Si como afirmaba Edmund Hume los ingresos del Estado son el Estado y todo depende de ello, entonces nuestros gobiernos estatales son una verdadera calamidad.
Resulta que nuestros estados sobreviven gracias a las transferencias que reciben de la Federación, ya que nuestros políticos en los estados se niegan –o tienen miedo— a cobrar impuestos locales.
Según datos dados a conocer recientemente por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), alrededor del 30 por ciento del presupuesto federal es transferido a los estados. Ello representa alrededor de 1.28 billones de pesos.
A pesar de que los estados y municipios solo generan el 9.6% de los ingresos públicos totales, ejercen el 45.6% del gasto. Sin duda se trata de una ecuación completamente desequilibrada que abona en la falta de responsabilidad política por parte de las autoridades locales.
Precisamente en este rubro –el de los ingresos públicos—[1], 96.4 por ciento los recauda la federación, mientras que los estados solo ingresan el 2.5% del total. Menos del 8 por ciento del gasto de los estados tiene su origen en los recursos que ellos son capaces de recaudar (mientras que el 84 por ciento les llega de la Federación).
Por si esto no fuera suficiente, cabe citar dos puntos especialmente delicados. Desde 2001 la deuda de los gobiernos estatales se ha triplicado, pasando de 141 mil millones a 434 mil millones; y los ciudadanos hemos tenido que soportar escándalos como los de Coahuila, Michoacán e infinidad de gobernadores que quién sabe que hicieron con la deuda contratada.
Además, solo 21 entidades federativas cumplen con los lineamientos (obligatorios) en materia de contabilidad gubernamental; ocho están dentro de la categoría de “cumplimiento parcial” y tres en franco incumplimiento: se trata de Tamaulipas, Oaxaca y Tabasco.
Hay casos verdaderamente absurdos. Algunos estados publican el presupuesto anual en sus portales de internet (lo cual es obligatorio) pero resulta que son versiones ilegibles o se encuentran “no disponibles”; por no hablar de la falta de armonización contable, subsidios y tabuladores de nómina poco claros y un largo etcétera que se pueden encontrar en dichos documentos.
Entonces, si Hume tenía razón y el ingreso del Estado es el Estado, nuestros gobiernos estatales –con sus gobernadores a la cabeza— resultan un completo fracaso. Solo logran sobre vivir gracias al oxigeno –entiéndase transferencias— que reciben de la federación.
Ello es una fuente de irresponsabilidad política, ya que provoca que los gobernadores deban su lealtad a la federación –de quien reciben el dinero— y no a la ciudadanía. Es fuente de un federalismo disfuncional e irresponsable, que en nada ayuda al desarrollo del país.
Twitter: @jose_carbonell
http://josecarbonell.wordpress.com
[1] En este punto del análisis se excluye al Distrito Federal, ya que se trata de un caso sui generis.