Olivia Guzmán sostiene a su familia gracias a la pela de marisco. A pesar de ser originaria de Topolobampo, región pesquera de Sinaloa, sus ingresos no los obtiene ahí. Cada año parte a Luisiana, Estados Unidos, a hacer allá el mismo trabajo que podría realizar aquí, con la diferencia de que el salario en EU es altamente redituable. En camión, de Topolobampo a Luisiana son casi 30 horas de camino. Para ella estas casi dos décadas de trabajo no han sido sencillas. El Programa de Empleo Temporal que conllevan ambos países se ha convertido en un sistema que ha integrado prácticas que atentan contra la dignidad y el respeto hacia las y los trabajadores: discriminación, racismo, hacinamiento, acoso y abuso sexual, robos…
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Ciudad de México, 19 de octubre (SinEmbargo).– Olivia Guzmán Garfias, una sinaloense de 53 años, habla de su experiencia como trabajadora migrante en las plantas de marisco en Estados Unidos y de cómo su salud física no se ha visto deteriorada, como ha sucedido a otros de sus compañeros. “Gracias a Dios”, dice, sólo regresa sin uñas, ya que éstas se rompen y se caen por un ácido que el crawfish, un cangrejo de río, desprende cuando se le quita la vena.
Ese padecimiento, además de comezón en los brazos y mucho cansancio, lo ha tenido cada año desde 1997, cuando decidió afiliarse al Programa de Empleo Temporal de México y Estados Unidos, una estrategia que fue implementada en el Tratado de Libre Comercio (TLC), para que el vecino del norte pudiera contratar extranjeros que ocuparan espacios que los estadounidenses no quisieron.
Ella pela crawfish, que es un cangrejo de agua dulce parecido al langostino de México. Lo trabajan cocido, luego de que las encargadas de hervirlos los echan a las mesas.
Le quitan la cabeza, la cola y de ahí sacan la vena que tiene en el lomo, porque si la dejan, regresan el producto.
Olivia supo de ese programa por sus vecinos de Topolobampo. Cada año algunas personas reclutaban gente para “ir a trabajar la jaiba”. Entre ellos estaba una de sus hermanas menores.
Aquí, Olivia se dedicaba también a la pesca, actividad en la que en ciertas temporadas hay producto y otras no suficiente. Eso le despertó la inquietud de irse a trabajar a EU y más porque el programa se enfocaba sólo en mujeres. Entonces, se enlistó para ir a trabajar a Luisiana, estado donde hay varias plantas de marisco.
No tuvo problemas con el trámite de su Visa H2B, a diferencia de cientos que han sido víctimas de fraude y extorsión bajo la condición de poder o no recibir ese documento.
El reclutador es una persona que también va a trabajar año con año a Estados Unidos. El patrón le indica la cantidad de gente que necesitará para la temporada, si requiere de hombres y mujeres, o sólo mujeres u hombres, dependiendo del trabajo. Él hace la lista de las personas que están interesadas. Pone el nombre completo y lo envía al patrón, quien a su vez la manda al Consulado para agendar una cita.
Aquí sólo se tramita el pasaporte mexicano, los pagos de derecho a visa y la visa, que son, según cálculos de Olivia, cerca de 100 dólares. Aunado a eso, cada trabajador se hace responsable de su traslado a las plantas.
“La mayoría de los patrones mandan dinero al reclutador, aproximadamente 300 dólares por trabajador y con eso hacíamos los trámites que podíamos hacer, pero allá nos descuentan esos 300 dólares, nos los quitaban en una o dos semanas, dependiendo el producto. Si había mucho trabajo, pues en una semana ya recuperaban su inversión”, comenta Olivia en entrevista con SinEmbargo.
De 2012 a la fecha, por un cambio en el programa, los trabajadores deben llegar desde un día antes a la cita en el Consulado para que les sean tomadas las huellas digitales y el iris. Ahí se tienen que quedar todo el día, porque al siguiente es la entrevista en el Consulado para entregarles la visa. Siempre son entre 40 y 50 personas, mínimo 20; y son de varios estados: Zacatecas, San Luis Potosí, Oaxaca, Puebla, Chihuahua.
En los consulados de Monterrey o Nuevo Laredo, hay gente extranjera que quiere ir a trabajar de cualquier cosa, no solo al marisco, sino también a cortar árboles, cuidar puercos, al campo, a los hoteles.
“No sabemos porqué nos tenemos que quedar ahí todo el día, pero es una regla del Consulado. Llegamos un día en la mañana, hacemos todos los trámites y nos tenemos que quedar a dormir ahí y a las 8 de la mañana nos atiende el oficial del Consulado. Ahí somos siempre entre 40 o 50 personas. Los que menos son 20. Nosotros pagamos todo: hotel, comida, solicitudes, fotografías y todos los papeles que se necesiten ahí”, agrega Olivia.
Ella, desde el primer año, trabajó en la pela de jaiba, del pescado trout y del camarón. Sólo un año estuvo trabajando en una fábrica de chocolate, ya que en la planta de crawfish no hubo mucho qué hacer, y el patrón le prestó sus trabajadores a otro.
