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Sanjuana Martínez

20/08/2012 - 12:02 am

Los muertos de Felipe Calderón

En la agonía del sexenio, es necesario hacer recuento, balance; un simple cálculo de la muerte. El gobierno se niega a darnos la cifra exacta, pero nosotros tenemos la fortuna de saber contar, por tanto, tarde o temprano, le pondremos cifra de víctimas a la administración sangrienta de Felipe Calderón. Pareciera que el número es […]

En la agonía del sexenio, es necesario hacer recuento, balance; un simple cálculo de la muerte. El gobierno se niega a darnos la cifra exacta, pero nosotros tenemos la fortuna de saber contar, por tanto, tarde o temprano, le pondremos cifra de víctimas a la administración sangrienta de Felipe Calderón.

Pareciera que el número es importante, pero una sola muerte provocada por la guerra delirante de Felipe Calderón hubiera sido lo suficientemente trascendental para alzar la voz. Son miles y miles; tantos que el gobierno ya no quiere contarlos.

El ejecutometro echa humo, incluso en los estertores del sexenio el reacomodo territorial de los cárteles ha generado cientos de muertos la semana pasada y también la violencia del Estado. Lugar donde arriban los policías federales, lugar que se tiñe de sangre.

Calderón prefiere esconder bajo la alfombra miles de muertos. Quiere hacernos pensar que los muertos son insectos que caen como moscas y que al lanzarlos a la fosa común nos olvidaremos de ellos.

Está equivocado. Cada persona, cada ser humano, cada mujer, cada hombre, cada niño, cada anciano, cada madre, cada padre; abuelo o hermano, tío, sobrino, amigo, conocido, vecino… tienen nombre y apellidos. Y algún día los contaremos uno por uno, aunque nos tardemos años, décadas…

Ninguna muerte puede quedar en el silencio de los sepulcros. Ninguna muerte deberá ser invisible. Ninguna muerte puede pasar desapercibida. Ninguna muerte valió la pena. ¿Qué ganó Felipe Calderón con su guerra? ¿Cuáles son los triunfos de su batalla sangrienta? ¿Valió la pena ensombrecer, cercenar, dañar tantas familias?

Reducir la tragedia a las matemáticas tampoco es justo, pero hay que sumar, el conteo no debe parar porque eso significa faltar a la verdad. Cada día mueren más personas y la última cifra oficial corresponde al 30 de septiembre de 2011 con 47 mil 515 personas asesinadas.

Han pasado diez meses y medio y desde entonces el ejecutometro sigue su inexorable ritmo acelerado. El Departamento de Defensa norteamericano nos dijo el pasado mes de marzo que la cifra era de 150 mil muertos. Según León E. Panetta, secretario de Defensa, fueron los mismos funcionarios mexicanos los que le dieron el número de muertos en un acto de sinceridad y cercanía.

El gobierno tiene la obligación de ofrecer cifras verdaderas. Nunca lo hizo. Cuando se trató de contar el número de niños y niñas asesinados durante la guerra se negó a dar el número. Supimos a través de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) en octubre del año pasado, que su contabilidad ofrecía la cifra de 1,400 niños ejecutados. Ellos son los “daños colaterales” más pequeños escondidos por el gobierno calderonista bajo el tapete.

Tampoco quisieron hablar de la otra realidad: los desplazados por la violencia. Pueblos enteros han quedado vacíos. Cientos de ejidos y ranchos abandonados. En noviembre del año pasado nos enteramos que un millón 600 mil personas abandonaron sus casas sobre todo en Chihuahua, Tamaulipas, Sinaloa, Coahuila, Durango, Baja California, Nuevo León, Michoacán, Guerrero y Veracruz, según un estudio de Fidel López García, académico del Instituto José María Luis Mora y consultor de la ONU para desplazados.

El gobierno se ha negado sistemáticamente a hablar de otra realidad: los desaparecidos. ¿Cuántas personas han desaparecido en los últimos seis años en México? No hay cifras oficiales. El Comité Eureka situaba en 40 mil desaparecidos el pasado mes de febrero.

La dinámica de ocultación pasa también por oscurecer la cifra de cadáveres no identificados. Según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hay más de 10 mil, pero realmente el problema se extiende a lo largo y ancho del país. No existe un Banco Nacional de Datos de ADN, no hay registros centralizados de desaparecidos y cadáveres para cruzar información. Y lo peor de todo: el país esta tapizado de fosas comunes, clandestinas y oficiales.

A los funcionarios públicos de la actual administración tampoco les salen las cuentas a la hora de ofrecer la cifra de feminicidios. Gracias a la Comisión Especial para Conocer y Dar Seguimiento Puntual y Exhaustivo a las Acciones que han Emprendido las Autoridades Competentes en Relación a los Feminicidios Registrados en México, de la Cámara de Diputados sabemos que de diciembre de 2006 a enero de 2012, al menos 4 mil 419 mujeres y niñas han sido víctimas de feminicidio u homicidio doloso en 17 entidades de la república.

Asistimos con espanto a la pretensión de ocultar lo que es visible para todos. Las víctimas de la guerra son muchos más que las cifras oficiales. Hay alcaldes que hablan ya de 250 mil víctimas. Y tendrán que pasar años de arduo trabajo en una Comisión de la Verdad para determinar el número exacto.

Felipe Calderón quiere irse por la puerta principal de Palacio Nacional. Cree que ocultando, manipulando y tergiversando información sobre la tragedia nacional que originó le será más fácil conseguir un aprobado a su gestión.

Felipe Calderón se irá como llegó: por la puerta de atrás. Los muertos de su guerra lo perseguirán durante el resto de su vida. Será difícil vivir en Austin o cualquier otro lugar del mundo cargando a la espalda semejante número de ausentes, viviendo con tantos fantasmas. Se irá empequeñeciendo cada día más. Y pasará a la historia como un ser menor, que ocasionó inmenso dolor a su pueblo, será recordado como el “señor de la guerra”.

Tal vez, el dolor de los demás nunca lo sentirá. Pero seguramente sufrirá en carne propia lo que dijo Thomas Jefferson: “La guerra es un castigo tanto para el que la infringe como para el que la sufre”.

Sanjuana Martínez
Es periodista especializada en cobertura de crimen organizado.

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