Lorena Amkie
20/12/2015 - 12:00 am
EL SÁDICO
En la adultez, todas estas características se pueden resumir en discapacidad emocional. Los “hombres malos”, pues ya no son chicos, son los infieles, los problemáticos, los bebedores, los peleoneros… y las mujeres alrededor del mundo siguen queriendo salvarlos. O quizá no es eso.
Cuando tenía 22 años, una amiga con aspiraciones de casamentera me citó en un café porque estaba ahí con un tipo al que quería presentarme. Cuando llegué, junto a la chica de la misma edad que yo estaba un señor de 35 años, aunque se veía mayor, vestido de traje y mascando un chicle de nicotina. Me miró de pies a cabeza sin el menor reparo, me senté a la mesa y tras unos minutos de nada sutil coqueteo, el Tío (así acabaron llamándole mis amigos) anunció dentro del contexto de la conversación que era un sádico. En la película llamada La chica feliz y sana mentalmente, aquella habría sido la línea directamente anterior a mi salida de escena. Pero por esas épocas mi película era más parecida a La chica que cree que para vivir intensamente hay que sufrir. “Soy un sádico”. Ah, ¿siiii? ¿En qué sentido? “En todos. No deberías meterte conmigo”. Sí, dijo eso. Como en las películas. Sí, hay gente que dice esas cosas… “No deberías enamorarte de mí”. Esa la dijo unas semanas después, y ya era demasiado tarde.
El breve y sórdido idilio me dejó tres cosas: una novela, una lección y una pregunta. La novela es malísima y nunca verá la luz del día. La lección es que las personas dicen la verdad acerca de sí mismas. Esto lo he seguido comprobando a lo largo de los años. El hombre con el que estuve casada por cinco años me dijo, en la primera cita, que era un amargado y que odiaba a la gente feliz. Cuando una oye declaraciones de este tipo, puede pensar que el declarante exagera. ¿Cómo va a ser un sádico? Y si lo fuera, no lo anunciaría así, abiertamente, ¿no? Es una estrategia de seducción, nada más. Una manera de salpimentar la conversación y parecer muy interesante. ¿Odiar a la gente feliz? Humm… deber ser algo más profundo que eso. Quizá esta persona comprende los sufrimientos de la Humanidad y esto es lo que le impide ser feliz. Es profundo, es reflexivo. O quizá tan ambicioso, que no estará satisfecho hasta ser lo mejor que puede ser. Un amargado no diría que lo es, así, tan abiertamente, ¿no? Ja. Es sorprendente lo que las personas revelan de sí mismas y más sorprendente como uno se niega a escuchar lo que no quiere.
La pregunta que me dejó El Tío fue esta: ¿por qué no salí corriendo cuando me di cuenta de que no mentía? ¿Por qué la atracción hacia los “chicos malos”? En la adolescencia, los chicos malos son los de pelo largo, los que fuman, los arrogantes y altaneros que se meten en problemas con las autoridades, en fin, los de las motos y los tatuajes que se han besado con más niñas. En la adultez, todas estas características se pueden resumir en discapacidad emocional. Los “hombres malos”, pues ya no son chicos, son los infieles, los problemáticos, los bebedores, los peleoneros… y las mujeres alrededor del mundo siguen queriendo salvarlos. O quizá no es eso. Quizá en primera instancia sí son más atractivos que los niños buenos, esos que en las películas siempre son el mejor amigo y están esperando a que la chica sane sus heridas mentales para darse cuenta de lo que siempre estuvo bajo su nariz: o sea, en lenguaje Austen, el “malo” es Willoughby y el “bueno” es el Capitán Brandon.
Admito que toda mi vida subestimé a los niños buenos. Pensaba que eran aburridos o que, simplemente, mentían, y que sus bestias simplemente estaban mejor enterradas en sus psiques y había que trabajar más para provocarlas a que salieran de ahí y mostraran los dientes. Porque una quiere los dientes. Los dientes son emocionantes. Los dientes y las garras son la razón por la que Las 50 sombras de Grey funcionan como pornografía para mujeres. Queremos conocer a la bestia, que nos lastime un poco, y luego domarla, curarla y mostrarle que la vida es hermosa. ¿Por qué? ¿Por qué no buscarse otro tipo de animal?
En psicoanálisis llegué a hablar de cómo, en libros y películas, siempre empatizaba con los malos. No es que fuera ciega a sus equivocadas motivaciones, pero los comprendía y una parte mía quería que triunfaran. Mi dark side. La terapeuta sugirió que los envidiaba, su aparente asertividad, su falta de necesidad de dar explicaciones para obtener lo que querían. “Les envidias el colmillo”, dijo. Entonces los niños buenos me irritaban porque suponían un reflejo demasiado exacto de mi propia psique. Los veía frágiles, incapaces de cuidarse y cuidarme contra El Mal, al que ya conocía de cerca por tanto analizar mis oscuridades.
¿De verdad sólo quieres “hacerme el amor”? ¿No quieres violarme, destrozarme? ¿Nunca pierdes el control? ¿Dónde está la pasión? Clásicos errores de percepción:
1. La violencia es pasión.
2. La amargura es profundidad.
3. La bondad es debilidad.
Eventualmente comprendí, también, que haber tomado malas decisiones no me hacía, a mí, mala. Que era, por lo tanto, “buena”. De alguna manera me convertí, después de una adolescencia prolongada y tormentosa, en una persona normal que todos los domingos ve videos de perritos y llora. Que quiere que la abracen, pasear tomada de una enorme y cálida mano, cocinarle a alguien, reírse, dormir tranquila. Una persona aburrida, vaya. Ya había sanado y lo comprobé cuando Él me dijo, tranquilamente, que era todo lo contrario a un “chico malo”, y eso me hizo suspirar. ¿Y lo dices así, en voz alta?, habría pensado años atrás. ¿No te da pena decir que eres capaz de comprometerte, que no estás lleno de conflictos sin resolver, que sabes quién eres y qué quieres y que lo que quieres es a mí, para ser felices juntos y no miserables? ¿Eh? ¿No te da pena ser confiable? ¿Tener una sana autoestima? ¿No tener interés en volverme loca con tus celos extraños y humores destructivos? Uf. Vale, pues. Aburrámonos juntos, que yo también soy una niña buena. Casi siempre. Y ya sabes, querido, que digo la verdad.
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