Antonio Ortuño suele tener un pie puesto en el análisis profundo de la realidad mexicana, ya sea que haga una crítica del comportamiento de las clases altas, ya que muestre los horrores que viven los migrantes que atraviesan nuestro país. Leerlo es acercarse a una de las propuestas literarias más sólidas de nuestros días mientras la indignación por la podredumbre social se acrecienta.
Olinka, su última novela, “aborda la crisis de un clan empresarial de Guadalajara, capital y paraíso del lavado de dinero. Allí, los Flores construyeron su urbanización inspirándose en una vieja idea del Dr. Atl, quien soñaba erigir una ciudad para científicos y artistas. Pero la realidad mexicana convierte las utopías en burlas sangrientas y la multiplicación de proyectos inmobiliarios es uno de los claros signos de la corrupción reinante”.
“A mí no me interesan las historias de los malos contra los buenos. Creo que pertenecen al reino de los cuentos de hadas. Las historias reales son de malos contra más malos. En Olinka todos son culpables de algo. Todos son víctimas de algo”, dice el escritor.
Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).– Antonio Ortuño es, sin duda, uno de los autores más relevantes de la literatura mexicana contemporánea. Sus más recientes novelas han estado en la boca de los lectores y de la crítica en varios países, dado que se han traducido a varios idiomas. Tal es el caso de Olinka, su más reciente novela, que se publicó simultáneamente en español y en alemán.
Alberto Blanco lleva quince años en la cárcel por un delito que no cometió. Su suegro le pidió el favor de que fuera él a prisión en su lugar, prometiéndole que serían apenas un par de años y que le pagaría una buena cantidad por el tiempo que estaría ahí dentro. Sin embargo, el poder acumulado por su suegro se diluyó al mismo ritmo en que Olinka, el fraccionamiento residencial de lujo de su propiedad, no consiguió integrarse a la zona urbana de Guadalajara. Así que, cuando Blanco sale anticipadamente de la cárcel, poco es lo que puede reclamar.
Ortuño suele tener un pie puesto en el análisis profundo de la realidad mexicana, ya sea que haga una crítica del comportamiento de las clases altas, ya que muestre los horrores que viven los migrantes que atraviesan nuestro país. Leerlo es acercarse a una de las propuestas literarias más sólidas de nuestros días mientras la indignación por la podredumbre social se acrecienta.
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–Antonio, en todas tus novelas hay una fuerte presencia de lo mexicano, para bien y para mal. ¿Por qué es importante para ti narrar cosas que ocurren aquí?
–Un escritor reacciona a su entorno, reacciona a su medio. No hay ningún contrato que te obligue a escribir sobre lo que te rodea y hay grandísima literatura que se escribe de espaldas a ese contexto. Mi posición ha sido crítica, a veces juguetona, a veces desolada sobre lo mexicano. Desde luego no creo que sea el único camino literario posible, pero sí ha sido el mío.
–¿Crees que la literatura debe cumplir esa función social? ¿La de denunciar, alzar la voz?
–No hay contratos que nos obliguen a nada. Es decisión de cada autor. Tampoco el 100 por ciento de mis textos son de observación o de crítica social. De alguna manera creo que la libertad de un escritor es primordial. Hay muchas formas de hablar y entrar en conflicto con esta sociedad. Yo observo esos problemas sociales, pero no como lo haría un sociólogo. Nutro la ficción con ese combustible que está alrededor, esas crisis de la gente que vive alrededor. Yo creo que un escritor hace un trabajo muy diferente al de un periodista o al de un activista. No me considero un escritor de denuncia, sino un escritor que observa la realidad.
–Entrando en Olinka, tu novela, desde el inicio conocemos a Aurelio a punto de salir de la cárcel. ¿Por qué partir desde un personaje que en apariencia lo ha perdido todo?
–Yo quería ver la ciudad a través de unos ojos frescos. Me parecía que alguien que ha estado en el encierro tenía esa mirada fresca, llegaba como si viniera del pasado, como si hubiera viajado en el tiempo. Su percepción va registrando cambios diminutos. La vida de la ciudad se transformó. La ciudad es un personaje importante en el libro. Es cierto que Aurelio lo ha perdido todo, pero él no busca la venganza, busca su restitución, recobrar lo que cree que tuvo. Es parte de la clase media que aspira a colarse en la clase alta. No es un justiciero, sólo es un tipo que se fue a la banca en su intento de ascenso social.
–Llama la atención que Aurelio tiene muchísima esperanza, una esperanza que parece ingenua y cruel.
–Aurelio sabe. Él quisiera recuperar a su esposa. Quisiera recuperar el dinero que le prometieron. Esa esperanza le permite no colapsar. Desde luego que hay ingenuidad, pero es algo que hay en muchas personas. Tenemos una sobrecarga de personajes cínicos. La ingenuidad no es una virtud, pero sí daba unos registros diferentes a los de un cínico. Un cínico no hubiera pasado lo que él. Él tiene un espíritu que lo lleva a ser el que es.
–En Olinka son dos las grandes historias que cuentas: la reinserción de Aurelio y la historia de Olinka, esta urbanización que el suegro quiso hacer. ¿Cómo conseguiste balancear estos planos narrativos?
–Gran parte de estructura de la novela pasa por eso. Me parecía que la importancia de los hechos que se pasaban en el presente se basaban en la potencia del pasado. Necesitaba contar el pasado. La novela hace estos brincos temporales en la conciencia de Aurelio y en la narración efectiva. De alguna manera se explora la idea de que el pasado nos ayuda a establecer cierto sentido. Es una novela que está llena de muertos inquietos. Uno de los ideales de Aurelio es que los muertos se queden quietos. El pasado nunca se va del todo y sigue irradiando el presente.
–Pones como nota aclaratoria sobre la cantidad de empresas de lavado de dinero que hay en Guadalajara, entonces parece que estás tratando de dos grandes crímenes, el de cuello blanco y el de este otro crimen: vamos a hacernos, o vamos a crear a todos estos muertos porque necesitamos estos lugares. Un crimen es consecuencia del otro.
–La idea del cuello blanco es absurda. Es un intento grotesco de establecer una cierta decencia entre criminales. Es una idea terrible. Esa primera nota, en la que juego con aclaraciones que se colocan en películas y reportajes de no ficción, que no es ficción, la mayoría de empresas de lavado están en Guadalajara... Yo que nací en ese lado de la ciudad, en Zapopan, me sentí rodeado de los que lavaban dinero. Yo no sentía que viviera en Dubai. Era un boom inviable. Dinero no se regaba socialmente. Alrededor de mi casa había 20 clínicas de belleza que desaparecían… toda esa economía que juega a estar ahí, pero no está ahí forma parte de los motivos por los que decidí escribir la novela. Es algo que está presente en todo México, pero en Guadalajara está más visible.
–En tu novela, en Olinka, llevas a cabo un complejo traslado de la función antagónica. Es muy fácil pensar que los malos son los lavadores de dinero, sin embargo, poco a poco, estos seres se van convirtiendo. ¿Por qué y cómo llevar esta traslación del sujeto antagónico?
–A mí no me interesan las historias de los malos contra los buenos. Creo que pertenecen al reino de los cuentos de hadas. Las historias reales son de malos contra más malos. En Olinka todos son culpables de algo. Todos son víctimas de algo. Hay agente que es verdugo, pero hay gente que no lo es demasiadas veces. Todos tiene colas que les pisen. No hay villano, no hay héroe. Sólo un montón de culpas entrelazadas.
–Probablemente las mujeres sí cumplen una labor sí muy diferente durante la novela.
–Yo tengo la sensación de que las mujeres son más razonables.
–Vives con tres.
–Claro. Me conviene pensarlo. Cuando se tiene menos poder, puedes hacer menos daño. En la novela sí son menos nocivas que los hombres. Tiene apegos más claros, pero no son moralmente intachables. Hay una distancia gigantesca entre engañar al marido y desaparecer una comunidad. Mujeres han tenido que luchar para sobrevivir en un México machista.
–Estamos en una sociedad patriarcal en la que la mayoría de los puestos de poder los desempeñan hombres.
–¿Por qué decidiste no focalizarte en un personaje?
–Eso le aportaba riqueza a la historia. Era antinatural que Blanco supiera algunas cosas. Uno nunca se puede ver a sí mismo. La única manera de ver el cuadro completo es hacerlo desde otros personajes.
–El narrador se mantiene en una misma línea estilística.
–Sí, el narrador se mantiene. Tiene que ver con que la novela necesita homogeneidad. Finalmente no hay brincos entre personalidades. Hablamos de matices en una misma escala: una crisis dentro de una familia. Al tono del libro le convenía la homogeneidad de la voz narrativa.
–El ritmo que mencionas proviene de la manera en la que consigues alternar las escenas con tiempos narrativos.
–Lo cierto es que las piezas que componen el libro… no es una historia que se cuente de la A a la Z. Tiene brincos. Se pasa de un fragmento explicativo a diálogos o acciones. La voz homogénea permite articular las piezas y darle el sentido narrativo, con una prosa que vaya sumando las partes.
–En todos tus libros está presente el humor, en Olinka corre a cargo del narrador o algunas situaciones.
–No es algo que yo le inyecte. Yo tengo una cierta deformación sobre mi percepción del mundo y que aparece en lo que escribo. Si visito una ciudad, probablemente le tomaré fotos a cosas raras. Es inevitable, es mi prosa. La prosa está relacionada con la cosmovisión del escritor. Es la manera en la que veo el mundo.