Tarantino apuesta por una historia de venganza despiadada protagonizada por un escuadrón de soldados judíos estadounidenses cuya única finalidad es eliminar cuantos más nazis mejor.
Por Antonio Martín Guirado
Madrid, 21 agosto (EFE).- “Creo que esta podría ser mi obra maestra”. Así es como Quentin Tarantino cierra Inglourious basterds, una película revisionista sobre la II Guerra Mundial de la que este miércoles se cumplen diez años de su estreno y que, tal y como sostiene el propio cineasta, para muchos figura entre las cimas de la filmografía del polémico y genial autor.
Así lo sostienen los recientes análisis confeccionados por el diario The Washington Post y la publicación especializada IndieWire, que colocan el filme, hiperviolento y con unos diálogos tan acerados como de costumbre, en lo más alto de la celebrada trayectoria de Tarantino, si bien la mayor parte de los especialistas coinciden en señalar que Pulp Fiction sigue siendo su obra a batir.
Con un reparto de campanillas encabezado por Brad Pitt, Christoph Waltz, Mélanie Laurent, Eli Roth, Michael Fassbender, Diane Kruger y Daniel Brühl, Tarantino apuesta por una historia de venganza despiadada protagonizada por un escuadrón de soldados judíos estadounidenses cuya única finalidad es eliminar cuantos más nazis mejor (“cada uno me debe un centenar de cabelleras nazis”, clama el teniente Aldo Raine, encarnado por Pitt).
La trama arranca en la Francia ocupada por los nazis con la memorable introducción del coronel Hans Landa (Waltz), una de las mejores creaciones de Tarantino, un “caza judíos” enamorado de la leche y de fumar en pipa, tan locuaz y encantador como mortífero e implacable en sus intenciones.
Empleando música de Ennio Morricone, Landa y sus hombres llegan a la granja de la familia LaPadite en busca de una familia de judíos aún por localizar. Tras un tenso diálogo, el patriarca, tembloroso, admite que los huidos están escondidos en el sótano y los nazis abren fuego sobre ellos a discreción. Sin embargo, Shosanna (Laurent), la hija más joven de la familia asesinada, logra escapar.
A raíz de ahí, Tarantino presenta años después a la banda de Raine, cuyo fin de acabar con el régimen nazi coincide en el tiempo con los planes de venganza de Shosanna, que ahora regenta un cine en París y trata de pasar inadvertida, aunque ve la oportunidad perfecta para llevar a cabo sus planes cuando Joseph Goebbels (ministro nazi de Propaganda) decide estrenar allí mismo una película sobre un héroe de guerra alemán.
Aprovechando la ocasión, con la plana nazi reunida en ese escenario, Shosanna planea blindar todas las salidas e incendiar el lugar, pero desconoce que el grupo de Raine pretende aprovechar la velada para acabar con Hitler haciéndose pasar por miembros de la industria cinematográfica alemana y empleando explosivos.
En su maravilloso final, con la música de David Bowie (“Cat Fire, Putting Out Fire”) como telón de fondo, el cine y la fantasía reescriben la historia haciendo arder a los nazis por sus pecados (“todos vais a morir y quiero que miréis fijamente el rostro de la judía que va a mataros”, clama Shosanna mientras el público ve cómo Hitler es acribillado a tiros.
Inglourious basterds, narrada en su mayor parte en francés y alemán, fue nominada a ocho premios Óscar, incluidos los de mejor película, mejor director y mejor guion, y se llevó el galardón al mejor actor de reparto para Waltz, todo un descubrimiento de Tarantino para el mundo y que repetiría triunfo en esa misma categoría tres años después con “Django desencadenado”.
La cinta, que recaudó más de 320 millones de dólares en todo el mundo, también supuso la primera ocasión en la que Tarantino optó por reformular los acontecimientos del pasado, tal y como volvió a hacer en Django unchained y, especialmente, en Once upon a time in... Hollywood, para ofrecer al espectador una experiencia catártica y liberadora.