Máscara contra cabellera. Las fuerzas del bien y del mal. La música envuelta en luces multicolores por la noche. En el día el silencio y la penumbra. El personaje y la persona. El glamour del espectáculo y la vida corriente. Luchar y ser libre. Sin embargo.mx se subió al ring sin oponer resistencia.
La Arena México está vacía. En ella caben 14 mil espectadores. Atlantis trepa al ring. Ningún contrincante lo espera. De pronto el personal de mantenimiento entre las gradas genera algún ruido. En el cuadrilátero se escucha amplificado, como un taladro al oído. Una probadita de la excitación que el luchador experimenta con el estruendo del público en la función nocturna.
Atlantis acomoda los 95 kilos y el metro setenta y algo en la lona. Se sienta en medio del ring. Una pierna estirada, la otra recogida. Mientras habla se entretiene con una de las aplicaciones en piel a punto de desprenderse de sus mallas. A ratos alza la vista. Tiene una mirada franca. Sus manos recuerdan las del Hombre de piedra (4 Fantásticos). Lleva una vida ganada a golpes, salpicada de sudor, de bramidos técnicos y rudos.
En 1952 se quedaron afuera de la Arena Coliseo seis mil aficionados con ganas de presenciar la lucha máscara contra máscara entre el Santo y Black Shadow. Dentro había otros seis mil seguidores. Construida con lo más avanzado de la tecnología de la época, el Coliseo se inauguró el 2 de abril de 1943, convirtiéndose en la Catedral de la lucha libre, por ahí también peregrinaron leyendas como Blue Demon, Cavernario Galindo, o el Gorila Flores.
La noche del 7 noviembre del 52 se efectuó la madre de todas las batallas entre las fuerzas del bien y el mal. Santo salió triunfante; hizo amago de sacarle el capuchón a Black Shadow, pero Blue Demon, quien había luchado como segundo platillo, se acercó para impedírselo, gracias a eso Black Shadow conservó la dignidad de retirarse por sí solo la negra máscara.
El empresario Salvador Lutteroth presenció desde su butaca tanto la lucha, como la necesidad de superar el aforo que tenía su Coliseo. El 26 de abril de 1956, cuatro años después, inauguró la Arena México, “un monstruo estandarte de la lucha libre donde se consagran las grandes figuras del pancracio”, dicen desde de la Arena. Pancracio y gladiador son palabras del latín que gustan a quienes están en el ambiente.
No hay vida fuera de las luchas
De manera que Atlantis es un gladiador. La estrella principal del Consejo Mundial de Lucha Libre no tiene reparo en autonombrarse estandarte del Consejo. Leyendas sólo hay cuatro, Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez y Mil Máscaras. Atlantis encabeza la lista de las estrellas actuales.
—Se gana la vida a golpes…
—Es un deporte rudo, duro y celoso; bastante peligroso y bastante tienes que quererlo. Hay luchadores que han muerto luchando, los hay que se han quedado en silla de ruedas. Yo tengo 28 años como profesional, hay luchadores que duran seis meses.
Para cada lucha la madre de Atlantis le echaba la bendición. La señora sufría. Sólo una vez se atrevió a verlo luchar en vivo. Atlantis contra Los Dinamita. La señora dejó la Arena, no quiso verlo luchar jamás.
Depende de la preparación —continúa Atlantis— y de cuánto se arriesgue el novato que no mide el peligro. No tienes que fallar al gimnasio ni a la educación alimenticia. En mi caso, la escuela del Diablo Velasco me ha durado tantos años, que no tengo cirugías ni fracturas, tengo la misma cintura y el mismo peso.
Atlantis, el cuarto de nueve hermanos, siente que los reflejos no son los mismos, “uno es más lento, pero lo compensas con sabiduría y experiencia. La mentalidad y el corazón no envejecen. Envejece la piel”.
— ¿Ha pensado cómo será su final?
—Pues triste. Si me retiro, me muero. No quiero que llegue ese día. No me gusta pensar en eso, me da tristeza. No quiero meterlo en mi agenda; si pongo una fecha se me figura que yo solo me voy muriendo lentamente. No sé… Un día lucharé aquí en la Arena México, y al otro día amaneceré retirado. Así, de un día para otro.
--Cómo vive la caracterización del Atlantis.
