Adela Navarro Bello
21/02/2024 - 12:04 am
El poeta, el Presidente, y “la normalización del infierno”
“Realmente México es hoy, dadas las cifras y los hechos, un país más inseguro. Donde no sólo se mata, también se extorsiona, se roba, se cobra piso, se amenaza; donde los narcos usan bombas, minas terrestres y drones para matar soldados, guardias nacionales, y atacan a mansalva a policías municipales, lo mismo en Guerrero que en Michoacán, o Baja California”.
El infierno son siete jóvenes, cinco de ellos menores de edad, asesinados en Tlaquepaque, Jalisco, a manos “presuntamente”, del crimen organizado. Lo de “presuntamente” también es parte del infierno porque en este país esa presunción suple a la justicia.
Javier Sicilia, poeta, activista, víctima al ser el padre de un hijo asesinado, escribió en la última edición digital de la revista Proceso la “Séptima carta abierta a López Obrador”. A secas, la tituló: “Te lo dijimos”. Es la última misiva que le escribirá al Presidente. No tiene caso más palabras, dado que, refiere el escritor, Andrés Manuel López Obrador está convertido en “una especie de ‘Cromañón extraviado en la torre de Babel’ que ‘sigue su camino sin que nada le estorbe’”. En México no hay oídos sordos que los del Presidente.
La democracia, analiza Sicilia, es “una entelequia bajo condiciones de inseguridad, sufrimiento y violencia extremas y con un Estado capturado hace mucho por el crimen organizado”. Su parámetro, como el de muchos otros mexicanos, analistas, columnistas, periodistas, es la cada vez más creciente cifra de asesinatos dolosos en el país, aquellos cometidos mayormente desde la criminalidad organizada y el narcotráfico, que el mandatario, ante muchos mexicanos, prometió no sólo resolver, sino disminuir en los primeros seis meses de su sexenio. Y no cumplió.
El poeta lo acota así:
“Al final de tu sexenio has fracasado y, como tus antecesores y la mayoría de los criminales en México, terminarás impune. Llevas contigo no sólo los más de 170 mil víctimas, que hasta el momento ha cobrado tu sexenio; sino también las más de 300 mil que cobraron los gobiernos de Fox, Calderón y Peña. También las de la Guerra Sucia que, junto con Ayotzinapa, nunca resolviste”.
Remata contundente: “Las atrocidades son deudas de Estado que se heredan, dejas con ello un país más derruido y más capturado por el crimen organizado, la degradación moral, el odio, la impunidad, la inseguridad y la normalización del infierno. Eres la continuación de lo que decías despreciar y en realidad amabas”.
Efectivamente, el sexenio de López Obrador concluirá con una cifra mayor de muertos a las registradas en los dos sexenios inmediatos anteriores al del morenista. Poco hizo para contener la inseguridad, al final, imperó una frase simplona que le hizo obtener popularidad en un debate presidencial, “abrazos, no balazos”; Sicilia lo racionaliza: “Para colmo, no sólo te pusiste a abrazar a los criminales, sino que llevaste el sueño de Calderón y Peña Nieto a un extremo insólito: entregaste a las Fuerzas Armadas el control de muchas instituciones civiles y buscas a toda costa desmantelar las instituciones que las víctimas creamos con nuestra propia sangre. Si no eres un dictador, tu megalomanía se asemeja bastante a la de ellos”.
Realmente México es hoy, dadas las cifras y los hechos, un país más inseguro. Donde no sólo se mata, también se extorsiona, se roba, se cobra piso, se amenaza; donde los narcos usan bombas, minas terrestres y drones para matar soldados, guardias nacionales, y atacan a mansalva a policías municipales, lo mismo en Guerrero que en Michoacán, o Baja California.
En su carta, Sicilia reflexiona sobre el “desprecio por las víctimas” que tiene el Presidente; efectivamente, los revictimiza. Se convierte en Juez para señalar desde el púlpito presidencial, como lo hizo con los cinco jóvenes estudiantes de Universidad que fueron masacrados, presuntamente por un cártel. Pero en lugar de fustigar a los miembros de los cárteles, a los delincuentes organizados, López Obrador acusó, sin más pruebas que su palabra, que a los jóvenes los mataron por un asunto de drogas, por comprar sustancias ilícitas en el lugar equivocado a la banda equivocada, como si hubiese una correcta, o como si comprar droga fuera la justificante para acabar con la vida de alguien. En un caso que ya se ha minimizado ante el acontecer de otros hechos de sangre más notorios, los padres, víctimas con hijos asesinados igual que Sicilia, demostraron con análisis de la Fiscalía, que los jóvenes no consumían droga. Ese no era el tema, pero ya el Presidente había dictado sentencia.
Lo mismo ocurrió hace una semana con el asesinato de Angelita Almeraz, una buscadora de desaparecidos que fue asesinada en Tecate, Baja California. Trece días antes de que la mataran de tres tiros a la cabeza, había descubierto el cuerpo de un hombre en las inmediaciones de esa ciudad con Tijuana, pero ninguna autoridad quería acudir a rescatar los restos y procesar la escena para iniciar una investigación y hacer justicia, hasta que ella hizo un en vivo en redes sociales, se expuso ante los criminales, y obligó a la FGE, a actuar.
No habían pasado ni doce horas de su homicidio cuando el Presidente López Obrador sentenció, dictaminó, desde su conferencia matutina, que ya tenían identificado al asesino, y que el crimen no tenía nada que ver con su labor (de buscadora). A la fecha, casi dos semanas después del asesinato, no se ha detenido a un solo perpetrador, aunque las autoridades locales tienen en la mira a dos sospechosos, uno material y uno intelectual, en un caso que llevaría hasta su labor de buscadora de desaparecidos.
Ese también es el infierno en un país donde la vida le fue arrebatada a balazos a una mujer mientras buscaba desaparecidos, labor que ninguna autoridad quiere encabezar, porque su trabajo pareciera ser minimizar tanto las cifras de desaparecidos como las de homicidios dolosos. A los gobiernos de Morena les conviene que los muertos sigan enterrados en vez de ser contados.
Sicilia narra algunas conversaciones que sostuvieron con el ahora Presidente cuando en campaña y como mandatario nacional electo, en las cuáles les pidió ayuda para elaborar una estrategia de justicia, y le propusieron un plan de justicia transnacional, un plan ejemplar para no solo llegar a la verdad de la ola de violencia que azota a México, sino hacer justicia, reparar el daño y detener la postergación del clima de violencia en el que México subsiste. Pero el poeta narra cómo el Presidente fue olvidándose de su llamado, de su compromiso, y su inacción ha cubierto el país que mal gobierna con sangre y balas.
No mueven al escritor los ánimos políticos. Así destaca: “México no necesita una transformación. La tuya hizo más hondo el horror y el fracaso del Estado. Tampoco el regreso, como pretende la oposición, a un Estado de Derecho que solo existe en su imaginación”.
Lo que México necesita es frenar esta ola de violencia, no normalizarla ni hacer de la inseguridad una experiencia cotidiana. Urge dar justicia a miles de víctimas de un crimen diverso y rampante que atenta contra los ciudadanos con asesinatos, masacres, desapariciones, extorsiones, secuestros, cobro de piso, distribución masiva de droga y armas, mientras el Presidente cada mañana se limita a culpar a los fantasmas de un pasado que ya no superó.
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