DE LA POBREZA AL MALTRATO
Hace 19 años, cuando Olivia tenía 34 años, se fue por primera vez a trabajar a Estados Unidos.
“Yo me casé a los 21 años. Mi esposo es Ingeniero Agrónomo y trabajaba en la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) y yo era ama de casa. Empecé a tener a mis hijos. Todo como cualquier matrimonio”, platica Olivia.
Tiempo después puso una tienda en la vendía diferentes productos, pero los hijos empezaron a crecer y el dinero poco a poco dejó de alcanzar. El sueldo de su esposo ya no era suficiente y hasta tenían que pedir prestado en las tiendas. Al mismo tiempo, la idea de ir a trabajar a Estados Unidos de manera legal, crecía.
El reclutador, que era su vecino, la aceptó de inmediato en el grupo. Un año después, en 1998 hubo oportunidad para su esposo porque solicitaron hombres; él dejó su trabajo en la Sagarpa y se afilió al programa y empezó a ganar más de lo que ganaba aquí, “era bastante más”.
En una jornada normal, pelando crawfish, se trabaja de las 5 de la mañana a las 5 de la tarde.
Desde el primer año que fue a Estados Unidos, abandonar a sus hijos ha sido “lo más duro y horroroso”, a pesar de que cuenta con el apoyo de su madre.
Le duele mucho dejarlos y ver cómo lloran.
“Eso es aparte de todo el viacrucis que vivimos desde que salimos de Topolobampo hasta llegar a Luisiana, que son como 40 ó 50 horas de camino en camión, donde batallamos todos con la presión. Cuando vamos por primera vez es mucho el temor, porque uno no sabe ni a lo que va. Sólo sabemos que iremos a trabajar la jaiba”, dice.
“Llegamos allá y el reclutador se convierte en un trabajador más y cada quien se rasca con sus propias uñas. El primer obstáculo, el más pesado, es el idioma, porque uno no sabe hablar nada de inglés, no sabes a dónde dirigirte, no sabes qué dicen los letreros, no sabes dónde comprar comida. Allá no hay transporte de un camión un taxi, si no tienes un carro no eres nada y peor si el patrón no te proporciona un apoyo para llevarte al mandado. Uno está ahí en medio pensando: ‘¿qué voy a hacer?’. Volteas a ver a todos lados, no sabes dónde vas a vivir”, comenta.
Y ese es otro tema: “las trailas”. Ese es el espacio que el patrón da a sus trabajadores para vivir y que están alrededor de las plantas. Son una especie de remolque, pero que según los testimonios, están destrozadas, llenas de ratas y cucarachas. Hay unas literas de fierro viejo con colchones muy usados. Ahí viven por toda la temporada 16 mujeres, con un baño, una sola estufa y un refrigerador.
“Las ves [las 'trailas' o remolques] y dices: ‘¿qué es esto?’. Uno en México es pobre, no tiene las comodidades de un rico, pero allá las condiciones en las que vives son peores”, dice Olivia.
Al llegar a la planta, “te echan el producto y órale, a trabajar”. No hay ninguna capacitación de por medio, al llegar sólo te asignan un espacio.
Las patronas, que son las encargadas, no explican cómo lavar las almejas, lo que se debe hacer con el yodo, con las máquinas y cómo hacerle. Nada.
“Apenas entras y te dicen: ‘hey, hey, hey’, con gritos. Sin hablar español nos dicen que nos lavemos las manos. ‘¡Move it!’, ‘hey, hey, hey’. También te tienes que poner un gorro y un mandil por higiene. ¿Pero dónde están los gorros? ¿El mandil? Nadie te dice… a nadie, jamás, nunca. Por lo general en todas las plantas a las que he llegado hay americanas o vietnamitas, que trabajan muy bien. Llegamos y los nuevos nos ponemos a mirar cómo hacen todo el trabajo para ir aprendiendo. Nos preguntamos unos a los otros: ‘¿qué dijo aquel?, ¿qué dijo este?’. Si uno camina: ‘hey, hey, hey’”, comentó Olivia.
Pero a pesar de que las indicaciones que siempre son en inglés, los insultos los hacen entendibles. Según Olivia, las managers se refieren a todas como “estupid”, “estupid mexican”, les dicen que “no sirven para nada” o “las traen a trabajar y no sirven”.
También les dicen: “haraganas, move it”; repiten mucho “haraganas” y “huevonas”, dice. Además del clásico “fuck you mexican, fuck you” y “son of a bitch”. Uno sabe que esas son groserías, sostiene Olivia.
En medio de todo, incluso las golpean con los pescados.
Luego de pelar el pescado, las mujeres lo acomodan en canastas, por tamaño. Si alguna se equivoca con ese filete le pegan en la espalda: “stupid, stupid”, les dicen.
“Y olvídese si alguien se quiere revelar. Jamás. Todos tienen el temor de que no puedan regresar a trabajar al siguiente periodo. Hay mucho miedo a las represalias del patrón. Los trabajadores mexicanos, allá, sabemos que no podemos hablar, porque eso asegura que el patrón no te lleve al siguiente año y el patrón también te quemará con los otros patrones, mientras que los reclutadores te dicen que ya no te llevan por ser una “persona problemática”. Hay patrones y managers que lo primero que te dicen es que si no te gusta, te vas de la planta y te quitarán la visa y te reportarán con migración. Y pues ellos son los patrones, los que mandan, los que deciden”, agrega Olivia.
