Discurso del viernes 17 de octubre 2014, Feria Internacional del Libro del Zócalo
“Los jóvenes y la literatura de fantasía”: Ese era el título de mi plática de hoy, pero… ¿cómo puedo venir y pararme aquí a hablar de vampiros y de fantasía cuando la realidad que nos rodea es lo que es? ¿Podemos los escritores, los artistas de cualquier disciplina disociarnos de nuestro entorno? Sería irresponsable pero es, además, imposible. Uno vive en donde vive y cuando vive. La inspiración o dolor que nos mueve a crear, se origina en nuestra realidad.
Hoy yo siento mucho dolor. Llevo unos días bastante deprimida por las terribles tragedias que nos rodean. Tengo una sensación apocalíptica y de pronto me siento sin palabras, que rara vez me pasa, ante el mundo. No he podido escribir, solo tengo ganas de meterme en la cama y dormir, a ver si cuando me despierto algo ha cambiado. Quiero apagar el radio, deshacerme de los periódicos, no enterarme de nada. Quiero silencio. Pero el silencio no nos ayuda. Hay que hablar. Hay que gritar. Hay que escribir. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿De qué? Son preguntas que muchos artistas se han hecho y que se resumen muy bien en esta, de Holderlin: «… ¿Y para qué poetas en tiempos de penuria?».
Yo escribo para jóvenes y me duele el mundo al que están entrando. Me duele el miedo y que hay que enseñarles a vivir con él. Ya no es un miedo como el que yo sentía cuando era niña: al ladrón que se llevaba tu dinero. Es un miedo más primigenio, miedo a la destrucción total, a la desaparición, al desvanecimiento, al fin de todo. Y es que ante la furia de la naturaleza, los sismos, las tormentas, los virus inexplicables que antes eran cosa de película, y los demás monstruos que están a nuestro alrededor, la violencia, las matanzas, la impunidad, los cuerpos que aparecen sin cara y sin nombre por todos lados, uno enmudece. O peor: uno aprende a seguir como si nada.
Recuerdo que cuando era niña quería ser parte de “los malos” porque así estaría a salvo. Como si hubiera una tregua entre “malos”. Pero ya no sabemos quién es qué. Antes, en los cuentos infantiles era muy fácil saber quién era el malo y quién era el bueno: uno estaba vestido de blanco y el otro de negro. Uno era feo y el otro era guapo. La literatura de hoy, como siempre, refleja esta nueva incertidumbre: las líneas son difusas. Los malos resultan ser regulares, los que parecían los buenos son los villanos más temibles. Nuestros jóvenes leen de zombis, vampiros y hombres lobo que antes eran malos y ahora son adorables. Todo está abierto al cuestionamiento. Por que el bueno y el malo son difusos y la moralidad es difusa e incluso la verdad y la mentira son conceptos tan utópicos como El Amor Verdadero o El Karma.
Hay una sensación de fin del mundo, y lo que sí se ve, desde todos los ángulos, es el Ojo de Sauron, ese hoyo negro que lo único que quiere es destruir, que ya no quiere el poder, o el dinero o la fama, sino la negrura. ¿Qué hacemos contra este mal que es El Mal y que flota sobre nosotros amenazándolo todo? ¿Nuestros planes, nuestros sueños, a nuestros hijos? ¿Qué podemos decirle entonces a nuestros jóvenes? Yo, como autora juvenil, ¿qué hago con esto? ¿Qué debo esperar que hagan ellos con esto? Hoy en día los casos de bullying van en aumento y niños han muerto- MUERTO en manos de sus compañeros menores de edad. ¿Qué? ¿QUÉ DEMONIOS? Se antoja estar en shock. Se antoja estar anonadado y pensar que no podemos hacer nada. Que todo nos sobrepasa. Se antoja el silencio pero no. Hay que hablar. Hay que gritar. Hay que escribir.
A lo largo de la historia el arte ha sido profético tanto para las grandes tragedias de la Humanidad, como para las grandes maravillas. Los sueños de Julio Verne dieron pie a grandes inventos, los terrores de Lovecraft ponen palabras a las pesadillas apocalípticas de hoy, a los miedos más primigenios. La vida imita al arte y viceversa, todo eso. Pero el núcleo de todo es esto: Poner Palabras. Esa es la responsabilidad. El poder del lenguaje es inmenso; lo vemos tanto en las grandes verdades como en las grandes mentiras. Las palabras condenan, las palabras salvan. Las palabras explican.
