Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
20/05/2024 - 12:04 am
¿Para qué marcha la oposición?
“Esta vez la congregación, a pesar de que se sigue autonombrado ‘ciudadana’ [al fin y al cabo ciudadanos somos todos], tuvo como oradores principales a Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada”.
Hubo un tiempo en el que marchar, llenar el Zócalo, tomarlo -incluso-, eran prácticas de los sectores de izquierda: obreros, estudiantes, maestros, simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ciudadanos indignados por el desafuero de López Obrador, electores que reclamaban el recuento de los votos tras la turbia elección de 2006, etcétera. Si la derecha se lograba congregar, siempre era en su faceta “apartidista” y generalmente motivados por la exigencia de mayor seguridad, pero nunca para solidarizarse con las causas de los menos favorecidos. Eso iría contra su naturaleza, y contra su convicción de que las cosas no tenían por qué cambiar y, si tuvieran que hacerlo, la manera decente de lograrlo sería mediante cauces institucionales y no entorpeciendo el tráfico. Antes al contrario, a los legisladores panistas les encantaba la idea de regular las marchas o, lo que es lo mismo, limitarlas -y con ello- limitar la libertad de expresión, de asociación y de manifestación.
Uno de los cambios más interesantes que nos ha tocado vivir en este sexenio es que la derecha aprendió a marchar. El 13 de noviembre de 2022 varios miles de personas marcharon del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución, como una reacción en contra de la iniciativa de Reforma Electoral propuesta por el Presidente López Obrador. Fueron en ese tiempo, sintomáticas y divertidas, las declaraciones de ciudadanos despistados que repudiaban la reforma y, cuando los reporteros -haciendo gala de cierta astucia- les preguntaban por qué estaban en desacuerdo con ella, no sabían qué contestar, porque no la conocían. La verdad es que, en el fondo, marchaban en contra de López Obrador y de lo que fuera que propusiera. Pero en lugar de admitir eso, dijeron que marchaban en defensa del INE. Ese día el orador fue José Woldenberg, reconocido por varios como el artífice de la llamada “transición democrática”.
Después de que logró por primera vez salir a las calles, la autonombrada “Marea Rosa” se animó a llegar al Zócalo. Así, el 26 de febrero de 2023, en una manifestación a la que nombraron “Mi voto no se toca”, los opositores de López Obrador colmaron el zócalo capitalino. De nueva cuenta, el motivo oficial de la marcha era la defensa del INE, esta vez bajo una supuesta amenaza de parte de lo que se conoció como “Plan B” para reformar la legislación electoral. En esa ocasión la oradora principal fue Beatriz Pagés y el tono del discurso fue mucho más confrontativo que el previo. Aún cuando el encono y la bravuconería eran más visibles en esta segunda congregación, la manifestación se distinguió nuevamente por el ardid de su carácter ciudadano, deslindado -aunque nunca desligado- de los partidos de oposición.
El 18 de febrero de 2024 la llamada “MareaRrosa” volvió a tomar el zócalo, ahora bajo el nombre de “Marcha Nacional por nuestra democracia”. El orador en esta ocasión fue Lorenzo Córdova, y el acto siguió presentándose como ciudadano, sin definiciones partidistas, aunque siempre fue evidente la animadversión contra el Presidente, el proyecto gobernante y todo lo que parezca o se asocie al obradorismo.
Ayer, 19 de mayo, la oposición volvió a llenar (o medio llenar) el zócalo, ahora sí, finalmente, ondeando las banderas y colores de sus partidos: el amarillo del PRD, el rojo del PRI y el azul del PAN. De todos modos, los asistentes se vistieron de rosa, ahora como una afrenta contra la consejera presidenta del INE, Guadalupe Taddei, que instó a asistentes y organizadores a no usar los colores del Instituto electoral, por una cuestión de elemental respeto. Los convocados respondieron airadamente: para ellos, el INE no les puede decir qué color ponerse, y si ellos deciden hacer una manifestación partidista vistiendo los colores del árbitro, dicen, están en su derecho. Esta vez la congregación, a pesar de que se sigue autonombrado “ciudadana” (al fin y al cabo ciudadanos somos todos), tuvo como oradores principales a Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada. Esta vez su consigna no podía ser “defender al INE”, por dos obvias razones: primero, porque por primera vez se trataba abiertamente de un acto de campaña partidista, en el que habría sido absurdo o por lo menos muy mal visto que los partidos y sus candidatos se arrogaran la defensa del árbitro. Y en segundo lugar, porque el INE que solían defender era el INE de Lorenzo Córdova y no el de Guadalupe Taddei, a quien ven con recelo, pues claramente es menos vocal y confrontativa contra el actual Gobierno que el antiguo consejero presidente. Esta vez, a la consejera, incluso, le dedicaron consignas irritadas: “Señora Taddei / La ley es la Ley”.
No puede ser. más que un buen signo de los tiempos, el que los ciudadanos de todas las ideologías, incluyendo a aquellos que en sexenios pasados no sólo no tenían motivos para marchar, sino que repudiaban a los “revoltosos” que lo hacían, ahora salgan, llenen plazas, coreen consignas y se infundan ánimos entre ellos.
Sin embargo, no deja de llamar la atención que durante tanto tiempo la oposición partidista, que siempre estuvo detrás -y a la vanguardia- de estas manifestaciones, se haya parapetado bajo un color que intentaba en vano disimular la identidad de sus partidos. Hay dos explicaciones para esto: una, que como partidos están conscientes de su desprestigio, y de que su propio historial, los saldos de sus gobiernos y de sus arreglos legislativos deslegitiman cualquier causa que se apresten a defender. La segunda, que -con la excepción del PRD-, quizá encontraron indigno para quienes en otro tiempo fueron partidos gobernantes el ensuciarse las suelas reclamándole algo al actual Gobierno. Sería una manera de reconocer que ya no tienen la sartén por el mango, y que los arreglos en las cúpulas ya no les bastan, como antes, para recibir prebendas y todo aquello que habrían querido mantener.
Una característica que distingue a las manifestaciones de esta oposición, en contraste con las de los sectores de izquierda, es que sus dirigentes no suelen ser vocales y directos con los motivos que los sacan a las calles. Los sectores de izquierda suelen ser francos en sus demandas y consignas: marchan por salarios justos, en contra de reformas laborales injustas, en contra de la represión, en contra del fraude electoral, etc. La actual oposición, en cambio, se manifiesta escondiendo sus verdaderos motivos y sus banderas. Escogen lemas generales y de sentido común, contra los que nadie estaría en desacuerdo: defender la democracia, defender el voto libre, defender la libertad. Pero para hacerlo, tienen que inventar un panorama en el que estas cosas están en grave riesgo. Dibujan así la imagen de una dictadura temible a la cual se enfrentan valientemente embalados en los colores de la muñeca Barbie para defender, dicen, la vida, la verdad y la libertad. Su nueva línea discursiva es que la confrontación política actual no consiste en la centenaria división entre “derecha” e “izquierda”, sino en una tensión entre “demócratas” y “autoritarios”, en la que, por supuesto, ellos son los demócratas y los autoritarios son todos los demás. Esa realidad alterna en la que viven bajo el yugo de un dictador es necesaria para imbuir dramatismo y emotividad a su propósito y unificar a su variopinta multitud en contra de una amenaza compartida. Finalmente, sacar del Gobierno a la gente que desprecian no es un fin político sublime, como sí lo es en cambio, luchar contra el autoritarismo y la destrucción de las instituciones, un objetivo que otorga sentido y hasta glorifica la asoleada del domingo.
En lo inmediato, sin embargo, es claro que lo que necesitan es un último aliento antes de la inminente derrota que deberán asumir el 2 de junio. Sería imperdonable que no hicieran todo lo que está en sus manos para no darse por vencidos a dos semanas de las elecciones. Incluso si eso implica dejar de simular.
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