PERFIL | El padre Pantoja: el hombre que entregó su vida a los migrantes y fundó un refugió que ayuda a miles

19/12/2020 - 9:17 pm

Raúl Vera, obispo emérito de Saltillo, contó a Efe que el sacerdote Pantoja comenzó desde 2002 a edificar un refugio para albergar a ciudadanos de Centroamérica que huían de la pobreza y violencia para buscar asilo en los Estados Unidos.

Saltillo, 19 diciembre (EFE/Vanguardia).- El sacerdote Pedro Pantoja, fundador de algunos de los principales refugios para migrantes en el noreste mexicano, falleció en Saltillo, capital del norteño estado de Coahuila, tras una semana de estar internado por la COVID-19.

La Diócesis de Saltillo informó este sábado de la muerte de Pantoja, conocido como el “Pastor de Migrantes”, ocurrida por un paro cardiaco el día anterior, lo que deja un vacío en la lucha por los derechos de esta población en el norte de México.

“Lamentamos la pérdida de un hombre que entregó su ministerio a la defensa de los derechos humanos de migrantes y refugiados. Sigamos en oración por su alma y por la pronta resignación de sus familiares, amigas, amigos y el personal de la Casa del Migrante (de Saltillo)”, indicó la institución.

Raúl Vera, obispo emérito de Saltillo, contó a Efe que el sacerdote Pantoja comenzó desde 2002 a edificar un refugio para albergar a ciudadanos de Centroamérica que huían de la pobreza y violencia para buscar asilo en los Estados Unidos.

Por su labor en defensa de los derechos humanos de los migrantes en 2011, el sacerdote Pantoja recibió el Premio Internacional Rafto de Derechos Humanos que otorga la Fundación Rafto de Bélgica. Foto: Cuartoscuro

“La primera Casa de Migrante se abrió en una escuela prestada por el Gobierno estatal a principios del 2002 en la Ciudad Acuña”, ubicada en la frontera de Coahuila con Texas, dijo Vera, quien también es conocido por su defensa de migrantes y otras minorías.

Posteriormente, narró el religioso, Pantoja se dedicó a edificar la Casa Belén en Saltillo, el albergue más grande del norte de México, por el que han pasado miles de migrantes en su mayoría de Honduras, Nicaragua, Salvador y Guatemala, desde finales de 2002 a la fecha.

En estas instalaciones los inmigrantes reciben comida, alojamiento, ropa, cuidados médicos y la posibilidad de hacer llamadas telefónicas a sus familiares en Centroamérica o Estados Unidos.

Los refugios también han protegido a los migrantes centroamericanos de las amenazas de los grupos del crimen organizado que se especializaron en secuestrarlos para exigir rescate a sus familiares en Estados Unidos.

Por su labor en defensa de los derechos humanos de los migrantes en 2011, el sacerdote Pantoja recibió el Premio Internacional Rafto de Derechos Humanos que otorga la Fundación Rafto de Bélgica.

Alberto Xicoténcatl, actual director de la Casa de Migrantes de Saltillo, se despidió del padre Pantoja con un mensaje en sus redes sociales.

“Te quiero y te querré siempre. Por todo lo vivido juntos celebro tu vida y tu obra. Te quiero mucho, mucho. Gracias por estar conmigo en las buenas, pero sobre todo en las malas. Por tu confianza, por tu amor, tu solidaridad, tu consejo sabio y oportuno”, escribió.

El Centro Diocesano para los Derechos Humanos “Fray Juan de Larios” y otras organizaciones nacionales y extranjeras tienen programados homenajes para despedir al padre Pantoja, señaló la Diócesis de Saltillo.

Su muerte trascendió hasta el Gabinete del Gobierno federal, donde la titular de la Secretaría de Gobernación (Ministerio Interior), Olga Sánchez Cordero, lamentó la pérdida.

“Un luchador social congruente con su fe, valores y convicciones, lamentablemente falleció hoy. Todas las personas que conocimos su vocación de servicio, extrañaremos al padre Pedro Pantoja”, declaró Sánchez Cordero en la madrugada.

¿CÓMO ERA EL PADRE PANTOJA?

Todos los días el padre Pantoja se levantaba a las 4:30 de la mañana, se vestía con su clásica chamarra de cuero, su pantalón de mezclilla y salía en pos de sus hermanos indocumentados.

Mucho tiempo después el padre Pedro se encontraba en un elegante recinto de la UNAM, acompañado por las altas autoridades universitarias, recibiendo un reconocimiento por su gran labor social en favor de los desplazados por la pobreza y la violencia en sus países. Pantoja se había ataviado para la ocasión con su típico pantalón de mezclilla y su chamarra de cuero.

A la mesa le habían servido un platillo suculento y cuchillería fina y el padre comió con la misma alegría y avidez con que, por años, había compartido los frijoles con arroz en la Posada Belén, con aquellos hombres y mujeres que habían huido de Centroamérica rumbo a esa entelequia llamada “sueño americano”.

“Siempre fue una persona muy sencilla, muy humilde en su forma de relacionarse con los demás, esa era su esencia, el buscar que las personas pudieran tener lo necesario para vivir dignamente y compartir esa alegría del camino”, comenta Berenice.

