Trump no es un político. Ni siquiera es un conservador. El actual presidente apoyó financieramente las campañas del demócrata Bill Clinton. Y a lo largo de la campaña de primarias de 2016 fue duramente criticado por todos los adalides del partido: los dos presidentes Bush, los excandidatos presidenciales Romney y McCain o el líder republicano en la Cámara Paul Ryan alzaron la voz contra un Trump que cuestionó el establishment del partido desde el comienzo.
Por Javier Collado
Ciudad de México, 2o de mayo (Economíahoy).– Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre los escándalos que rodean a la Administración Trump y la posibilidad de un impeachment, es decir, un juicio político que podría concluir con su destitución. El hecho de presionar al director del FBI, James Comey, para que archivase la investigación sobre el que fuera su asesor de Seguridad Nacional, el consiguiente despido de Comey, los contactos del equipo de Trump con oficiales rusos durante la campaña electoral o el hecho de compartir información clasificada con los rusos son sólo algunas de las acusaciones que han recaído sobre el presidente en las últimas fechas y que podrían llevar a su destitución. A continuación explicamos las claves de todo el proceso y las posibilidades de que se lleve a cabo.
ES UN PROCESO POLÍTICO, NO JUDICIAL
El impeachment es un proceso puramente político, por lo que las habituales garantías judiciales no tienen cabida. Cada fase está controlada por actores políticos, que son quienes finalmente toman una decisión sobre la culpabilidad y destitución del presidente.
Pero, ¿cuál es el proceso? La Constitución estadounidense señala que se puede aplicar un impeachment por "traición, soborno u otros grandes crímenes o delitos menores". Es decir, que, en realidad, cualquier delito puede ser una justificación para que la Cámara de Representantes impute cargos al presidente. Cada cargo -o artículo del impeachment- tiene que ser aprobado por mayoría simple en la Cámara Baja. Posteriormente, el Senado es el encargado de aplicar el juicio como tal, en una sesión que preside el líder de la Corte Suprema pero en la que son los senadores quienes deciden el veredicto final, votando cada cargo de forma independiente. Para encontrar culpable al acusado, dos tercios de los senadores deben considerarle culpable, expulsándole así del cargo, que pasaría a asumir el vicepresidente.
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¿ES PROBABLE QUE TRUMP SEA CESADO?
Hay muchas variables a tener en cuenta para considerar si Trump podría ser expulsado del Despacho Oval a través de un impeachment. Desde el punto de vista de las cifras, los Republicanos tienen mayoría en la Cámara de Representantes (241 de 435) y en el Senado (52 de 100). De esta forma, si Trump lograra el apoyo de todos los miembros de su partido, sería imposible que prosperaran siquiera las acusaciones contra él.
Sin embargo, Trump no es un político. Ni siquiera es un conservador. El actual presidente apoyó financieramente las campañas del demócrata Bill Clinton. Y a lo largo de la campaña de primarias de 2016 fue duramente criticado por todos los adalides del partido: los dos presidentes Bush, los excandidatos presidenciales Romney y McCain o el líder republicano en la Cámara Paul Ryan alzaron la voz contra un Trump que cuestionó el establishment del partido desde el comienzo.
Su vicepresidente, Mike Pence, por el contrario, es un conservador de la línea dura, que siendo gobernador de Indiana restringió el aborto y apoyó el carbón como fuente de energía. En este sentido, el ala más derechista de los republicanos podría preferirle frente al inexperto y voluble Trump, especialmente teniendo en cuenta que la mala imagen del presidente lastrará enormemente a los republicanos en las elecciones parlamentarias de 2018, cuando se eligen todos los diputados de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 39 gobernadores.
Pese a todo, los ataques de los líderes republicanos y de los medios de comunicación a Trump, al igual que las encuestas desfavorables en campaña, sólo sirvieron para aupar al magnate al Despacho Oval, erigiéndose como uno más de entre sus votantes. Paradójicamente, el millonario logró forjar la imagen de ser uno más de entre los votantes, como aquel que sufre en primera persona las mentiras de los periodistas y que tiene que soportar los ataques de las élites a las que las clases inferiores de la sociedad estadounidense miran con envidia y recelo. De hecho, pese a todos los escándalos recientes, las bases republicanas siguen apoyando a Trump contra viento y marea, aunque su nivel aprobación sigue cayendo: sólo el 42% de la población aprueba la labor del actual presidente, según una encuesta de Morning Consult con Politico; el porcentaje cae hasta el 38% según los datos de Gallup.
En resumen, sólo la divulgación de pruebas irrefutables contra Trump que enardecieran a la inmensa mayoría de la sociedad estadounidense podrían impulsar a los miembros del Partido Republicano para aceptar un impeachment contra el presidente. Y cada día que pase, según se vayan acercando las elecciones parlamentarias y estatales de noviembre de 2018, las probabilidades irán disminuyendo. Al fin y al cabo, Trump cuenta con un Congreso favorable, y en los casos anteriores de impeachment en la historia del país, el presidente siempre se tuvo que enfrentar a un Parlamento del signo contrario.
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JONHSON, CLINTON... y NIXON
La historia de Estados Unidos sólo recoge dos casos en los que se haya iniciado el proceso de impeachment a un presidente del país, y un tercero en el que se quedó a las puertas de comenzar. Pero jamás se ha logrado expulsar a un presidente del Despacho Oval por este procedimiento.
Andrew Johnson: asumió el cargo tras el asesinato de Abraham Lincoln, en 1865. La Cámara de Representantes rechazó en 1867 someterle al proceso al no haber consenso sobre los crímenes que habría cometido. Pero en el mismo año el congreso superó el veto de Johnson a la Tenure in Office Act, que declaraba que el presidente no podía despedir a los miembros de su gabinete sin la aprobación del Senado, en un intento de mantener al secretario de Guerra, Edwin Stanton, nombrado por Lincoln. Johnson le despidió igualmente, y la Cámara inició el impeachment por saltarse la ley, con 128 votos a favor y 47 en contra. Finalmente fue absuelto en el Senado: se opusieron 19 senadores del total de 54, por lo que no se alcanzaron los dos tercios necesarios por un solo voto.
Richard M. Nixon: nunca tuvo que enfrentarse con el impeachment, dado que dimitió previamente. En aquel momento sólo se pudo demostrar, gracias al sistema oculto de grabación que había establecido el propio Nixon en la Casa Blanca, que colaboró en la obstrucción a la justicia en su investigación sobre la incursión en el edificio Watergate -sede de los demócratas- en la campaña presidencial de 1972. De hecho, aún hoy no se ha demostrado que Nixon estuviera implicado en la planificación del intento de espionaje a sus rivales políticos. Cuando el Partido Republicano dejó de apoyar al presidente y este fue consciente de lo inevitable de su destitución y del aumento de la mancha sobre la figura institucional del Presidente, decidió dimitir en agosto de 1974, siendo absuelto de todos los posibles cargos por su segundo vicepresidente y sucesor Gerald Ford un mes después.
Bill Clinton: investigaciones sobre la vida del presidente demócrata concluyeron que Clinton había cometido perjurio y obstrucción a la justicia para evitar que se hicieran públicas sus infidelidades y relaciones sexuales con la becaria Monica Lewinsky. La Cámara aprobó dos de los cuatro artículos planteados para el impeachment, pero el Senado no apoyó la destitución: sólo 55 senadores le declararon culpable por obstrucción a la justicia y sólo 45 le condenaron por perjurio, quedando en ambos casos lejos de los dos tercios (67 senadores) necesarios para obligarle a abandonar la Casa Blanca.