Son casi las 12 del día, de un miércoles cualquiera. Excepto por un detalle: John Malkovich está en México y un salón del Hotel W de Polanco está atiborrado de periodistas (reporteros, camarógrafos y fotógrafos) y algunos colados que lo esperan.
El eterno aspirante y nunca ganador del Oscar está en nuestro país (y ahora, en nuestra ciudad) para presentar La comedia infernal, una obra teatral acerca de Jack Unterweger, un asesino serial, uno de esos personajes que le quedan a la perfección, con esa aura de perversidad que lo envuelve, quizá por esos ojos gatunos y seductores.
Hemos esperado poco. Cerca de las 12 con 10 minutos aparecen por una puerta secreta (de esas que siempre hay en las conferencias de prensa que dan los personajes importantes): Michael Sturminger, director de escena; tres mujeres guapas (una más que las otras): las sopranos Sophie Klußmann, Kirsten Blaise y Marie Arnet, y por supuesto, John Malkovich.
Es el momento de comprobar o refutar cualquier cosa que uno haya podido pensar acerca de este actor, productor, director y guionista, nacido en 1953 en Illinois.
Es la pura verdad: el vizconde Valmont está aquí mismo, y aunque ahora es un hombre bastante mayor, sigue siendo bastante atractivo.
Su voz es suave y lenta; prácticamente arrastra las palabras. Parece tener todo el tiempo del mundo para responder las preguntas que no cesan, que como avalancha lanzan los periodistas que llenan el salón.
Las cámaras no dejan de hacer sonar sus clicks y de deslumbrar con sus flashazos; las organizadoras (dato curioso: son todas mujeres), no dejan de recordar, eso sí, muy amablemente, a los "compañeros fotógrafos" que la sesión de fotos tendrá lugar al final de la conferencia.
Sturminger, Klußmann, Blaise, Arnet y Malkovich (más Malkovich, por supuesto) responden las preguntas con la ayuda de una traductora, y al cabo de una hora, otra vez la voz de una de las organizadoras, marca el fin de la sesión al micrófono: “Gracias por acompañarnos”.
La rechifla no se hace esperar: muchos se quedaron con sus preguntas anotadas en sus libretas Moleskine o en sus blocs más modestos. O los más tecnologizados en sus iPads, blackberrys o iPhones. Pero ya no hay nada que hacer. El director, las sopranos y el actor se levantan de la mesa, posan un momento ante las cámaras inquietas, y se van, por la misma puerta secreta por la que entraron.
NOT BEING JOHN MALKOVICH…
Los minutos transcurren muy despacio. Pesa como el plomo este ambiente de estrellas de la televisión, cuando la única verdadera estrella que hay aquí es John Malkovich.
Me tocará el tercer turno. Cada equipo de televisión tiene 15 minutos para hacer su entrevista (eso dicen, pero me doy cuenta de que es mucho menos cuando veo cómo una de las organizadoras le hace una señal a la segunda reportera para que concluya, cuando apenas han transcurrido poco más de 10 minutos).
Conforme se acerca el momento, mis nervios van en aumento. Me siento como una novata, y no me importa decirlo: no todos los días se entrevista a uno de los mejores actores del mundo.
Justo cuando veo que John Malkovich se despide de la reportera rubia y muy delgada que lo acaba de entrevistar en un excelente inglés, la imagen que viene a mi mente es la de su personaje en Burn after reading, de los hermanos Coen: el frenético Osborne Cox, agente de la CIA retirado antes de tiempo por propia voluntad, cuya esposa (Tilda Swinton) lo engaña nada menos que con el personaje interpretado por George Clooney, y que como ya no sabe qué hacer con su depresión y con su tiempo libre, se la pasa todo el día en bata.
Pienso en esto porque Malkovich trae unos pantalones azules, muy ligeros, que casi parecen de piyama, y como calzado una especie de pantuflas azul marino, eso sí, a juego con su pantalón.
Conforme se acerca, con una taza de capuchino humeante y espumoso en la mano, la imagen de Osborne Cox se diluye: con un correcto: “Hello. Nice to meet you”, se establece el primer contacto físico entre Malkovich y yo: un cordial apretón de manos.
El asistente parece tener problemas al colocarle el micrófono. Parece estar tan nervioso como yo. Tanto, que algo se rompe (“¡Oh no!”, pienso, pero el camarógrafo entra rapidísimo al quite con un micrófono nuevo).
Todo este tiempo (que quizá fueron dos minutos pero a mí me parecieron 30) John Malkovich ha esperado pacientemente mientras le acomodan y desacomodan los cables del micrófono. Por fin todo está arreglado; nos sentamos, y en unos minutos escucho la voz del camarógrafo que dice: “Corriendo y grabando”.
