Author image

Gisela Pérez de Acha

19/10/2014 - 12:00 am

Criticar no es censurar

Dudé mucho al empezar a escribir este texto. Quería hablar de un fenómeno que noté acerca del feminismo y las redes sociales, pero una vocecita en mi cabeza me decía: “no te metas ahí de nuevo.” Todo esto por la discusión alrededor del texto de Alejandro Sánchez en Emeequis, mi consecuente columna al respeto, y […]

Dudé mucho al empezar a escribir este texto. Quería hablar de un fenómeno que noté acerca del feminismo y las redes sociales, pero una vocecita en mi cabeza me decía: “no te metas ahí de nuevo.” Todo esto por la discusión alrededor del texto de Alejandro Sánchez en Emeequis, mi consecuente columna al respeto, y las críticas a la misma.

Que quede claro: las críticas no censuran, al contrario, son un ejercicio básico para construir una democracia robusta. Lo que actúa como una especie de censura indirecta, un silenciamiento, un chilling effect, es la reacción masiva contra una persona que sostiene cualquier tipo de opinión incómoda. Las masas tienen poder, y el impulsar a la auto-censura de las opiniones que no se comparten es uno de los efectos del mismo.

Desde que los debates se dan en las redes sociales, las reglas de las discusiones han cambiado. Dejemos el fenómeno de la crítica de lado, que nada tiene que ver con mi argumento de fondo y vayamos a un ejemplo “del mundo real” fuera del Internet.

Cien personas que comparten una misma opinión se sientan en un foro a debatir con una sola persona que no está de acuerdo con ellas. Sin reglas de deliberación previas, las cien personas empiezan a hablar al mismo tiempo, con mucho enojo, en contra de los argumentos del que disiente. Hay un efecto de teléfono descompuesto: los chismes se corren, se tuercen argumentos y empiezan los aplausos a favor de las opiniones más representativas. La persona que no estaba de acuerdo no puede hablar, las pocas cosas que dice se malentienden, y poco a poco va callando ante los gritos. ¡¡Eso es censura!! Es silenciar e impedir que alguien más se exprese. Es excluir del debate público a una persona que sostiene una posición minoritaria y que tiene todo el derecho a decir lo que piensa.

Por eso hay reglas en los debates físicos. Por eso importa que se garantice el acceso sin restricciones a la deliberación, los tiempos para tomar la palabra y la moderación. Importa que no se excluya a ciertas personas y temas de interés general con independencia de su complejidad real o aparente; y se vuelve básico que no se discuta con base en dogmas religiosos o de cualquier otro tipo. Y uno de los dogmas más estrictos es el dogma de las masas. Lo que piensen, pensaré. Si todos lo dicen, debe ser cierto. Vaya criterio de verdad.

Esto es lo que pasa en las redes sociales, las discusiones se vuelven gritos y arrobas agresivos que empeoran cuando las frases se ciñen a la tiranía de los 140 caracteres. Y lo peor es que no nos hemos replanteado qué reglas vamos a seguir para garantizar que todo mundo diga lo que se le pegue la gana. Dudo que se pueda.

Valga este largo epígrafe sobre la censura para hablar del feminismo de las redes sociales. Feminismo “pop”, le dicen varios. Me refiero a Beyoncé, a Emma Watson, a Nicki Minaj, a la discusión que se armó en torno al texto de Emeequis, al gran debate sobre la campaña de lactancia promovida por Mancera.

Es el feminismo que se lee principalmente a través del Internet y que es posible  gracias al horizontalismo informativo que el mismo promueve, pero donde las propias reglas también implican la simplificación de su contenido y el consumo en imágenes. Pero de los últimos grandes debates virales sobre el feminismo, lo que más me sorprende es lo arbitrariamente selectivo de sus temas. Por eso sostengo que es un fenómeno de masa: una especie de cuerpo virtual en el que las opiniones individuales se diluyen en pos de la fuerza y la meta común.

¿Por qué no existió ningún tipo de discusión viral en torno a Cuauhtémoc Gutiérrez y la supuesta red de trata en el seno de su Partido? ¿Por qué no hubo una reacción de indignación cuando un ex diputado dijo que “las leyes, como las mujeres, son para violarlas”? ¿Qué acaso no lo ameritaba? ¿De qué depende que un tema de tantas vueltas?

Como si metafóricamente fueran una enfermedad, basta con encontrar la fórmula que permite entrar al algoritmo tuitero para que las opiniones y la indignación se “contagien”. No por nada se les llama virales. Los nuevos gatekeepers de la información son aquellos que tienen el mayor número de seguidores y el nuevo criterio de veracidad es el retuit.

Me preocupa cómo serán los debates si cada vez se piensa más que Twitter y Facebook son los nuevos espacios públicos de deliberación. Pero un espacio público es un ámbito  incluyente en el que los individuos se reconocen recíprocamente como personas libres por igual y eso implica que nadie ni nada, ni personas ni temas de conversación, se excluyan de manera arbitraria.

Estoy segura que Alejandro Sánchez se dijo a sí mismo que no vuelve a escribir sobre feminicidios o temas de género. Y es una lástima perder expresiones así, pues aunque sean machistas o misóginas, son necesarias para debatir y criticar. La discusión en torno de su texto es el mejor ejemplo.

Criticar no es censurar, pero sin reglas del debate, las opiniones disidentes se excluyen del espacio público y las masas abarcan todo discurso y contagian opiniones mayoritarias.

La democracia implica la ruptura del monopolio de las interpretaciones y los criterios de Verdad Absoluta. Por eso nadie debe ser silenciado, ni por masas (feministas o machistas), ni por corporaciones ni por el Estado mismo. Se trata de cuestionarnos los mejores mecanismos para garantizar de manera igualitaria que todos tengan las oportunidades para decir lo que quieran.

Fuera de las tentaciones autoritarias, es lo único que nos queda.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas