Alejandro Palomas habló con SinEmbargo sobre su novela Una madre (Destino), un libro sobre las relaciones familiares y el papel de cobijo que proveen las madres.
Ciudad de México, 20 de marzo (SinEmbargo).– Todo transcurre en la fiesta de fin de año. Amalia ha podido, por fin, reunir a sus hijos y a su hermano para la cena. A sus 65 años, ha sabido sortear su divorcio y mira con humor hacia el horizonte. La historia la cuenta el escritor español Alejandro Palomas en Una madre (Destino), el primer libro de una trilogía que completan Un perro y Un amor.
“Yo tengo dos hermanas mayores, tengo una madre como Amalia, de esa edad —bueno, ya no la tengo porque murió el año pasado, pero en ese momento la tenía—; una mujer con esas características: mi madre veía muy poquito, era muy torpe, se divorció a los 65 años, se quedó sola. Todas esas cosas que forman parte de la estructura familiar sobre la que yo construyo mi historia”, comentó el autor, que hace unos días estuvo por primera vez en México, en entrevista con SinEmbargo.
Palomas precisó que la familia que construye en este relato está basada en la estructura familiar que conoce, en la que creció. En ese sentido, puntualizó que “aquello que parece más inverosímil, es lo real, lo que realmente ocurrió. Y lo que parece más verosímil o creíble, es material de relleno”.
En relación a Amalia, una madre en la que los lectores pueden encontrar a la suya, y en la que otros hallarán un personaje que provee alivio y protección a los suyos, Alejandro Palomas mencionó que tanto ella como la familia que retrata tienen una universalidad que permite que llegue de la misma manera a todas partes.
“Podría ser la madre de cualquiera, podría ser la familia de cualquiera, las hermanas de cualquiera, la cena de cualquier familia mexicana, argentina, francesa, española. Da igual. Y eso es lo difícil, yo creí que era lo fácil, para mí eso era lo fácil, pero ahora entiendo que eso es lo más difícil de crear: hacer personajes que lleguen de la misma manera a todas partes”, comentó.
Alejandro Palomas compartió además sus apreciaciones sobre cómo al escribir esta historia evolucionó el entendimiento que tenía de la maternidad e indicó que Una madre habla de la familia, ”sobre cómo las dinámicas familiares pueden hacer mucho daño y pueden sanar mucho también”.
Reflexionó de igual forma ante el gran ausente de su obra, la cara B de la historia, el protagonismo del padre ausente, “porque todos están hablando constantemente de él, todos reaccionan a su ausencia, todos se acuerdan de cosas. Él está omnipresente a pesar de no querer estar”.
“Creo que ese es un tema que tendríamos que abordar, porque si no abordamos ese tema tampoco podremos abordar de verdad el tema de la maternidad. No se puede abordar uno sin abordar el otro, entonces hay que resituar todo a la vez. Entiendo que la postura de los padres hombres es, hasta este momento de la mayoría hablo, demasiado cómoda para querer que eso se mueva”, refirió
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—Una madre es un libro que forma parte, una trilogía, sobre una familia que has dicho que está basada en la tuya. ¿Qué tanto refleja esta historia tus vivencias personales?
—Cuando digo que está basada en la mía quiero decir que está basada en la estructura familiar que yo conozco. Yo tengo dos hermanas mayores, tengo una madre como Amalia, de esa edad —bueno, ya no la tengo porque murió el año pasado, pero en ese momento la tenía—; una mujer con esas características: mi madre veía muy poquito, era muy torpe, se divorció a los 65 años, se quedó sola. Todas esas cosas que forman parte de la estructura familiar sobre la que yo construyo mi historia.
En cuanto a los hechos en sí, en lo que les pasa, yo siempre he dicho que mis historias que en mis novelas, no sólo en ésta, sino en todas, que aquello que parece más inverosímil, es lo real, lo que realmente ocurrió. Y lo que parece más verosímil o creíble, es material de relleno. Entonces, ahí tú mismo elige qué es lo que te parece más inverosímil y ahí seguro que aciertas.
Hay mucho de mí, obviamente, porque cuando tu trabajas con los modelos en vivo, que son los miembros de tu familia, y yo por eso trabajé con ellos, porque tenía que verlos constantemente para fijarme como se mueven, como miran. Todo eso porque tenía la facilidad de tenerlos en vivo. Por supuesto que hay mucho de mi propia mano y de mi propio prisma sobre lo mío, que es mi gente y gente a la que quiero.