TRYING SO HARD TO BECOME JACK UNTERWEGER
Empiezo por lo más inmediato: la razón de su visita a México. Después de una breve presentación en español, y de agradecerle (ya en inglés) que haya aceptado la entrevista, me “arranco” con el tema de La comedia infernal: el asesino serial Jack Unterweger.
–Ahora usted viene a presentar La Comedia Infernal aquí en México. Háblenos acerca del personaje que usted caracteriza: Jack Unterweger.
Malkovich se toma su tiempo para responder, y cuando lo hace, habla despacio, suavemente, como si estuviera contando una historia de amor y no la de horror de un feminicida:
“Jack Unterweger fue un austriaco que fue condenado por asesinar a una mujer cuando era muy joven. Fue a prisión. Fue sentenciado a cadena perpetua pero salió después de 15 años, y fue perdonado, y él mismo inició una campaña para conseguir su liberación de prisión, como alguien que había sido rehabilitado. Y su campaña fue exitosa y algunos artistas y escritores, incluyendo dos autores ganadores del premio Nobel, apoyaron la campaña para liberarlo, como una especie de ejemplo vivo de la posibilidad de rehabilitación y redención. Él se convirtió en un autor muy conocido, muy bien conocido, y en dramaturgo y periodista, y fue toda una celebridad en Viena, y en Austria en general. Y luego se descubrió que en el primer año después de su puesta en libertad, él asesinó a seis mujeres, y reporteó esos asesinatos para un periódico austriaco. Y luego fue a Los Angeles y asesinó a más mujeres mientras trabajaba como periodista, y también cuando estaba en Checoslovaquia, en Praga, y en la República Checa también”.
Pienso que va a hacer una pausa en su narración y tomo aliento para hacer la siguiente pregunta. Es curioso lo que siento ahora: ya no estoy tan nerviosa... Pero antes de que pueda articular palabra, Malkovich continúa hablando, y lo que me dice, como si me leyera la mente, tiene que ver con lo que estaba pensando preguntarle a continuación:
”Y esta pieza es una especie de híbrido entre teatro y música del clásico temprano. Soy yo y dos sopranos, y una orquesta completa en el escenario”.
–¿Y por qué contar esta historia, la historia de Jack Unterweger, con música?
Ahora, en cambio, no lo piensa; responde casi de inmediato:
“No creo que hubiera alguna otra manera de hacerlo, por el poder y la pasión de la música. Y la música es todas las cosas que Unterweger no diría o querría decir. En otras palabras, la música es la verdad. Unterweger es cualquier cosa menos la verdad”.
Lo miro y siento esa corriente sexual que seguramente experimentan todas las actrices que trabajan con él, es más, todas las mujeres que, por alguna razón, cualquiera que sea, se ven como me veo yo ahora: sentadas a escasos centímetros de distancia de sus ojos rasgados, de sus labios delgados, de su aliento a café:
–Usted es conocido como un actor que interpreta personajes muy sensuales, muy sexuales. ¿Se siente identificado de alguna manera con este personaje, con Jack Unterweger?
Aquí Malkovich hace la pausa más larga que hará en toda la entrevista. Su silencio se prolonga durante casi 30 angustiantes segundos (larguísimos, eternos para televisión). Pienso, quizá para tranquilizarme, que un actor debe estar perfectamente consciente de sus silencios, por qué, para qué, qué significan, qué quiere decir con ellos.
Por fin, John Malkovich responde:
“Quiero decir, hasta el extremo de que las mujeres, mi relación con ellas, siempre han formado una parte importante de mi vida. Desde el hecho de tener tres hermanas pequeñas... Pero siento que no tengo tanto en común con Unterweger, además de eso...”.
–Afortunadamente...
Le digo, para aligerar el momento.
“Sí, afortunadamente...”, me contesta, sonriendo.
Insisto:
–Pero, ¿cree usted que la sensualidad es una parte importante de este personaje, de Jack?
–Sí, aparentemente era bastante seductor. Quiero decir que las mujeres lo amaron, quiero decir que todavía es muy defendido por algunas mujeres que él conoció, especialmente mujeres en Viena, que creen, todavía al día de hoy, que él no hizo ninguna de esas cosas, que segura y definitivamente hizo. Así que sí, diría que es una parte importante de su personalidad, sí.
Me han advertido que no le haga preguntas sobre “política”, pero algo que dijo en la conferencia de prensa me sigue haciendo ruido en la cabeza, y tengo que preguntarle:
–¿Usted cree en el activismo social en el arte, o sea, que los artistas deben de tener un activismo social, de asumir una postura social?
