Pedro Mellado Rodríguez
20/09/2024 - 12:04 am
La batalla por la verdad y contra la mentira
“La sustentabilidad de los medios de comunicación está determinada por la capacidad que tengan para generar ingresos legítimos que los hagan libres e independientes”.
De la misma manera como en el amplio horizonte del país se escenifica una lucha entre un nuevo mundo que avanza con pasos de gigante y otro que no acaba de morir, también en el espacio soterrado de los medios de comunicación se escenifica una lucha tenaz, entre los periodistas que pretenden ejercer en forma libre su profesión y las empresas de comunicación convencionales, impresos, radio y televisión, que tradicionalmente han estado vinculadas y controladas por una clase privilegiada, en la que se entreveran los intereses de poderes formales y fácticos, de políticos corruptos y empresarios, de los grandes capitales y la alta jerarquía de una Iglesia Católica que ha definido su opción preferencial por los más ricos.
Los pretendidos cronistas de la realidad y de la verdad están convertidos, en gran medida, en heraldos de la simulación y la mentira, de la discriminación, del racismo y del odio. Son pocos, excepcionalmente pocos, los medios de comunicación, de los que crecieron abrigados por el viejo régimen, que informan con honradez a sus lectores y audiencias. Son sus espacios informativos cotidianos una oda permanente a la catástrofe y al apocalipsis generado por quienes pretenden hacer realidad los sueños y las aspiraciones de la mayoría, de la legión de pobres, marginados y despreciados socialmente, que buscan con emocionado afán un camino que les conduzca al paraíso.
Desde la perspectiva de los medios de comunicación convencionales, de la gran prensa comercial, de las envilecidas cadenas de radio y televisión que le venden al alma al diablo por unos cuantos pesos, es inaceptable lo que llaman absurdamente “la dictadura de las mayorías”, que llevaron al poder a la nueva presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, que pretende continuar el proyecto de la llamada Cuarta Transformación que hace seis años inició Andrés Manuel López Obrador. Más allá de los errores o aciertos del gobierno que termina el próximo lunes 30 de septiembre del 2024, lo que irrita a las clases privilegiadas es que ese pueblo que consideran ignorante, impreparado e indigno de aspirar a asumir el mando de la República, se sienta empoderado porque presume que puede cambiar, cuando y como se le dé su regalada gana, la forma de su gobierno, para soñar con un mundo diferente y mejor.
Frente a ese legítimo afán del pueblo, de querer cambiar su mundo, la mayoría de los medios de comunicación, los grandes corporativos de prensa radio y televisión se han quedado rezagados, pues han perdido a la mayoría de sus lectores y de sus audiciencias, porque simple y sencillamente, cada día les creen menos.
El cumplimiento estricto de los deberes no implica mérito relevante o extraordinario, que obligue a reconocimiento alguno. Al asumir los imperativos vocacionales y éticos de su profesión, el periodista sólo debe aspirar al reconocimiento de la utilidad social de su trabajo, comprometido con la verdad, que se reafirma y se legitima cotidianamente por su independencia, rigor, veracidad, honradez y valor, más allá de conmemoraciones, homenajes, premios o reconocimientos, aún en el supuesto de que estos se expresen en forma sincera y desinteresada.
El periodismo es, por su propia naturaleza, eminentemente crítico, así como riguroso y tenaz en la búsqueda de la verdad, para poner luz en los rincones oscuros de la vida pública. Comprometido con la gente en la preservación de valores superiores, contribuye a una saludable vida democrática y republicana, pero no requiere reconocimientos, ni aplausos, ni licencias de los poderes formales o fácticos, aun cuando la mayoría de quienes honradamente integran este maltrecho gremio vivan en la precariedad y en la angustia de las carencias cotidianas, que les obligan a tener dos o tres empleos al mismo tiempo, para resolver con el más mínimo decoro sus necesidades.
La libertad de expresión y el derecho a la información no se negocian: se exigen, se conquistan, se ejercen y se defienden, hasta con la vida misma, si es necesario. Un periodista no es un académico ni un intelectual, ni aspira a la erudición; se guía por los impulsos de su corazón y de su conciencia. Su tarea está más determinada por las dudas que por las certezas y acompaña a la mayoría de la sociedad en sus sueños y en la preservación de valores y derechos que le son esenciales.
Hay poderes formales y fácticos que pretenden conculcar estos derechos, porque saben o intuyen que la fragilidad de un sistema de medios de comunicación sometido por los intereses económicos, los amagos, las amenazas, las demandas o las agresiones físicas y hasta mortales, fortalece a un régimen de privilegios, en el que no hay lugar para los pobres, los desvalidos y los marginados, pues en las sombras y en la ignorancia se incuban los más deleznables abusos y las más agraviantes impunidades.
La realidad es cruda y terriblemente simple: frente a los acosos, las amenazas y los ataques de poderes formales o fácticos -estrechamente juntos en defensa de sus privilegios y de sus intereses- que atentan contra el derecho a la información y la libertad de expresión, los periodistas que trabajan al servicio de la verdad y de la gente, están solos.
Es muy amplia la hipócrita cofradía que desde los poderes formales y fácticos, que desde las llamadas organizaciones de la sociedad civil independiente, dice defender la libertad de expresión, cuando en el fondo, lo único que pretende es blindar sus privilegios y esconder sus inmundicias. La calidad de una democracia es proporcional a la calidad de un sistema de medios de comunicación, rigurosamente profesional y honrado, comprometido con la verdad y con la gente. Un sistema de medios de comunicación autosustentables, independientes, que puedan aspirar a ejercer plenamente su libertad, nutre y fortalece a la sociedad, generando contenidos informativos para la comprensión y el entendimiento.
La sustentabilidad de los medios de comunicación está determinada por la capacidad que tengan para generar ingresos legítimos que los hagan libres e independientes. Las nuevas plataformas de la comunicación y el periodismo ofrecen una perspectiva de cambio profundo, en el cual la publicidad de gobierno ha dejado de ser el factor determinante para la sobrevivencia o naufragio de un medio de comunicación, que puede buscar en nuevos modelos de negocios la oportunidad de ser autosustentable, independiente y libre en el ejercicio de sus deberes profesionales en favor de la verdad y de los intereses de sus lectores y audiencias.
Vivimos el momento más trascendente del cambio más profundo en la historia de los medios de comunicación y el periodismo. Hay circunstancias que son cíclicas en la historia de la humanidad. Al recibir el Premio Nobel de Literatura, Albert Camus pronunció su discurso de aceptación de tan distinguido reconocimiento, en Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 1957 y sus palabras, de hace 67 años siguen vigentes.
Reflexionó: “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”, advertía Camus.
“Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir”, señalaba de Albert Camus.
En estos tiempos oscuros y de canallas, de ideologías extraviadas e irreconocibles, es esencial el trabajo profesional, inteligente, sereno y valiente de los periodistas que ponen luz en los rincones más oscuros de la vida pública, para que la gente pueda aspirar a conocer la verdad sobre los hechos y las circunstancias que afectan su vida cotidiana. El campo de batalla de la libertad de expresión y de la búsqueda de la verdad presenta todos los días nuevos frentes de combate, en los que, en ocasiones, hay que dejar pedazos de piel y salir adelante con algunos raspones, magulladuras o huesos rotos. Pero bien vale la pena.
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