—Amalia es un personaje entrañable. Es la mamá que muchos tienen o que muchos quisiéramos tener. ¿Cómo ha sido tu relación al momento de desarrollar a este personaje?
—Sí, es muy real, muy real y muy universal, eso es lo curioso y es muy difícil hacer algo universal. Eso también lo aprendí con Una madre. Para crear algo universal tienes que crear algo muy pequeñito, porque lo más pequeñito es lo más universal y esa es una lección que muchos aprendemos muy tarde y si tienes suerte lo aprendes tempranito para poder aplicarlo en lo que creas. Yo tuve la suerte de aprenderlo antes de los 50. Sobre todo es muy verdad, y creo que eso es lo importante de esta novela, que llega de una manera y que llega a todas partes igual el personaje de Amalia y la verdad de Amalia porque es muy verdad. Podría ser la madre de cualquiera, podría ser la familia de cualquiera, las hermanas de cualquiera, la cena de cualquier familia mexicana, argentina, francesa, española. Da igual. Y eso es lo difícil, yo creí que era lo fácil, para mí eso era lo fácil, pero ahora entiendo que eso es lo más difícil de crear: hacer personajes que lleguen de la misma manera a todas partes.
También te digo una cosa, creo que es muy significativo que es mi primera vez en México, yo nunca había estado en México. Es el único país de América Latina que no he estado nunca. Yo siempre quise venir a México desde el principio, pero nunca se dio el caso. Y creo que es muy significativo que llegue aquí con Una Madre bajo el brazo, porque creo que es una madre muy mexicana.
—Sí, claro tiene incluso ese elemento constante del humor para atender las situaciones. Uno se puede identificar precisamente por esa cuestión. Creo que lo describes muy bien, pese a su torpeza y todo, sabe cómo lidiar, escabullirse por los recovecos de la situación y salir siempre con un toque de humor, ese es uno de los elementos que se logran bastante bien. ¿Cómo llegas a ese nivel de lenguaje, Alejandro?
—Pues no lo sé. Sinceramente te digo una cosa, si yo me hubiera propuesto escribir Una madre no habría salido hacerlo. Yo escribí esta novela sin plantearmelo, yo nunca tengo un plan previo a la hora de escribir una obra, escribo a ciegas totalmente.
No sé nunca lo que voy a escribir al día siguiente, no sé cómo van a evolucionar, me encanta descubrirlos en tiempo real, me encanta estar ahí dentro. ¿Y cómo?, porque hay dos formas de escribir: una, contando una historia al lector; y la otra es viviendo una historia e incorporar al lector a que la viva contigo. Yo soy de los segundos. El secreto está en que desde el minuto uno creo que el lector está adentro, no está afuera escuchando, sino que está adentro viviendo y lo vive en primera persona. Forma parte de esta familia, está totalmente incluido dentro y siente las emociones en tiempo real. Eso es muy difícil, yo siempre he escrito así y nunca me había dado cuenta que era tan difícil, me sigue siendo muy fácil porque yo solamente sé escribir así, no conozco otra manera, pero entiendo que la intensidad se triplica de esta manera.
—¿Y con Fer? ¿Es tu alter ego o es tus ojos dentro de esta familia?
—No mira, hay veces en las que yo mismo me lo planteo, sobre todo porque esta novela tiene la continuación de Un perro y de Un amor, el personaje de Fer y la mirada de Fer también va alternando entre mis ojos y un alter ego. No siempre es mis ojos y no siempre es un alter ego. A veces adquiero cierta distancia y a veces no puedo mantener la distancia, porque Amalia tira mucho, Amalia absorbe mucho, entonces Fer la tiene que hacer de hijo, no puede hacer solamente de mis ojos, sino que tiene que ser de hijo y de Fer. Con ello es una postura muy compleja la de Fer, en primer lugar porque Fer es la verdadera madre de toda esta novela, es el que cuida a estas mujeres, está con ellas todo el rato, las conoce muy bien, mide los tiempos, apaga fuegos, decide cosas, consigue que una haga las paces con la otra, que una no salte, no se peleen. No sé, es un poco, ¿sabes?, estar con estas tres fieras, porque son tres fieras de alguna manera u otra. Entonces Fer tiene que estar no sólo siendo mis ojos, sino mis manos también y las suyas propias, es un personaje super complejo para mi.