--Somos uno: el ser humano y el personaje. Es algo mágico. Cuando vengo a luchar me pongo la máscara a 200 metros de la Arena y me siento grande. Nada más veo mi máscara y entro a una droga deportiva maravillosa; cuando llegó a los vestidores ya ni sé cómo me llamo, si tengo esposa o hijos. Entro en la fantasía. De regreso al vestidor, te quitas las zapatillas y aterrizas del viaje.
—¿La máscara se vuelve una piel sin la que es imposible vivir?
—Es lo que yo vendo. Muy poquita gente me conoce. Mis vecinos saben que llegué a esa casa y ya, nos saludamos brevemente. No saben quién soy. No voy a perder la máscara por mi propia boca. Sí, yo sin la máscara…, no me veo guapo —Atlantis lo piensa mejor—: Soy muy feliz con máscara y sin ella. ¡Para vivir con complejos, qué vida tan aburrida!
—¿Qué pasa por su cabeza cuando está en el ring, cuando se monta en las cuerdas?
—No pienso en nada, sólo veo a la gente y la escucho que me quiere o que me odia. Veo a la multitud como si fuera un fondo, no puedes mirar a nadie en especial porque te mareas.
— ¿Y qué siente cuando termina la lucha?
—Como relajado, tranquilidad.
—Cómo le dijo a su esposa que usted era luchador.
—Yo no se lo dije, al año y medio se dio cuenta que yo era luchador. Cuando la conocí no traía mi máscara.
—Y usted en qué le decía que trabajaba.
—Le decía que era agente de ventas.
—Y que ocurrió cuando ella descubrió la verdad.
—No pasó nada ni para bien ni para mal… Mi esposa no es aficionada a las luchas, para mí mejor.
— ¿La lucha libre deja dinero?
—Pues no he vivido de otra cosa. Millonario no te hace, pero vives bien. No siempre estás en la gloria, con mucho dinero. Pero he viajado.
Con licencia para arbitrar
Rafael El Maya González es un árbitro con solera. Oriundo de La Lagunilla, en la rueda de la fortuna ha estado arriba y abajo. Igualito que en el ring. Del que ha estado abajo ganándose mejor la vida, como aquella ocasión que andaba de guarura de una señorona; otras para conservar la vida, como el verano pasado cuando fue hospitalizado debido a un infarto incompleto.
El Maya salta al ring por encima de las cuerdas, un alarde de buena forma para alguien cercano a los 70 años. Entre las luchas que ha arbitrado se cuenta la de máscara contra máscara, Atlantis contra Villano III, cuando “se andaba cayendo la Arena México por el entradón tan tremendo”, rememora con la voz rasposa y viril como locutor de antaño. Cuarenta minutos a una sola caída, más de 30 llaves diferentes. La llamada lucha de la década. La gente se lo ha dicho en el taxi: “Oiga, esa pelea no tuvo mamá”.
Los usuarios se preguntan cómo es posible que El Maya conduzca un taxi, “Si sale en la televisión ha de ganar mucha lana”, repite lo que el pasajero supone.
— ¿Y no?
—Se gana como en un trabajo normal, la verdad. Llega a haber buenas pagas según la entrada —El CMLL dice que hace cinco años talentos como Místico atrajeron a las clase media alta que difícilmente pisaba alguna arena—. Hace veinte años la lucha tuvo un auge tremendo, continúa El Maya, llegué a echarme 11 funciones en siete días. No agarraba el taxi para nada, lo rentaba.
Ha visto caer máscara tras máscara. Otra memorable: Blue Panther doblándose frente al Villano. Este réferi, al que se dirigen como maestro dentro de la Arena, acudía en sus años mozos al legendario Atlas, un gimnasio en la colonia Guerrero que todavía existe, y al Ramón López Velarde en Tepito, derruido por las obras del Eje Vial 1, donde entrenaba con Chacal de la Rosa y El Matemático.
Una vez asistió a una función de lucha libre en San Andrés de Tepilco, ahí vivía con su esposa y dos hijos. Empezó a platicar sin saberlo con el hermano del promotor. El Maya traía copas encima. Con desparpajo afirmó que esos luchadores no daban buen espectáculo, lo sabía alguien que, así fuera por pasatiempo, se entrenaba donde estaba el mero mole. A la siguiente semana debutó. Se mandó a hacer una máscara de emergencia, y se puso el nombre de un equipo de futbol, Maya Azteca. Transcurridos 12 años se lastimó la 5ª lumbar, pudo haber quedado paralítico. Le prohibieron luchar.
