Sandra Lorenzano
19/11/2017 - 12:00 am
Un cross a la mandíbula
Hay días y días. Y el domingo pasado fue uno de ésos que funcionan como le pedía Roberto Arlt a la escritura: como un cross a la mandíbula. Todavía tengo la cabeza y el corazón girando, y creo que así seguirán por un buen tiempo. Fui al Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM. Trabajé […]
Hay días y días. Y el domingo pasado fue uno de ésos que funcionan como le pedía Roberto Arlt a la escritura: como un cross a la mandíbula. Todavía tengo la cabeza y el corazón girando, y creo que así seguirán por un buen tiempo.
Fui al Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM. Trabajé toda la mañana en la lectura de decenas de proyectos que tenía que evaluar y elegí para “despejarme” un poco ir al MUAC. Soy enemiga de las visitas a los museos hechas al vapor, en las que ves doscientas obras en una hora y después con el mismo ánimo te vas a comer unos tacos al pastor. Odio eso (aunque ame los taquitos al pastor). Por eso elegí para ver solamente una de las exposiciones: “Forensic Architecture. Hacia una estética investigativa”, sin imaginar la conmoción que me iba a provocar. Si no la han visto aún, no se la pierdan. Es una exposición que no sólo nos sacude, nos conmueve y nos horroriza –y ahora les contaré por qué- sino que pone en tela de juicio la mayor parte de nuestras certezas sobre el arte, sobre la violencia, sobre la especie humana… Bastante para una tarde de domingo, ¿verdad?
Cito parte de la presentación de la exposición:
“La agencia de investigación Forensic Architecture (FA) con sede en Goldsmiths, Universidad de Londres, es un colectivo multidisciplinar integrado por arquitectos, artistas, activistas, científicos, abogados y cineastas que reúne archivos probatorios sobre los conflictos contemporáneos a la par de crear nuevas metodologías de análisis en una serie de trabajos sobre las vulneraciones de los derechos humanos.
“El grupo creado en 2010 por Eyal Weizman (Haifa, 1970) trabaja para evidenciar la violencia de Estado confrontando hechos con relatos oficiales.” (pueden ver más en http://muac.unam.mx/expo-detalle-131-forensic-architecture)
El primero de los casos que se expone de aquellos trabajados por FA es el de nuestros 43 estudiantes de Ayotzinapa. Todos los elementos presentados, incluido un impresionante video realizado con maquetas que muestra lo sucedido la noche del 26 de septiembre de 2014, no dejan lugar a dudas: el Estado mexicano fue pieza fundamental en la planeación, organización y realización del secuestro y asesinatos de los chicos de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos. Es cierto que lo sabíamos –el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes lo muestra de manera contundente- pero verlo proyectado con lujo de detalles es impactante. Mientras la voz en off iba contando los movimientos de los distintos actores que participaron en el crimen, no podía evitar que se me cayeran las lágrimas. Y yo no era la única que lloraba frente al horror. ¿Cómo puede ser que todo esto haya pasado frente a nuestras narices –o casi-, como tantas otras cosas, y no pase nada? ¿Estamos siendo cómplices, con nuestro silencio, de los asesinos? ¿Con qué derecho vivimos como si esto fuera un hecho menor? Tanto hablar de ética, de responsabilidad, de compromiso, pero han desaparecido miles de personas en el país en el último tiempo y no pasa nada. Cada día descubren nuevas fosas clandestinas, y no pasa nada. Hay padres que nos explican en algún video en internet cómo localizar cuerpos recién enterrados; llevan tanto tiempo buscando a sus hijos que se han vuelto expertos. Y no pasa nada.
Pensé en la complicidad de las sociedades de las que tantas veces he hablado en clase o en algún artículo: la alemana durante el nazismo, la argentina durante la dictadura… ¿Y nosotros hoy aquí? ¿Y yo?
Más tarde, la obra de teatro que vi en la Casa Refugio Citlaltépetl terminó de conmocionarme. ¡Era nuestra historia! Me explico mejor: Micaela Gramajo cuenta en “Te mataré, derrota” (título que es un verso de Juan Gelman) nuestra historia. En realidad, su historia. Pero es tan parecida a la mía y a la de tantos otros argenmex que es imposible no vivirla como propia: abuelos que salieron de Europa y llegaron a Argentina huyendo de la violencia, padres que salieron de Argentina y llegaron a México huyendo de la violencia… Alguna vez escribí que éramos orgulloso hijos y nietos de la derrota; mi padre me mandó un mensaje casi inmediatamente para corregirme: no, no somos hijos ni nietos de la derrota, somos hijos y nietos de la lucha. De la búsqueda de la utopía. Tiene razón. Ésa es nuestra seña de identidad, nuestra marca tatuada en la frente.
Micaela contaba en el despojado espacio elegido en la Casa Refugio, entre fotos y grabaciones, la historia del abuelo Jaime nacido en Polonia que pidió que sus cenizas fueran echadas al Río de la Plata para estar allí con los miles de desaparecidos de nuestra última dictadura militar. Un tipo íntegro es siempre un tipo íntegro; también cuando tiene que elegir qué hacer con sus propios restos.
La memoria, las fotografías, las palabras iguales o diferentes aquí y allá, allá y aquí, las largas cartas que escribíamos, las que recibíamos (yo las tengo todas guardadas en una caja, venían en “papel avión”, en sobres con los bordes celestes y blancos), las ausencias, los amigos desparramados por el mundo, la familia siempre separada… Ser judía, ser argentina, ser mexicana. Como dice un tango que me duele en el alma: “Perdón si me ves lagrimear, los recuerdos me han hecho mal”. ¡Ay Mica!
Tienes razón: 2010 fue un año de miércoles. Murió mi madre. Murió la tuya; la querida Perla Szuchmacher. Y hoy cuando descubría sus gestos en ti –cierta forma de levantar las cejas, ciertos tonos en la voz- pensaba: qué chingadera es la muerte. Ni tú ni yo sabemos cómo convivir con las cenizas, aunque las de mamá estén bajo una azalea en el Tigre, y las de Perla esperen su momento de llegar al mar. A lo mejor hacemos todo lo que hacemos para descubrirlo, para descubrir qué hacer con las cenizas amadas. Como Hebe Rosell, que estaba también viéndote y escuchándote, cuando parte su pan dolido y generoso. Somos parte del relato, somos testigos de la vida de los que ya no están: 30 mil desparecidos al sur de todos los sures, 43 estudiantes aquí + 72 migrantes + miles y miles de muertos + miles y miles de desplazados. Las historias se repiten: los estados asesinos, las sociedades ¿cómplices?
Hacer de la memoria tibio espacio compartido, eso es lo que logra “Te mataré, derrota”. Fue un privilegio haber sido parte de esa entrañable ceremonia.
Hay días y días. Mi domingo tuvo la fuerza de un cross a la mandíbula.
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