—Además de estos personajes que son complejos, en esta narrativa escoges como cereza del pastel la celebración de fin de año. Una celebración que para muchos es complicada, que para otros es un encuentro. ¿Por qué esa celebración?
—Precisamente por eso, porque siempre es algo. Para todo el mundo esa celebración toca una cuerda, ya sea para mal, para bien. Cuando yo recuerdo al principio cuando salió Una madre yo decía “bueno es la noche de fin de año” y todo mundo decían “uf, noche de fin de año, que miedo”, porque bueno mucha gente no quiere ir, le da pereza, te vas a encontrar con el cuñado al que odias, te vas a encontrar con la hermana que has peleado y llevas 6 meses sin hablarte, o con la madre, o con el nuevo marido de la madre. ¿Sabes? Son esas situaciones que hay que afrontar, entonces hay muchas personas que no quieren y a otras que les encanta. Entonces es eso, no tenía que dar o construir una situación artificial y justificarla, no. Esto es algo por lo que todos pasamos todos los años, entonces para mí era muy fácil.
—A partir de esta novela, de esta trilogía, ¿ha cambiado tu entendimiento sobre la maternidad, sobre ese manto protector que yace sobre las familias?
—No ha cambiado, pero ha evolucionado yo creo. He profundizado muchísimo más, he estudiado más, he mirado mucho más. He mirado a mi madre de otra manera también, me ha ayudado a comprenderla mucho, hemos hablado mucho también con ella y con mis hermanas sobre sus personajes, nos hemos reído muchísimo también. Más que sobre mi madre, es sobre la familia, yo diría. Sobre cómo las dinámicas familiares pueden hacer mucho daño y pueden sanar mucho también, o sea, es un micromundo en el que puedes probar muchas cosas que después puedes probar en el macromundo que hay fuera de la familia.
—¿Crees que la sociedad actual ha romantizado la maternidad y ha olvidado atenderla, ayudarla y sobre todo entender su rol de una manera diferente, en el que no lleven toda la carga de una familia?
—Sí, totalmente de acuerdo. Creo que eso está cambiando, pero está cambiando porque las mujeres están luchando para que eso cambie, pero no la sociedad está luchando para que eso cambie. Creo que es una lucha unidireccional y muy difícil. Yo cuando mi madre se divorció de mi padre a los 65 años, ella tenía dos vías de acción: una era hundirse por haber sido hasta entonces esposa, madre y no mujer porque los roles eran demasiado marcados, y haberse hundido en “me he quedado sin nada”, porque nosotros ya éramos mayores; o lo que hizo ella, que fue “bueno, tengo 65 años, tengo unos hijos que me quieren y a los que ya he cuidado y ahora quiero vivir. Soy como una niña en un mundo nuevo que no me habían dejado descubrir hasta ahora y ahora los años que me quedan quiero saber qué hay afuera y cómo me desarrollo y como me desenvuelvo”. Fue muy difícil para ella, porque no dejamos que desarrollen esa parte durante el grueso de la maternidad y creo que no somos justos con ellas, sinceramente.
—Es muy interesante además, porque eso ayuda a entender esa carga hacia las madres, la ausencia del padre, los vacíos que implica la figura. ¿Qué hace falta para replantear y repensar la paternidad?
—Esa es la otra cara de la moneda. El lado B, porque se ve mucho de la cara y la cara B de cada uno. De hecho, la cara B de esta moneda es el protagonismo del padre, el padre es el gran protagonista de esta novela, el protagonista ausente porque todos están hablando constantemente de él, todos reaccionan a su ausencia, todos se acuerdan de cosas. Él está omnipresente a pesar de no querer estar, y al final está porque Fer tiene este episodio con él, pero sí creo que la novela está pidiendo un replanteamiento de la paternidad desde el minuto uno. Creo que ese es un tema que tendríamos que abordar, porque si no abordamos ese tema tampoco podremos abordar de verdad el tema de la maternidad. No se puede abordar uno sin abordar el otro, entonces hay que resituar todo a la vez. Entiendo que la postura de los padres hombres es, hasta este momento de la mayoría hablo, demasiado cómoda para querer que eso se mueva.
Entonces mientras a uno no lo obliguen, ¿por qué va a salir de esa zona de confort en la que se encuentra tan cómodo? Pero es que hay que actuar de alguna manera porque sino los roles no cambian y no solamente los roles no cambian, sino que la dinámica que en realidad hunde a las familias tampoco cambia.