Leopoldo Maldonado
20/09/2024 - 12:01 am
¿Está en peligro nuestra democracia?
"Lo que cada vez parece más evidente es que la posibilidad de recuperar la democracia no radica tanto en la buena voluntad del siguiente gobierno, como en la capacidad de organizarnos mejor como sociedad".
Mucho se ha hablado del fin de una era del sistema político mexicano. El “clavo en el ataúd” lo representó la reforma judicial aprobada la semana pasada. Pero también están en ciernes otros “clavos” como la reforma de la Guardia Nacional y la desaparición de los autónomos. A ello hay que sumar la relación en clave de ruptura entre el Estado y actores sociales y políticos que fortalecen el juego democrático como la oposición, sociedad civil (en sentido amplio) y sector económico. Lo cierto es que un cambio de época está avanzando en tiempo real, minuto a minuto, ante la mirada atónita de muchas personas.
La democracia es, en esencia, el modelo civilizatorio en la que la modernidad nos ha inmerso como forma de solución pacífica, libre, igualitaria e inclusiva de nuestros problemas. Partiendo de esa base, el concepto sigue siendo complejo y contingente, por lo que nos ayuda más entender cuáles son los elementos mínimos de la democracia.
Lo cierto es que -retomando a Robert Dahl- hay tres ejes importantes que todo sistema, para ser democrático, debe colmar: 1) iguales derechos y libertades de expresión, asociación y participación política; 2) elecciones regulares, libres y limpias para acceder a los puestos de gobierno y representación popular; y 3) un estado de derecho, con pesos y contrapesos formales e informales y un gobierno de la ley.
Como podrá observarse en México hoy prácticamente se encuentran en fuga los tres ejes anteriores.
La prensa no es libre a pesar de que se diga lo contrario. Es imposible hablar de libertad de expresión con los niveles de violencia -incluida la letal- contra periodistas en México. Una agresión cada 14 horas contra periodistas, además de un aumento de 62% en el número de agresiones respecto al sexenio anterior, es muestra inequívoca y contundente de que no hay garantías para un periodismo seguro.
También el derecho de asociación se encuentra en vilo, pues más allá de los ataques verbales del presidente contra las organizaciones civiles, la constricción de las medidas de financiamiento (tope de deducciones) a la par de auditorías agresivas y recurrentes, hacen cada vez más difícil organizarse formalmente para empujar agendas ciudadanas. La participación política es posible, pero bajo un entendimiento que la constriñe a la participación electoral. Sin duda es importante votar y ser votado, como señala Roberto Gargarella, el verdadero ejercicio democrático está en la participación de los asuntos público entre elecciones y no solamente en ellas.
Las elecciones, hasta ahora son regulares y libres, aunque la limpieza puede quedar en entredicho con la utilización descarada de programas sociales para cooptar el voto de sectores en situación de pobreza; sin dejar de lado la evidente intervención del presidente en la elección pasada, quien no tuvo recato en atacar a la oposición y apoyar abiertamente a la candidata de su partido. Por hoy podemos tomar un poco de oxígeno con el retiro de la reforma constitucional propuesta para tomar control del sistema electoral. Pensando mal, quizás ya no sea necesario porque el oficialismo logró cooptar a la mayoría del INE y de la Sala Superior del TEPJF.
Por último, en cuanto los contrapesos, la ruta es devolvernos 30 años atrás. La reforma judicial no garantizará justicia, ni erradicará la corrupción al interior de la judicatura. La idea claramente es “depurar” para capturar el único poder que le faltaba a MORENA. De hecho se conjura la posibilidad de avanzar a un sistema de justicia eficaz y protector de derechos humanos. Una posibilidad, poco auspiciada por los gobiernos de la “transición” y que hoy es abiertamente encarrilada a la continuidad de un ejercicio autoritario del derecho (rule by law) y no un gobierno de las leyes (rule of law).
Por otro lado, el empoderamiento militar -de hecho y de derecho- abona a la construcción de un co-gobierno que no rinde ni rendirá cuentas ante la autoridad civil ni ante la ciudadanía. Si el Ejército no lo ha hecho antes, por qué habría de hacerlo ahora. Por último, los órganos autónomos esperan que caiga la espada de Damocles que pesa sobre ellos, respirando un poco ante la aprobación pospuesta de la aplanadora oficialista. Y hablando de contrapesos, la oposición es hoy prácticamente testimonial, hundida entre sus pifias históricas y las prácticas gansteriles de quienes hoy detentan el poder.
Con este breve repaso de los ejes de la democracia, podemos decir que hay un cambio hacia un estadio no democrático (por decirlo suave) ¿Será posible soportar o revertir este cambio que entraña una vuelta al caudillismo y ejercicio personalista de poder? Se antoja difícil pero lo cierto es que tampoco somos la misma sociedad ni las instituciones de hace 30, 50 o 70 años. Hoy tenemos mayores herramientas y conocimiento acumulado, generando las condiciones para encaminar a lo que se conoce como resiliencia democrática. Esto es, la posibilidad de adaptarnos a estos desafíos rescatando elementos mínimos de una democracia, o de plano, restañar los daños a la misma.
Lo que cada vez parece más evidente es que la posibilidad de recuperar la democracia no radica tanto en la buena voluntad del siguiente gobierno, como en la capacidad de organizarnos mejor como sociedad.
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