Hace 30 años estaba en una arena y hacía falta el réferi. Se subió a arbitrar. Al final de la lucha un comisionado lo invitó a que sacara su licencia de réferi. Presentó los exámenes y el comisionado lo llevó a la Arena México. El Maya trabajaba en el gobierno, donde ganaba bien como chofer de funcionarios de alto nivel. Luego le tocó ser escolta de Carmen Romano de López Portillo cuando era Primera Dama, “gracias a ella tengo mis placas de taxi” —recuerda con afecto quien desde 1976 combina su labor de réferi con el de taxista.
Formado bajo la guía de Roberto El Güero Rangel, y Gran Davis, arbitró el campeonato entre Lizmarck Padre y Máscara Año 2000, una hora de llaveo, “poco lance y mucha calidad a ras de lona”, en el Forum de Los Ángeles, California.
—El réferi en ocasiones muestra —El Maya enseguida le pone nombre y apellido— su preferencia por rudos o técnicos.
—Me extrañó mucho cuando el señor Tirantes [Reyes Landa] ingresó al Consejo porque su estilo es de mucho cotorreo e intervención, en fin, respeto las ideas del patrón, y del departamento de Programación —señala quien es también Oficial de la Comisión de Lucha Libre del Distrito Federal, y advierte—: El que se tiene que ver es el luchador. Uno mientras menos se vea, así me lo marcaba el señor Rangel, está haciendo mejor su trabajo.
Mujeres en la lona
El patrón es Francisco Alonso, nieto de Salvador Lutteroth, el fundador de las arenas Coliseo y México, y de la Empresa Mexicana de Lucha Libre, transformada por Francisco Alonso en Consejo Mundial de Lucha Libre, que agrupa a luchadores; “exporta” luchas a Suiza, Bélgica, España, Francia e Inglaterra, Japón, y al continente Americano; organiza el Campeonato Mundial de Lucha Libre, y gestiona una academia para luchadores y una de réferis.
El CMLL se acomoda a los tiempos. Una nueva cartera de negocios es la formación y exhibición de luchadoras. No son los únicos —empresas como Lucha Pop organiza espectáculos basados en la expectativa que generan las mujeres dedicadas a la lucha libre—, sin embargo, la Arena México es el lugar. Todo luchador que se respete, hombre, mujer, espera pisar su lona algún día.
Goya Kong, la de los ojos bonitos del barrio de Tacubaya, se cubre el rostro con un recuadro de tela que recuerda los velos árabes. Dicen que su carisma es proporcional a su peso, 100 kilogramos. Su despliegue habilidoso sobre el ring acrecienta su fama a los 24 años. En los foros de lucha libre se cree que Goya Kong está en cartelera gracias a la influencia familiar. Su padre es Brazo de Plata, su tío Súper Porki, sus dos hermanos están en el ambiente. Para ella se trata de carisma: “Si no tienes ángel, si a la gente no le caes, ya no la hiciste en la lucha libre”.
Goya Kong dice que estudió diseño gráfico en Cecovam, una escuela de computación catalogada de patito. Goya Kong lo que deseaba era luchar. A los 19 años comenzó a entrenarse. Los empresarios no querían contratarla por su sobrepeso. La luchadoras mexicanas rara vez superan 70 kilogramos. Salvo Brazo de Plata, su familia no la apoyaba. Fue un inicio triste. Tiempo pasado. En el presente quisiera enfrentarse a la top Princesa Blanca, en el futuro espera un campeonato, retirarle a una rival la máscara o la cabellera.
Los luchadores disponen de un altar con la Virgen de Guadalupe, le hablan, le rezan. Goya Kong se dirige a la Santísima Muerte. La lleva en la espalda. Se la ha tatuado dos veces. Es creyente desde la adolescencia. Su padre se la inculcó. “Ahorita él ya se retiró de eso. Yo la hice mía. En cada encuentro me encomiendo a ella, le pido que no me lesione ni se lesione el rival”.
A Goya Kong la entrena El último guerrero, un luchador que ha admirado de tiempo atrás, rival de su padre. Goya Kong hasta hace un par de meses tenía novio. A veces él se mostraba celoso de que ella conviviera con hombres. La lucha libre no ha dejado de ser un mundo masculino. “No faltan los luchadores que conservan ese machismo mexicano, rechazan a la mujer, pero la mayoría nos acepta bien”.
