Refugiada en España desde hace 15 años, la activista vivió la guerra civil, el régimen talibán de 1996 y la ocupación internacional antes de salir del país.
Por Nuria López
Los Ángeles, 20 de agosto (RT).- Nadia Ghulam es una escritora y activista afgana refugiada desde hace 15 años en España. Con un pasado marcado por la guerra y por el régimen talibán que se instaló en Afganistán durante un lustro en 1996, antes de la intervención internacional, ahora todas sus preocupaciones se dirigen a Kabul, donde todavía reside su familia.
Ghulam, de 36 años, sabe muy bien lo que puede significar para las mujeres el cambio de régimen que se inició en su país natal el pasado domingo. Cuando todavía era una niña, una bomba que destrozó su vivienda la hirió gravemente y permaneció durante meses en el hospital.
Tras su recuperación y con la llegada de los talibán al poder tomó una drástica decisión con tan solo 10 años. Comenzó a vestir como un chico adoptando la identidad de su hermano fallecido para poder salir a la calle y trabajar para mantener a su familia. “Pensé que duraría un día y que después podría recuperar mi identidad, y ese día duró 10 años”, explica la entrevistada sobre una vivencia que reflejó en El secreto de mi turbante, su primera novela.
TODO EL ÉNFASIS EN LA SITUACIÓN DE LA MUJER
Ghulam se muestra incrédula hacia la fachada que están exponiendo hacia el exterior los líderes talibanes: “Aunque están mostrando la cara amable hacia las mujeres, todo es falso, porque han cultivado el miedo en el corazón de toda mujer afgana”, cuenta.
La activista sostiene que desde EU se dice que durante su ocupación han ayudado a las mujeres afganas, pero en realidad durante estos años en muchos pueblos y provincias del país la asistencia no ha llegado y llevan décadas viviendo bajo la opresión.
Asimismo, destaca la imagen que ha dado la vuelta al mundo del aeropuerto de Kabul atestado de personas que querían escapar del país y señala que la gran mayoría eran hombres, ante lo que se pregunta: “¿Por qué ellos quieren escapar si la presión es sobre la mujer?”. Para ella, la explicación se encuentra en la educación que han recibido los varones en esa sociedad, que les impele a dejar a la mujer en casa, para supuestamente protegerla, sin ser conscientes del destino que les espera.
Por ello, Ghulam pide a los medios de comunicación que pongan todo el énfasis sobre la situación de la mujer y a los países que estén en disposición de acoger refugiados que estos sean mujeres y niñas, porque a partir de ahora no tendrán ninguna posibilidad en su país.
“Si vienen primero ellas, cuando luego lleguen los hombres no van a poder tener la misma mentalidad de control sobre la mujer, porque la mujer ya está cambiada. Ya conoce la libertad”, relata la activista.
UNA LENTA RECUPERACIÓN TRUNCADA
Nadia Ghulam lamenta que se haya truncado la lenta recuperación que estaba experimentando Afganistán: “¿Cuánto tiempo tardaremos en recuperarnos de toda esta situación que ha provocado esta guerra? Una hora de guerra no la puedes recuperar en dos años”, dice.
“Si vienen primero las mujeres afganas, cuando luego lleguen los hombres no van a poder tener la misma mentalidad de control sobre la mujer, porque la mujer ya está cambiada. Ya conoce la libertad”
Ella lleva ya 15 años en Cataluña, adonde llegó con la ayuda de una organización no gubernamental. Desde entonces ha podido completar sus estudios, ha escrito tres novelas y forma parte de la junta directiva de una ONG, “Puentes para la Paz”, que entre otras funciones pretende ayudar a los niños afganos. Sin embargo, durante este tiempo ha tenido que someterse a terapias y tratamientos psicológicos: “Todavía soy una persona muy vulnerable, las cosas me afectan mucho, si oigo un ruido fuerte es como si me cayera otra bomba. Son heridas invisibles”, relata esta activista.
LLAMADA A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL
Ghulam opina que la ocupación internacional cambió algo las cosas en su país en la medida en que estuvo acompañada por la cooperación de las ONG, aunque la intervención armada no supuso ninguna mejora en la vida de la población.
