Los ensayos del estudio revelaron que el veneno de caracol cónico es capaz de interrumpir las interacciones proteína-proteína y proteína-polisacárido que contribuyen directamente a la patología de la malaria; además, se amplía el alcance farmacológico de las conotoxinas, las cuales podrían usarse en el tratamiento frente a la COVID-19 y el sida.
Miami, 20 de febrero (EFE).- El veneno del caracol marino cónico (Conus nux) puede servir para desarrollar tratamientos contra la malaria severa y otras enfermedades, según un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad Atlántica de Florida (FAU) publicado en la revista Journal of Proteomics.
Los investigadores, que contaron con la colaboración de la Facultad de Ciencia Charles E. Schmidt de FAU y la División de Ciencias Químicas del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, partieron de la idea de que los medicamentos antiadherentes pueden ser la clave para mejorar las tasas de supervivencia de una enfermedad que causa más de 400 mil muertes al año.
Según un comunicado de FAU sobre los resultados de este estudio, algunos tipos de paludismo como el Plasmodium falciparum pueden ser mortales incluso después del tratamiento con los fármacos actuales.
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— Dr. Nancy Knowlton (@SeaCitizens) February 18, 2021
Esto se debe a la persistente “cito-adhesión” de los eritrocitos infectados a pesar de que los parásitos que quedan dentro de los glóbulos rojos están muertos.
“El estudio proporciona importantes pistas hacia el desarrollo de fármacos antiadherentes o de terapia de bloqueo novedosos y rentables destinados a contrarrestar la patología de la malaria grave”, dice el comunicado.
Los investigadores utilizaron en sus ensayos ejemplares de Conus nux recolectado en la costa del Pacífico de Costa Rica. Este caracol venenoso vive en los arrecifes tropicales, en el Índico y el Pacífico, y caza peces pequeños.
Los ensayos revelaron la capacidad in vitro del veneno de caracol cónico para interrumpir las interacciones proteína-proteína y proteína-polisacárido que contribuyen directamente a la patología de la malaria Plasmodium falciparum.
El estudio amplía el alcance farmacológico de las conotoxinas/conopéptidos, presentes en el veneno del caracol Conus nux, al revelar su capacidad para interrumpir las interacciones proteína-proteína y proteína-polisacárido que contribuyen directamente a la enfermedad, agrega.
De manera similar, las conotoxinas podrían usarse como posibles inhibidores de las interacciones proteína-proteína como tratamiento de enfermedades como el sida y la COVID-19.
Los péptidos de veneno de los caracoles cono tienen el potencial de tratar innumerables enfermedades mediante terapias de bloqueo.
“La estabilidad molecular, el tamaño pequeño, la solubilidad, la administración intravenosa y la ausencia de respuesta inmunogénica hacen que las conotoxinas sean excelentes candidatas a la terapia de bloqueo”, dijo Andrew V. Oleinikov, autor correspondiente y profesor de ciencias biomédicas de la Facultad de Medicina Schmidt.
“Las conotoxinas se han estudiado ampliamente durante décadas como sondas moleculares y guías de fármacos dirigidas al sistema nervioso central. También deben explorarse para aplicaciones novedosas destinadas a frustrar las respuestas celulares incorrectas o frustrar las interacciones del parásito del huésped a través de su unión con proteínas endógenas y exógenas”, agregó.
La interrupción de las interacciones proteína-proteína por las conotoxinas es una extensión de su conocida acción inhibidora en muchos canales y receptores iónicos.
“Entre las más de 850 especies de caracoles cono hay cientos de miles de exopéptidos venenosos diversos que han sido seleccionados a lo largo de varios millones de años de evolución para capturar a sus presas y disuadir a los depredadores”, dijo Frank Marí, autor correspondiente y asesor senior de ciencias bioquímicas en el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología.
Los coautores del estudio son Alberto Padilla, exalumno de posgrado de la Facultad de Medicina Schmidt; Sanaz Dovell, exestudiante de la Facultad de Ciencias Charles E. Schmidt; Olga Chesnokov, investigadora asociada de la Facultad de Medicina Schmidt, y Mickelene Hoggard, de la División de Ciencias Químicas del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de EU.