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Maruan Soto Antaki

20/06/2014 - 12:03 am

De minaretes, califas y Kalashnikov

Nunca, desde que era un niño y en casa veía a los mayores beber café turco mientras discutían sobre Medio Oriente, escuché de un día de paz en aquella zona. Ni siquiera en las primeras lecturas que me llevaron al final del Mediterráneo. Rompiendo con la tradición que dicta nombrar a grandes e intocables escritores […]

Nunca, desde que era un niño y en casa veía a los mayores beber café turco mientras discutían sobre Medio Oriente, escuché de un día de paz en aquella zona. Ni siquiera en las primeras lecturas que me llevaron al final del Mediterráneo.

Rompiendo con la tradición que dicta nombrar a grandes e intocables escritores entre las primeras influencias de cualquier persona dedicada a quehaceres narrativos, me veo obligado a reconocer con inmenso orgullo el nombre de Goscinny, ese autor y editor francés responsable de los diálogos de Astérix, el galo irreductible que me mostró la decadente Roma, cuando se cruzó ante mí años antes de conocer las Memorias de Adriano.

Otro de sus personajes, mucho más trágico, aunque simpático, desarrollado no en colaboración con Uderzo sino a través del pincel y dibujos de Jean Tabary, se metió en las lecturas de mi infancia con un cariño dictado por las coincidencias. Mi casa era árabe y tenía para leer las tiras de un héroe, más bien un villano, proveniente de un país semejante al de mi herencia. Era un ser mezquino y de baja estatura, con larga barba puntiaguda, su textura similar al pelaje de un perro salvaje y carroñero: se llamaba Iznogoud.

Iznogoud era el Gran Visir –una especie de Primer Ministro– del Califa Harún el-Pussah. Gordo bonachón, tonto e injusto, cabeza de una Bagdad inspirada en Las mil y una noches, tan distinta a esa que aparece hoy en las noticias.

Sólo una idea ocupa la envidiosa mente de Iznogoud: “Ser Califa en lugar del Califa”.

Hasta hace poco, desde los años de esas lecturas, con la excepción de visitas a museos y encuentros con documentos académicos e históricos, el término califato se encontraba en absoluto desuso, incluso para los que mantenemos relación con Medio Oriente. El origen de este sistema de gobierno creado en favor de la unidad musulmana se remonta a la muerte de Mahoma. Tras su deceso, cuatro califas uno tras de otro, durante treinta años en el siglo XVII formaron el periodo conocido como el de los ortodoxos. Esos cuatro hombres mantenían una relación directa con el primer profeta y por única vez, todos los musulmanes respondieron a la par. Del fin de esa época viene la escisión entre musulmanes chiitas y sunitas. Desde el 661 al año 1924, cinco califatos se repartieron entre ambas vertientes. Jamás volvió la doctrina musulmana a marchar por un sólo camino.

La división religiosa llega a las noticias como nunca lo había hecho desde entonces.

A lo largo de los últimos meses habrá sido difícil no encontrar en los medios alguna nota o artículo dando cuenta del ISIS, el Estado islámico de Iraq y el Levante. Ellos y sus simpatizantes buscan recuperar un califato sunita, como Iznogoud hizo todo por robar el suyo chiita.

Un visión occidental apresurada definirá al ISIS como la reencarnación de Osama, no es fácil evitar confundirse. La organización de la que hablamos aunque reciente, parte del Al-qaeda de los noventa e inicio de los dos miles. También está formado por una pandilla de fundamentalistas sin escrúpulos, acostumbrados a atacar civiles escudándose bajo la bandera del rechazo a occidente y calentando los ánimos para defender el más ferviente extremismo religioso. Pero el ISIS marcha más a contracorriente que el ya muerto terrorista saudita, a nivel local eso lo hace aún más peligroso. En el campo internacional les falta demasiado para llegar a los alcances de Bin Laden. La meta final de este grupo fanático y criminal es construir un Estado –Califato–, abarcando ambos lados de la frontera sirio-iraquí. Vale la pena recordarlo, Iraq cuenta con una mayoría de musulmanes chiitas, Siria de sunis y el único Islam reconocido por el ISIS es el último, acusan de herejes a los primeros y masacran sin temor a los no conversos. A lo largo de la semana y pese a los esfuerzos del gobierno iraquí por unificar un territorio compuesto por tribus –esto no es despectivo, hay tribus, esa es su conformación social–, el ISIS ha declarado la guerra al gobierno de Bagdad, al de Damasco, a la población cristiana, musulmana adversa y kurda. Todos parejo, también a uno que otro grupo rebelde combatiendo contra la dictadura de Assad. No necesitan demasiados argumentos, si bien la conformación de un Estado es un asunto evidentemente político, la política es religión y las religiones en todo el mundo, pero en particular en esos países, causan demasiados problemas.