Los periodos de trabajo duran máximo siete meses; a veces hay más trabajo y el patrón solicita una extensión de visa por el tiempo que él siga necesitando a los trabajadores, uno o dos meses más.
De acuerdo con el testimonio de Olivia, el método de trabajo y de pago, es diferente entre hombres y mujeres. Las mujeres trabajan por destajo, que es cuando descargan la jaiba, trout, camarón y les pagan por las libras que hacemos. A los hombres se les paga por hora.
Para ninguno hay un sueldo estándar. Entre más hagan y más pelen, más dinero ganan. Cuando hay poco producto, lo que alcancen a hacer.
El dinero se les da cada semana. Lo menos que ha ganado Olivia en una semana son poco más de 30 dólares, máximo 800 dólares: “Eso fue un milagro de una semana porque esa vez estuvimos trabajando desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la mañana. Toda esa semana fue así y por eso gané ese dinero, porque además nos pagaron por horas. Fue por una cosa extraordinaria que le estaban pidiendo al patrón, pero normalmente lo que más se gana son 400 dólares”.
Para la sinaloense, el sueldo que gana cada año es siempre más de lo que ganaría aquí.
DESAMPARO GUBERNAMENTAL
En los últimos años, el mayor apoyo que han recibido los trabajadores por parte del Gobierno mexicano, es la agilización del trámite para algunos documentos.
Mientras que en el Consulado Americano se les da un folleto donde supuestamente están los derechos de la Visa H2A y de la H2B. Están ahí los derechos que el patrón tiene sobre ellos y las obligaciones que ellos tienen.
Ponen un teléfono donde puedes llamar si tienes algún problema en Estados Unidos, pero en ese teléfono, dice Olivia, jamás contestan.
Han intentado comunicarse cuando compañeros de trabajo han muerto o se han enfermado, pero no hay respuesta. Los muertos han tardado allá en Estados Unidos hasta dos o tres meses.
“En el Consulado, cuando llegas con algún problema, te dicen: ‘regrésate”. Cuando peleamos que no nos pagaron lo que debían hasta han cancelado visas, pero nunca nos dan una solución, nunca hay voluntad de investigar lo que esté sucediendo en aquella planta o con aquel patrón”, acusa Olivia.
Y allá es fácil agarrar una enfermedad, ya que el crawfish se recolecta en el pantano, lo que causa enfermedades en la piel. O cuando hace frío, que allá es extremo, también se va a trabajar y viene la gripa, tos y fiebre.
No hay seguir médico ni clínica. Cada uno intenta tener siempre algo de penicilina y paracetamol. Todo esto, a pesar de que en el cheque se descuenta el seguro médico.
“Y al siguiente día, esté uno como esté, a huevo se tiene que parar a trabajar. Nosotros trabajamos por destajo, por lo que hacemos. El día que uno no va a trabajar no gana nada. Así que estar enfermo no es justificación para no trabajar, así te estés muriendo o desangrando. Hay compañeras con problemas en la matriz y los dolores menstruales que tienen son fuertísimos, pero ahí tienen que estar”, cuenta Olivia.
Ahí en las plantas, Olivia ve que el maltrato es, en específico contra los mexicanos. Cuando a las mexicanas las dejan de contratar cuando están cercanas a cumplir 60 años, allá llegan unas gringas ya muy grandes, que se sientan y se ponen a trabajar. Cuenta también de un grupo de cinco señores vietnamitas, que apenas podían caminar”, pero ahí estaban.
También hay negros y negras, pero dice que ellos siempre están a la defensiva. No responden ni el good morning. “Nosotros entramos a las 5 am a pelar crawfish y salimos hasta las 5 o 6 de la tarde, hasta que pelamos el último crawfish. Ellos entran a las 6 de la mañana y a las 2 de la tarde, pesan y se van. A ellos no les importa si está la mesa lleva de crawfish”, relata.
Argumentando su edad, los reclutadores ya no quieren llevarse a Olivia a trabajar, sin embargo, eso ha sido consecuencia de su activa participación en la Coalición de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes Temporales Sinaloenses, creada hace tres años.
Ella y otros trabajadores, así como defensores de derechos humanos, han impulsado esta organización que busca defender los derechos laborales de cada sinaloense que parte a Estados Unidos. Todo empezó por una organización que la conectó con el Proyecto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Prodesc).
Luego de varias investigaciones, encontraron que todos los trabajadores tienen acceso a un fondo en caso de la muerte de uno de sus compañeros, el maltrato, una red de fraude a través de la reclutación o de que se solicitaba dinero a cambio de la visa.
“La gente se endeudaba, empeñaba sus terrenos para poder juntar el dinero e irse a trabajar”, platica Olivia.
Lo que quiere ella es una mejor vida en Estados Unidos para todos los que van a trabajar. Ve ahí un programa que necesita atención urgente.