Ahora, espera que aunque sólo sea por blanquear su imagen, los talibanes permitan la cooperación humanitaria y que la comunidad internacional la facilite y fomente. “Dar oportunidades a las mujeres, empoderarlas. Porque necesitamos médicas, psicólogas, maestras”, sostiene.
“Necesitamos que den becas para que mujeres afganas vayan a estudiar fuera y cuando vuelvan al país estén preparadas”, dice la entrevistada, y afirma que ese es también su deseo: poder volver algún día a su país para ayudar a su pueblo. Por eso pide a todas las universidades del mundo que fomenten y establezcan ayudas específicas para mujeres afganas.
ESPERANDO SACAR A SU FAMILIA DE KABUL
Desde que se precipitó la toma de Kabul por las fuerzas talibanes el pasado domingo 15 de agosto, Nadia Ghulam tiene todos sus sentidos puestos en la capital afgana. Allí permanece todavía su familia. Durante toda la semana ha estado intentando hacer gestiones para que sus familiares pudieran ser expatriados a España. Este viernes aún se encontraba esperando la llamada del Ministerio de Exteriores: “Estoy contando los segundos”, dice.
La preocupación por su familia, compuesta mayoritariamente por mujeres, es extrema: “En estos años que estoy aquí todas sus necesidades las pagaba yo, pero ahora están con desesperación, me piden ayuda”, afirma.
“Mi madre no puede venir por motivos de salud, pero tengo una prima que tiene dos niñas y un niño que es viuda, y me pide que venga ella en su lugar con mi hermana”, afirma.
También quiere sacar del país a un primo que se encuentra en situación de riesgo porque ha trabajado con su ONG ayudando a mujeres y niñas en Afganistán. “Las personas que colaboraban conmigo están en riesgo”, denuncia Ghulam, y explica que se debe a la relevancia que han tomado sus críticas al régimen en los últimos tiempos.
“Tengo mucho miedo de que haya una guerra civil. Hay unos señores de la guerra que ahora se presentan como demócratas, pero que han hecho mucho daño al pueblo afgano”
Ahora habla con su familia cada día y le muestran su preocupación porque “está muriendo mucha gente y están pasándolo muy mal”. Además, “no tienen servicios básicos, los bancos están cerrados y también la mayoría de las tiendas. No hay agua ni electricidad, los temas de administración están cerrados. Nada está funcionando”, relata.
Ghulam dice que le llega información de que hay mucha gente armada. “Entran y registran las casas y los talibanes presionan a la gente para que digan que todo es normalidad, hay una presión muy fuerte”, argumenta.
MIEDO
“Tengo mucho miedo de que haya una guerra civil. Hay unos señores de la guerra que ahora se presentan como demócratas, pero que han hecho mucho daño al pueblo afgano”, critica. Además, señala a figuras islamistas como Gulbudin Hekmatiar, de quien dice que “es peor que los talibanes y que Al Qaeda y ahora quiere negociar para coger poder”.
Hekmatiar fue dos veces primer ministro de Afganistán en los años 90, antes estuvo vinculado con el narcotráfico, ha sido calificado como el más brutal de los muyahidines afganos y se le ha intentado procesar sin éxito en varias ocasiones por crímenes de genocidio. Otros de los nombres que se barajan para la formación del nuevo Gobierno tienen perfiles muy similares.
Y mientras, la palabra “miedo” se sigue repitiendo en el discurso de esta activista: “Me da mucho miedo de que empiece la guerra civil porque los talibanes son gente con mucha ignorancia y por ello fácilmente manipulables”, argumenta.
La reacción inicial de la comunidad internacional tampoco le inspira ninguna confianza, teniendo en cuenta que todo apunta a que habrá un reconocimiento del régimen talibán, con declaraciones inocentes que hablan de que quizá el nuevo régimen que se instaure sea “moderado”.
Sin embargo, “nadie pregunta al pueblo afgano qué queremos nosotros”, se lamenta Ghulam: “No podemos votar y si lo hacemos nunca será de manera libre. Nunca quisimos a los señores de la guerra como nuestros líderes, pero no tenemos opción”.
Mientras tanto, esta activista sigue esperando que su familia escape de una sociedad que volverá a meter a las mujeres en las casas y a privarlas de trabajo y educación, obligadas a permanecer perpetuamente bajo la tutela de un varón.