Todo hace pensar que serán unos juegos surrealistas, que dividirán a Japón en dos mundos. De un lado, la mayoría de los japoneses, pocos de los cuales se han vacunado y quienes se muestran en desacuerdo con la justa, no tendrán acceso al espectáculo y lo verán por televisión.
TOKIO, 20 de julio (AP) — Después de un año de demoras y meses de dudas derivadas de la pandemia del coronavirus, llegan finalmente unos Juegos de Verano como nunca se había visto. Serán Olímpicos, pero de otra categoría.
No habrá aficionados en Tokio (sí se permitirán algunos en las sedes fuera de la capital). Coinciden con un rebrote del COVID-19 en un país en el que poca gente ha sido vacunada. Los deportistas y demás miembros de las delegaciones estarán confinados a una burbuja, bajo amenaza de ser deportados si se le escapan. Personal del gobierno y aplicaciones tratarán de seguir cada paso de todos los visitantes. La venta de alcohol está prohibida o limitada. Brillarán por su ausencia los intercambios culturales que le dan ambiente a la justa.
Y, desplazándose como corriente eléctrica, estará el sufrimiento causado por el COVID-19, aquí y en el resto del mundo.
Todo hace pensar que serán unos juegos surrealistas, que dividirán a Japón en dos mundos. De un lado, la mayoría de los japoneses, pocos de los cuales se han vacunado y quienes se muestran en desacuerdo con la justa, no tendrán acceso al espectáculo y lo verán por televisión.
Paralelamente surgirá un mundo vedado de estadios cerrados al público, deportistas de elite vacunados y legiones de periodistas, funcionarios del COI, voluntarios y personal de las delegaciones que harán lo posible por enfocarse en una competencia pensada para audiencias distantes.
Desde la postergación de los juegos hace un año, la prensa japonesa ha estado obsesionada con la justa. ¿Se llevarán a cabo realmente? ¿Si los realizan, cómo serán? Tal vez lo que más los absorbe es la idea de que haya una competencia de semejante magnitud en medio de un desastre nacional que se ha venido gestando en cámara lenta.
“La idea de que los juegos pueden ser impuestos por la fuerza y de que todos deben obedecer las órdenes es lo que generó este malestar”, dijo el diario Asahi en un reciente editorial. Las autoridades japonesas y del COI, agregó, “deberían saber que esta ridiculez aumentó la desconfianza del público en los juegos olímpicos”.
Desde ya, es demasiado pronto como para saber qué va a pasar con estas corrientes cruzadas durante los juegos, en los que unos 15 mil deportistas y, según algunos estimados, casi 70 mil técnicos y personal de apoyo, periodistas y otros involucrados, se insertarán en la vida de Tokio.
¿Los japoneses, tradicionalmente hospitalarios, los recibirán bien o se mostrarán cada vez más molestos al ver personas vacunadas que gozan de libertades de las que ellos no disfrutan desde principios del 2020? ¿Los visitantes acatarán las reglas fijadas para evitar la propagación del virus? ¿Se verán entorpecidos los esfuerzos por combatir el COVID-19?
Una cosa parece segura: Estos juegos tendrán mucho menos de lo que el mundo espera de una justa olímpica, con la atractiva mezcla de competencias deportivas al máximo nivel en medio de festejos e intercambios culturales entre deportistas, aficionados y lugareños.
Normalmente los juegos son un evento vibrante, una fiesta de dos semanas en la que la ciudad sede muestra al mundo sus encantos. Llegan cantidades de turistas dispuestos a descubrir la ciudad y su gente. Todo eso estará ausente y los juegos serán una justa puntillosamente pensada para la televisión, en la que no participarán los japoneses, que afrontan otro estado de emergencia que restringe sus vidas.
Es poco probable que los periodistas hagan notas de color o entrevistan a residentes de Tokio enfurecidos, que sienten que los juegos se hacen solo para que el COI recaude los miles de millones de dólares de los derechos de televisación y la publicidad.
Lo más probable es que abunden las imágenes preparadas, que ofrecerán una versión lavada de Japón, en la que la historia antigua, la tradición y las bellezas naturales se mezclan con una sensibilidad futurística y alta tecnología. Imagínese, por ejemplo, el tren bala pasando frente a picos nevados del Monte Fuji. Una realidad, en otras palabras, llena de clichés fáciles de digerir y de imágenes previsibles.
En estos juegos en medio de una pandemia, será difícil separar el deporte de la enfermedad, la retórica de la realidad.