Preguntada sobre la existencia de un reglamento que penalice los golpes directo al pecho y la matriz, responde que no existe. “En la lucha masculina se marca falta en caso de recibir golpes en los testículos. ¡A nosotras nos dicen que nos peguemos con todo!”. Goya Kong está mejor sin reglamento, y eso que es técnica: “Con reglamento ya no sería lucha libre”.
Las edecanes
Con o sin reglamento la relación entre luchadores es “de odio, envidia, celos —enumera Atlantis—. Hay de todo... Hay hermandad”.
— ¿Una lucha de egos?
—Por mi parte no. Cada quien tiene lo que merece y lo que trabaja. Hay dos tipos de gente a la que le va mal en la vida: los flojos y los tontos. Yo no soy ni flojo ni tonto. Dios te da lo que mereces.
Daniela no es floja ni tonta. La vida le sonríe. En meses pasados coordinaba a las sexys edecanes que desfilan enumerando las caídas. “Les hago el casting, les doy llamado, les asigno vestuario y les digo cómo interactuar con la cámara”. Y hoy además Daniela es una de ellas. Tiene 25 años. Su cuerpo es menudo, su voz es de niña. Es una hija angelical del Satánico. Uno de los rudos infernales.
—Desfilar parce que tiene glamour…
—Es bonito. Es como adornar en la pasarela la presentación del luchador.
— ¿Y qué sientes en ese momento?
—Bonito. Recibes la energía de la gente, sus gritos, la vibra del luchador. ¡Sientes que la cámara te recibe! —Indica emocionada el desplazamiento de los elementos—: El fotógrafo se pone aquí, el luchador sale, brinca (al ring) y la cámara se detiene en ti. Es adrenalina, juegas con la televisión y con el público en vivo, mandas besitos, eres coqueta.
— ¿El público las respeta, no se mete con ustedes?
—La gente es muy noble, nos traen regalitos. Y es más bonito que están al pendiente de ti, saben cuándo es tu cumpleaños y te dan regalitos, igual en Navidad. También me han regalado cartitas y ositos de peluche.
— ¿Y qué te escriben en las cartitas?
—Que me quieren mucho, me agradecen que les regale mi amistad, me dicen que los traigo de cabeza, cosas así. ¡Me han regalado una esclavita! Hay aficionados que solamente vienen a ver a las edecanes.
— ¡Y escogen las orillas! —cerca de la pasarela, el valor del boleto oscila entre 140 y 160 pesos.
— Sí, escogen las orillas. Allí —señala una butaca—, se sienta un chico que viene cada martes, viernes y domingo; nos grita por nuestros nombres, Isabel, Carmen, Xhamara, y a cada una nos regala una flor o un chocolate
— Cómo gestionan a las edecanes, ¿las tienen contratadas?
—No. Cada mes se las cita, y su orden de trabajo es quincenal. Contamos con 28 chicas, hacemos grupos de cuatro que se van rolando semanalmente. Muchas de ellas son bailarinas, tienen otros eventos por fuera.
— ¿Se gana bien por un llamado?
—Sí, se gana bien.
—Cuánto.
—No se puede decir.
—En promedio.
—Un promedio de tres a cuatro mil pesos por un llamadito.
— ¿Los novios de una edecán son celosos?
— ¡Sí, claro! No es normal ver a tu chica en medias y en calzoncitos delante de toda la gente. Algunos novios de edecanes se sienten orgullosos de poder decir, ella es mi novia. También está el celo de la mujer que acompaña al aficionado. Me ha tocado ver que la esposa se enoje porque el marido nos volteó a ver.
— ¿Consideras que existe un prejuicio de la mujer respecto al ser edecán?
—A veces siento que la mujer es agresiva. Entre mujer y mujer es fuerte el roce. Nos gritan con coraje que somos celulíticas, gordas, feas, postizas.
— ¿Se gana en vanidad?
—Hay casos en los que se sienten famosas por salir aquí y en otros programas; se les sube, y creo que influye la vanidad, la competencia por verse mejor que la otra. De repente me llegan de malas, y se requiere de mucha inteligencia para saber tratar con tantas chavas.
En la película Barton Fink, Mr. Geisler, un ejecutivo de la Capitol Pictures, reclama al guionista que haya escrito un drama en torno a un luchador; drama y lucha libre es aceite al agua. Las luchas tratan de las aventuras de “hombres gigantes en mallas”, dice Geiser.
Cuestión de dualidad.