha supuesto un fuerte dolor de cabeza”, admitía.
Una década después los talibanes han recuperado el Gobierno y han querido dar a entender a la comunidad internacional que han aprendido la lección de hace 20 años; aseguran que no buscan enemigos y pretenden mantener “buenas relaciones con todo el mundo”.
A diferencia de otros grupos islamistas como la propia Al Qaeda y el Estado Islámico, los talibanes no han atentado en Occidente.
Pero su ideología sigue vertebrada por la yihad, que exige llevar la guerra santa allá donde se encuentre el infiel.
Y en el territorio bajo su control la sharía o ley islámica somete al creyente a un severo, si no brutal, código de conducta.
PAKISTÁN, CHINA Y RUSIA, POR ESTE ORDEN
“Si los talibanes no hubieran apoyado a Bin Laden no hubieran sido detectados por el radar global”, subraya el analista Uday Bashkar, director de la Sociedad de Estudios Políticos, think tank especializado en asuntos de seguridad en el Sur de Asia.
El experto considera que han aprendido del precio que pagaron 2001, pero solo desde el punto de vista del pragmatismo político.
“Ahora utilizan mucho mejor la tecnología, la comunicación y la diplomacia, sobre todo en su trato con EU”, asevera.
Bashkar advierte, no obstante, de que su ideología “es la misma”.
Prevé que su nueva llegada al poder va a tener un fuerte impacto no solo en la región del Sur de Asia, al que Afganistán pertenece; también en Oriente Medio y Asia Central, con las que el país comparte fronteras y donde hay en juego intereses cruciales.
“Necesitan el reconocimiento regional y en ese sentido en su agenda figura en primer lugar Pakistán -de donde surgieron en los años noventa y que tradicionalmente les ha servido de base y de refugio-, y después China y Rusia, por este orden”, apunta.
IRÁN Y ARABIA SAUDÍ COMO MODELOS
También Eva Borreguero, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, piensa que los talibanes “han aprendido la lección”, y que “por cuestión de supervivencia van a tratar de evitar los conflictos con las grandes potencias”.
Vaticina que su estrategia les llevará a mostrar una cara atemperada a corto plazo pero que a medio y a largo “habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos, porque son de otra generación pero su fundamento ideológico sigue siendo el mismo”.
“Intentarán mostrar una nueva imagen frente al exterior en las ciudades, bajo el escrutinio de los medios occidentales, pero no sabremos lo que ocurrirá en las áreas rurales más remotas”, dice.
Borreguero cita a la República Islámica de Irán y al Reino de Arabia Saudí como posibles modelos del nuevo régimen talibán.
Tanto la chií Irán como la wahabí Arabia Saudí han instaurado gobiernos de origen teocrático cuyo rigor y sistemática violación de los derechos humanos no les ha privado de un lugar en la comunidad de naciones ni de reconocimiento en el orden internacional.
El nuevo régimen talibán puede servir, a su vez, como modelo a grupos radicales de África, “sobre todo en el asedio al poder”.
La académica anota que, en todo caso, los talibanes “intentarán alcanzar el máximo grado de ortodoxia que les permita sobrevivir”.
NI OBAMA, NI TRUMP, NI BIDEN; BUSH
Parte del debate se ha centrado esta semana en la responsabilidad de los sucesivos presidentes norteamericanos en el fracaso político, militar y diplomático que supone el regreso talibán a Kabul.
A Barak Obama se le ha culpado de iniciar el repliegue militar norteamericano, a Donald Trump de negociar la retirada y a Joe Biden de precipitar la salida del Ejército de EU del avispero afgano.
Fue, sin embargo, el predecesor de todos ellos, George W. Bush, quien ordenó la invasión militar de Afganistán tras los atentados del 11-S, y en circunstancias que hay quien puso en duda.
En sus declaraciones a Efe, el antiguo jefe de la diplomacia talibán Muttawakil negó en 2011 “rotundamente” que hubiera avisado con antelación a la administración Bush de que Al Qaeda estaba organizando un ataque con aviones contra Estados Unidos.
Asi lo aseguraba entonces el líder islamista uzbeko y aliado talibán Yohir Yo’Idosh; fuera cierta o no esa versión -y el aviso se transmitiera o no-, los atentados se llevaron a cabo, y de manera consecutiva, la invasión norteamericana del país surasiático.