Como decía, los personajes de Goscinny y Tabary parecen ser chiitas aunque no se hace media referencia a una escisión islámica, tampoco las recuerdo como parte importante de Las mil y una noches. Esa Bagdad, la esplendorosa, ese mundo árabe de minaretes y leyendas, apenas se recuerda por la necesidad del poder sobre el poder, no hay magia a su derredor. Por la Bagdad y el Damasco de hoy ya no veremos Sherezadas, las calles están llenas de Iznogouds.

Hace un par de semanas, platicando en México con Nir Baram, un fantástico escritor israelí, comentábamos los escenarios de paz en oriente medio, no solo en relación al Estado hebreo sino al amplio escenario regional. Buscando un poco de congruencia con la historia, confesé mi escepticismo: no veo paz posible en aquellos lugares.

Desde 2011 las protestas naturales derivaron en una sectarización de la que se ha dicho mucho. Había causas claras y justas para salir a las calles, sin embargo, eso no es lo que trae la hecatombe.

En las primeras estructuras de pensamiento social se encuentra la religión, a ella le siguió la filosofía y apareció la política. En esos terrenos pareciera que hemos regresado al punto de origen y las creencias embravecidas a punta de Kalashnikov y mortero traen mal auguro, tan malo que ni siquiera el adivino de una lámpara estaría dispuesto a predecir. Más allá de las diferencias que separan a los dos grupos hegemónicos del Islam, la gran falla de cohesión social obedece a su dependencia con el Estado. El Islam es una religión de Estado, unos u otros buscarán la conformación de su propio esquema de regulación doctrinal, contra esto, no hay convivencia posible con los una fe distinta aunque en términos reales sea parecida.

Los conflictos a enumerar son demasiados, evidentemente esto los aleja de la localidad. En Siria tenemos a la dictadura (chiita-alawita), combatiendo la mayoría sunita y una serie de milicias de diversas intenciones, no todas loables. El gobierno de Iraq se enfrenta a esta agrupación con un coctel de orígenes en sus todavía deterioradas fronteras. Irán apoya a Siria y es enemiga del ISIS, éstos apoyados directa e indirectamente por varios países petroleros incluyendo a Arabia Saudita. Estados Unidos aunque tibio, choca como he explicado en otros textos con el régimen de los Assad; no puede tolerar el avance del ejército del Levante pero también es contrario al gobierno de Teherán. En medio de todo esto, los rusos arman a Siria, se pelean con occidente y defienden su posición en la zona. ¿En serio hay una sola combinación que falte?

Goscinny hace a Iznogoud elaborar los más intrincados planes para derrocar al Califa; se ha aliado con sus enemigos, invocado genios y planeado traiciones ridículas. Hasta viajó en el tiempo para llevar del siglo XX un portaaviones, no supo qué hacer con él. Si se contabilizaran las posibilidades trágicas de sus acciones en la vida real, las tiras cómicas dejarían de serlo. En el escándalo vimos esta semana como el ISIS masacró a un gigantesco grupo de chiitas a sangre fría. La Bagdad que tienen sitiada se parece cada día más al Damasco de Assad que a la capital de Harún el-Pussah. Si Estados Unidos envía un destacamento militar nada desdeñable, es porque no puede permitir el avance un grupo tan salvaje como fundamentalista, pero también porque tras la retirada de sus tropas dejó a veinte mil civiles trabajando en esas tierras. Si la cosa empeora los intentarán sacar pronto. El gobierno de Bagdad solicitó ayuda a los norteamericanos (esto ya suena ridículo). Por su parte, no se cierra la posibilidad de un ataque directo aunque muy dirigido, especifico, si ocurre pueden mermar a los islamistas pero en el instante que lo hagan, del lado Sirio fortalecerán a Bashar al-Assad. Darán legitimidad a los argumentos conspiradores de Damasco, quien no ha dejado de calificar de terroristas a sus enemigos.

Es difícil que el ISIS logre sus objetivos, no cuentan con el respaldo necesario para tal evento. La zona acepta vivir en guerra pero con límites, ellos los han cruzado y abren la puerta para una reflexión nada sencilla. Habrá que pensar si los países musulmanes son capaces de coexistir con sus mínimas diferencias, mínimas de verdad: son apenas los profetas. Una opción complicada pero no imposible, sí trágica: ¿las fronteras tendrán que redibujarse en pos de algo tan frágil como la religión? Esa idea de una solución temporal, sin importar su costo humano, necesitará el paso de unos años y la más ligera ofensa para estallar. Medio Oriente no ha dado signos de poder vivir en paz. Las mil y una noches se hicieron largas.

Maruan Soto Antaki
Nació en la Ciudad de México en 1976. Colabora con distintos medios tratando temas relacionados con cultura, política internacional y medio oriente, zona del mundo con la que mantiene un estrecha relación. Autor de Casa Damasco (Alfaguara, 2013). Su novela más reciente es La carta del verdugo (Alfaguara).

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