Darío Ramírez
19/10/2017 - 12:00 am
Amenazar
Las amenazas que sufren periodistas y defensores en México no es normal. Otra vez: No es normal. Aunque lo hemos hecho parte de nuestra realidad lo cierto es que cada agresión destruye una parte de nuestra libertad de expresión. Lo queramos ver o no.
La amenaza recorre todas las terminaciones nerviosas de la columna vertebral. Sucede durante segundos que transcurren en otros colores y con otra temporalidad. Los sentidos se nublan para darle paso a la ola de temor. La amenaza se anida en la zozobra y dispara el mecanismo de defensa: alejarte. Protegerte. Silenciarte.
Las amenazas que sufren periodistas y defensores en México no es normal. Otra vez: No es normal. Aunque lo hemos hecho parte de nuestra realidad lo cierto es que cada agresión destruye una parte de nuestra libertad de expresión. Lo queramos ver o no.
Aunque tengamos tan poca esperanza en nuestro sistema de justicia, amenazar al alguien de muerte por el trabajo que realiza NO está bien ni es la realidad que debemos de aceptar. Los números de homicidios, hostigamiento y persecución contra periodistas y defensores que hay en México es un claro indicador que no tenemos un estado de derecho democrático. Y aquí es donde la realidad y los discursos distan enormemente.
La amenaza provoca frustración, ese sentimiento de impotencia por algo que no debería pasar.
Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) hizo público que un colaborador recibió una amenaza de muerte. En pleno día un individuo le colocó una pistola en la frente a un colega y le dijo “bájale de huevos”. Lo que parecía ser un asalto terminó siendo en una amenaza. Una más.
El miedo breva de la falta de solidaridad de los pares. El enemigo disfruta la fragmentación que sufrimos día día. De la constante discriminación por dónde trabajas, con quién trabajas y qué haces en tu trabajo. El perpetrador reconoce y aprovecha el hecho de que será en soledad en la que se defenderá el atacado.
El conocido, amigo, colega no dirán nada porque “no le tocó a él o a ella”, porque ellos son del establishment, o porque son narcos. Pero el problema es siempre del de enfrente, nunca lo asumimos como un problema de todos. Una fácil descalificación tapa toda posibilidad de formar un frente común lo suficientemente fuerte para cambiar la pinche realidad que vivimos.
¿Cómo podemos seguir siendo tan indiferentes? Ya nos están matando ¿qué falta o qué sigue? No es a unos cuantos, es a todos porque el problema es de todos. La violencia ha tocado a los medios más ricos y fresas como a los más pobres e indefensos. A todos por igual.
Ver perder libertades debería cambiar el paradigma. Están matando nuestra libertad y para cuando hagamos algo para recuperarla tal vez sea ya muy tarde. Nuestra comodidad para la queja o el silencio tiene un efecto directo en la siguiente amenaza u homicidio. Somos cómplices porque no castigamos el último o las últimas docenas de casos de periodistas amenazados. De haberlo hecho tal vez el perpetrador de esta última amenaza lo hubiera pensado dos veces. Por tanto, no nos confundamos, el silencio e inacción es cómplice.
Es mentira cuando gritamos en marchas slogans como “todos somos Javier Valdés o Miroslava Breach”. No, ellos fueron asesinados y nuestro coraje y dolor no hizo que cambiara nada. Seguimos en la misma simulación de una Fiscalía o un mecanismo de protección.
No, no somos uno y estamos lejos a serlo. La marca, la empresa, el horario, la competencia informativa, las filias y fobias, las ideologías, los contratos y las amistades siempre están por delante del bien común de hacer periodismo. Y ahí es donde siempre perdemos y ganan los perpetradores que buscan imponer el silencio y el miedo. Y, les digo algo, lo van consiguiendo. Si no me creen, dense una vuelta por las redacciones de muchos medios al interior de la República.
Estamos escasos de solidaridad. Y nos sobra el miedo y la indefensión. Mientras una agresión debería frenar la producción informativa y colocar al país al borde de un impass jamás visto, hoy vemos lo contrario. La violencia es una nota más, si es que llega a ser nota en los medios. Porque tal vez ni a eso llegó.
Siempre está la posibilidad de dejar de hacer la actividad por la que te amenazan. Siempre puedes apagar la grabadora, dejar de hurgar, escribir, corroborar y dejar de defender a los más indefensos o dejar pasar la siguiente violación grave a los derechos humanos de alguien, todo por temor del miedo. Ninguna nota o caso vale una vida. Es cierto. Pero la pregunta sería: ¿cómo llegamos a que ese aparentemente es el precio?
Pero si por un segundo pensamos que todos los y las defensores de derechos humanos y periodistas dejaran de hacer su trabajo ¿qué pasaría? ¿notaríamos algún cambio? ¿se les extrañaría? ¿cambiaría algo nuestra sociedad? ¿importaría la casa editorial de donde ya no sale información? Me temo que las respuestas versan más en el reconocimiento de lo que aportan más que de lo prescindibles que son para nuestra sociedad. Y no es que como “la mayoría” goza de libertad de expresión, entonces vivimos en un país donde está garantizada. Al contrario. Como hay decenas de periodistas que no logran hacer goce de ese derecho, esa sería la señal de que algo tenemos que cambiar. No es un asunto de mayorías.
El aceptar la realidad sin buscar cambiarla quiere decir que no hay ninguna fuerza que haga que los ataques cesen y se castigue a los perpetradores. El problema de la información en México y el constante peligro no es exclusivo de un periodista o un medio. Tampoco es del gobierno. Es de todos. Es un problema de todos.
La censura, impuesta o autoimpuesta, se basa en que siempre tiene motivos más allá de los periodísticos. Los medios se censuran por razones que no son la línea editorial sino intereses meta periodísticos. Puede ser por contratos o intereses políticos, pero también el miedo censura y afecta el derecho a la información de la población.
El miedo no es el estado natural de las personas. Y trabajar a favor de la democracia y el estado de derecho con miedo debe de cambiar. Es fundamental proteger efectivamente a la prensa. Y solo se protege si se castiga a los perpetradores que osan amenazar con pistola o que cumplen la amenaza y disparan.
El cuerpo se sosiega. Y los segundos son eternos. No podemos ser una sociedad con miedo.
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