No hay silencios ni dudas. John Malkovich es tajante en su respuesta:
“No. No lo creo. Pero, los artistas, como cualquier otro, son libres de hacer lo que quieran y creer en lo que quieran, y decir lo que quieran al respecto. Yo no soy así... No, no soy así. Soy activo en el trabajo que hago, e intento decir lo que necesita decirse en el trabajo que hago, y trato de decir lo que necesita ser dicho en el trabajo que hago. Pero nunca he sido muy insistente en política”.
Mi tiempo con Malkovich está por acabarse. No lo sé, sólo lo presiento. Por eso no puedo dejar de hablarle del personaje gracias al cual él está ahora aquí, de esta especie de enfant terrible, de golden boy, de empresario exitoso y al mismo tiempo de rebelde sin causa del cine nacional: Diego Luna.
–Todo el mundo aquí le ha preguntado acerca de Diego Luna porque estamos en México, en donde Diego es un personaje muy importante, así que tengo que preguntarle sobre él, acerca de su relación personal y profesional.
–Bueno, quiero a Diego.
Y en ese “I love Diego” siento que me ha dicho mucho más de lo que pudiera decir si siguiera hablando durante una hora.
Pero continúa:
“Creo que es uno de los actores jóvenes más brillantes, es un director tremendo y es un productor muy, muy bueno. Y de hecho todavía falta ver en qué terminará siendo mejor... Y lo quiero”.
Vuelve a decirlo, por si no ha quedado claro.
“Lo conocí hace varios años en el Festival de Cine de Thessaloniki, me cayó muy bien. Le propusimos a Diego y a su socio, Pablo Cruz, de la compañía Canana, nos acercamos a ellos, para ver si estarían interesados en hacer una producción aquí de una obra llamada El buen canario, que nosotros traíamos, y nos reunimos con ellos, y nos pusimos de acuerdo en que la haríamos. Y Diego fue absolutamente instrumental en todos los pasos de esto, desde la selección del teatro, hasta la traducción, hasta el casting, todo, hasta la publicidad. Y me encantó trabajar con él, y estar cerca de él y de todo el elenco completo. Fue realmente gracioso. Y entonces Pablo y Diego nos pidieron, a nuestra compañía en California, si nosotros trabajaríamos en el primer largometraje de ficción de Diego, Abel, que sí lo hicimos, y yo fui muy feliz de hacerlo. Y ahora trabajaremos con él, estamos trabajando con él, ahora está preparando una película acerca del activista laboral César Chávez. Y empezará a filmar muy pronto y yo voy a interpretar un pequeño papel ahí, como actor también. Pero también lo estamos ayudando con el guión y otras cosas en términos de producción”.
Casi ha llegado el momento de despedirme. Por el rabillo del ojo percibo a Icunacury, la representante de Canana y principal organizadora de la conferencia (y de las entrevistas), que se acerca para hacerme una señal de que ya le corte, de que ya terminó mi tiempo.
Pero no quiero que esto acabe sin hacerle una última pregunta, algo que me intriga cuando pienso en que Malkovich, a estas alturas, ya ha hecho comedia, drama, thriller y casi todos los géneros cinematográficos, exitosamente. Y que ya lo han dirigido, probablemente, los directores más importantes, por lo menos de Hollywood. Y que ya ha producido, escrito guiones y dirigido a otros actores, él mismo.
–En este punto de su carrera John Malkovich, ¿qué cree que le falta por hacer?, ¿qué no ha hecho y necesita o quisiera hacer?
–Sólo seguir haciendo lo que me gusta. Creo que mientras tenga la energía y la posibilidad, haré lo que me gusta, con la gente con la que disfruto trabajar y estar. Y eso es todo lo que planeo hacer si soy bendecido con esa oportunidad. Eso es lo que haré.
Lo despido a cuadro y luego nos decimos adiós, ya fuera de cámara, con otro serio y formal apretón de manos.
John Malkovich se va. Lo observo por detrás, mientras se aleja a paso lento, con su café en la mano y con su pantalón que parece de piyama y sus pantuflas azules, y en la parte de arriba una camisa, también azul, mucho más formal.
Sabe el “truco” de las cámaras: que sólo le harán medium shot, es decir, lo tomarán de la cintura para arriba, y el secreto de sus pantalones y sus pantuflas se quedará entre nosotros, un puñado de mujeres y hombres que vivimos la ilusión, por un momento, de estar cerca de él, de casi tocarlo, a él, el vizconde Valmont de Relaciones peligrosas, de Mitch Leary, el asesino misterioso de En la línea de fuego, de John Malkovich, en Being John Malkovich.
O quizá todo haya sido sólo eso: una ilusión.