La que sabe bien de eso es doña María del Rosario Silva Gallegos, una de las más antiguas colaboradoras del padre Pantoja: “Siempre venía con nosotros a convivir como familia, él es familia, teníamos mucha confianza y nos gustaba la sencillez de él. Cuando quería venía a mi casa y me decía: ‘Chayito, ¿me regala un taco?’, y yo ‘claro padre, pásele, aquí hay, ya sabe que, aunque sea frijolitos”. Era muy sencillo y lo que le dábamos eso se comía”.

Su sencillez, dicen los que lo conocieron de cerca, no tenía parangón, y fuera de día o de madrugada acudía en auxilio de los moribundos para darles la extremaunción. “Nunca descuidó a los enfermos, a nadie, a nadie. Sus pasos iban a donde estaba el necesitado. Era casi un santo, nosotros lo calificamos así”, platica Reina Blanco, la encargada de la Iglesia de la Santa Cruz en la colonia Landín de la que el padre Pedro era rector.

Por esos días el padre Pantoja sufría la persecución de una sociedad xenofóbica, el acecho de la policía y la amenaza del crimen organizado metido al negocio del tráfico de personas, mas no claudicó en su defensa y protección de los migrantes.

“En varias ocasiones le poncharon las llantas de su carro, en una ocasión le rompieron los cristales de su camioneta. A veces que estaba en conferencia o en reunión yo era la que contestaba el celular y así, literal, le decían, ‘hijo de la chingada, te vas a morir’, yo colgaba. El padre nunca con miedo, caminando hacia adelante, con mucho temple, una valentía enorme para enfrentar las amenazas que se estaban viviendo en todo este tiempo de persecución a la casa”, narra Berenice de la Peña.

La verdad es que lucha social del padre Pedro Pantoja había comenzado desde mucho antes, allá cuando se trasladó a la Ciudad de México para estudiar la maestría en Ciencias Sociales, que trabajó de operario y tomó parte en un movimiento por los derechos laborales de los jornaleros. Después como defensor de los mineros del carbón, fue enviado en calidad de pastor a esa zona de dolor que se llama la Región Carbonífera de Coahuila.

Su visión que se sintetiza en la justicia del evangelio y los derechos humanos, lo llevó a la postre a crear la Casa Emaús en ciudad Acuña, un refugio para migrantes deportados de los Estados Unidos, que aún perdura.

El pueblo de San Pedro del Gallo, Durango, había visto nacer en 1945 al padre Pedro Pantoja Arreola, en el seno de una familia de seis hermanos, de los cuales él era el menor. Creció en el entorno de un hogar católico y comprometido con las causas de los pobres, circunstancias que influirían en su pensamiento y su carácter de hombre altamente sensible a la realidad social, siempre pendiente de las luchas de las personas por una vida digna.

“Él era nuestro gran pastor y nosotros su rebañito, siempre andaba entre nosotros llevándonos la evangelización. Decía: ‘si no pueden venir yo voy, si la iglesia está sola yo voy hasta ustedes’, e iba a las casas a llevar la eucaristía, muchas bendiciones”, comenta Rosario Flores, miembro de uno de los cinco coros que fundó el padre Pantoja en la Santa Cruz.

Su entrada al seminario ocurrió a los 12 años. Años atrás se había fugado con sus padres y hermanos del “Gallo”, por causa de la pobreza, y refugiado en Parras, Coahuila. Ya ordenado cura, el padre Pedro obtuvo el grado de licenciado en psicología, en la Universidad Autónoma de Coahuila. Más tarde se inscribió en la Maestría de Ciencias Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México, toda vez que trabajaba como obrero. Fue quizá el primer contacto del padre Pedro con la realidad que vivía el sector de la clase proletaria en México. No bien había concluido su posgrado en la UNAM, el padre Pedro es invitado a cursar una especialidad en sociología en Nanterre, en Francia, ciudad en la que radicó durante un semestre.

En Monclova el padre Pedro tomó parte en las protestas obreras de Altos Hornos de México. Era un hombre que se oponía a las estructuras, a la desigualdad, a la segregación social, al clasismo. “Esa búsqueda de que las personas puedan vivir con dignidad, bajo el lema del amor, en una forma incluyente, donde nos preocupamos todas por todas y todos por todos”, declara Berenice de la Peña.

Su encuentro con el mundo migrante sucedió en 1997, luego que fue asignado a Ciudad Acuña, lugar en el que inauguró el albergue Casa Emaús, que a la fecha recibe indocumentados que todos lodos días son desterrados de la Unión Americana y se quedan varados en la frontera, sin horizonte.

En 2002 el padre Pedro fue trasladado a General Cepeda, dejando su mensaje de justicia como una huella indeleble por todos los ejidos donde pisó. Hasta que, junto con dos religiosas pertenecientes a la congregación de las Hermanas Catequistas de los Pobres, el padre Pedro erige la Casa del Migrante de Saltillo, hecho motivado por el asesinato en 2001 de dos migrantes, uno a manos de los guardias de seguridad del tren; el otro perpetrado por militares, en esta ciudad.

“Él era otro Cristo porque se desvivía, daba la vida por su comunidad, por sus ovejas, por los más necesitados, por los migrantes”, dice Cecilia Alvarado, catequista de la Santa Cruz.

-Con información de EFE y Jesús Peña vía Vanguardia

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