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Peniley Ramírez Fernández

19/10/2016 - 3:13 pm

Una Casa para la paz

Erguida sobre cuatro pisos de concreto en medio del caos de la Ciudad de México, una pequeña placa en su entrada cambia de pronto el ambiente. “Centro de Paz y Entendimiento Internacional”, advierte a quienes llegan. Conocí la Casa de los Amigos hace algunos años, durante un curso de periodismo. Recuerdo la profunda luz en […]

Foto: Especial
Sin embargo, mientras los periódicos y los canales de televisión repiten el relato cotidiano sobre las guerras, en el corazón de la Ciudad de México, desde hace 60 años, un espacio centra su labor en la ayuda a refugiados. Foto: Cortesía Casa de los Amigos.

Erguida sobre cuatro pisos de concreto en medio del caos de la Ciudad de México, una pequeña placa en su entrada cambia de pronto el ambiente. “Centro de Paz y Entendimiento Internacional”, advierte a quienes llegan.

Conocí la Casa de los Amigos hace algunos años, durante un curso de periodismo. Recuerdo la profunda luz en sus ventanas, el silencio, el olor penetrante a pisos limpios, los carteles en sus espacios, que invitan a una convivencia respetuosa.

En el México convulso donde muchos realizamos nuestro trabajo, conviviendo directamente con la desesperanza, un sitio así, nacido para dar consuelo a otros, resulta una anomalía.

Sin embargo, mientras los periódicos y los canales de televisión repiten el relato cotidiano sobre las guerras, en el corazón de la Ciudad de México, desde hace 60 años, un espacio centra su labor en la ayuda a refugiados.

Allí vive ahora Susu, como han apodado los voluntarios de la Casa a una niña de tres años, de origen iraquí, refugiada en la capital mexicana. Los trabajadores de esta institución suelen vincular la palabra paz con sanación, bajo la premisa de que el refugio debe ser también un proceso para curar el alma de los estragos de la guerra y el odio.

“En México desde siempre, desde que tengo memoria, el tema de la migración era algo que siempre se hablaba en las familias”, dice para esta columna Marco Antonio López, quien ahora dirige la Casa luego de haber colaborado durante años en distintas organizaciones internacionales de ayuda para los refugiados. “En el discurso gubernamental la defensa de los migrantes mexicanos en Estados Unidos era una bandera que pronto se volvió electoral”.

Más allá de este discurso que mira siempre al norte, otro muy distinto se ha acumulado en los últimos años, de cara al sur. El director de este Centro rememora cómo México pasó de ser un aliciente para refugiados españoles, chilenos, cubanos, a la realidad “desesperanzadora” del maltrato y el abuso a los miles de migrantes –en especial los centroamericanos- que usan el país como paso hacia Estados Unidos.

El espacio de López dirige parece un oasis en este panorama de luto. Fundada en 1956 por la Sociedad Religiosa de Amigos, los “Quakers”, ganadora de grandes batallas por las libertades civiles en otros países del mundo, la asociación civil y sus miembros andan despacio en el duro camino de llevar esperanza a los refugiados que pasan por sus habitaciones.

Quizá parte de la magia que radica en el lugar provenga de sus voluntarios, una larga lista de jóvenes que durante décadas han viajado a la Ciudad de México para ayudar a migrantes y refugiados. Una larga lista de jóvenes que no aparecen en la prensa.

La Casa de los Amigos está de aniversario. Lo celebra con sus cifras felices: tan solo en este año, 50 personas han recibido condición de refugiados y solicitantes de asilo gracias a su acompañamiento. En apenas seis habitaciones, en 2016 han dado “hospedaje solidario” a mil 500 habitantes temporales de la capital mexicana.

El legado, dice su director, es la promoción de “nuevas formas de solucionar conflictos de forma no violenta, creyendo y tendiendo esperanza en la paz”. Este concepto ha llevado a la asociación a concentrar sus preocupaciones en la crisis humanitaria que vive Tijuana, donde más de 8 mil haitianos esperan poder ingresar a Estados Unidos.

Para su aniversario, la Casa de los Amigos se ha puesto como objetivo otra anomalía dentro de la cotidianidad mexicana, que consideran como un desafío: “intervenir el tejido social por medio de la paz y la no violencia”, afirma su director ejecutivo.

Para hacerlo, pretenden que la sanación de sus refugiados no pase únicamente por su estancia allí, que los miembros han tramitado mediante convenios con organizaciones internacionales de derechos humanos y humanitario, pertenecientes a las Naciones Unidas. Buscan que la estancia incluya acercamientos a la paz entendida también como el cuidado de la naturaleza, el comercio justo y cooperativo, no competitivo.

En mi labor cotidiana como periodista pocas veces encuentro espacios para contar buenas noticias. Hacerlo en esta ocasión significa, al mismo tiempo, cuestionarme y cuestionarnos cómo funcionan estos otros Méxicos, llenos de color, que palpitan diariamente dentro del México en blanco y negro que muchas veces sufrimos.

Es, al mismo tiempo, una oportunidad para preguntarnos todos qué estamos haciendo para agrandar ese otro México, que vive también ante nuestros ojos aunque, muchas veces, nos pase de largo.

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.

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