Una chica vino una vez a mi casa y al ver mi librero dijo: “Tienes casi pura ficción. Yo no leo ficción. Prefiero leer cosas históricas porque así aprendo cosas reales”. Jaja. O sea, para ella es más real la “biografía” de Napoleón que el alma del monstruo de Frankenstein. Por favor. Incluso pensar que hay una historia “real” es tan ingenuo que ni siquiera entré en la discusión. ¿Es más asible, más “creíble” la masacre que pasa en la esquina de mi casa que una épica batalla en Winterfell? ¿Más “real”? A mí me parecen tan irreales las noticias que a veces ni logro registrarlas. Entiendo mejor el apocalipsis zombi que lo que nos hacemos unos a otros los seres humanos todos los días. Quiero entenderlo mejor. Quiero que eso sea lo real. ¿Por qué? Los padres de mis lectores suelen preguntarme por qué escribo relatos violentos cuando el mundo ya es suficientemente violento. Respondo: “Por que prefiero que mis hijos le tengan miedo a los vampiros que a los narcos”. Porque es algo que puedo entender. Eso hace el arte: traduce, explica, aterriza.
La autora americana Mary McCarthy dice que escribir es tomar cerezas de verdad y ponerlas dentro de un pastel imaginario. Lo real, lo de adentro del pastel, son las emociones. Cuando leemos una historia y sentimos algo, es porque el autor le prestó sus cerezas. Porque lo de adentro es real, aunque el pastel sea de fantasía. La literatura nos cocina los ingredientes y nos da algo que podemos comer. Aunque a veces los ingredientes sean difíciles de digerir.
A los niños les leen cuentos con animalitos porque es más fácil que el conejito sea el que no quiere tener un hermanito. Es más fácil entender al conejito. A la cereza con cobertura de fantasía. De ficción. Hay quien dice que leer de fantasía es escapar. Yo creo que es una manera de enfrentar. Una manera sensata y viable y necesaria. En el fondo todo es ficción, además. La manera en que el mundo es diferente para cada uno, al punto de que no podemos ni saber cómo ve otra persona el mismo color, hace que el concepto de “real” sea inexistente. No hay real o irreal, no hay ficción y realidad como antónimos estrictos . Pero sí hay verdadero. Las cerezas son verdaderas.
Volviendo al tema de esta plática. Literatura de fantasía para jóvenes. Y a mis preguntas. Cómo escribir en estas épocas. De qué. Y por qué.
Cómo… usando los ingredientes que tenemos en la alacena, pensando que lo que no cocinamos se echará a perder, apestará toda la cocina y cuando finalmente hagamos el pastel, será venenoso. Hay que usar los ingredientes. A veces la inspiración es el amor, los arcoíris, las amistades. Otras veces tenemos las repisas llenas de desazón y angustia. Hay que usarlas.
De qué: de todo. De lo mejor, de lo peor. De lo que está pasando, de lo que podría pasar, de lo que quisiéramos que pasara.
Por qué: el apocalipsis da una sensación de soledad terrible. La literatura crea mundos que se pueden habitar para sobrevivir al mundo de afuera tan desolado. Ahí hablamos el mismo idioma: el de las cerezas. Los jóvenes necesitan otros mundos y otras posibilidades, y necesitan compañeros en este viaje, espejos y voces que armonicen sus canciones. Les estamos demostrando que “los adultos” no sabemos nada. Que el caos se nos sale de las manos también a nosotros. Qué miedo… ¿quién se está haciendo cargo? Es nuestra responsabilidad darles ALGO con lo que puedan sobrevivir. Mundos. Palabras. Sueños. Aunque en el fondo son ellos, ustedes, los que nos los dan a nosotros.
Cuando pensé en venir a esta feria me sentía fatal. ¿Qué puedo decir? ¿Cómo voy a ir a hablar de fantasía cuando la “realidad” me tiene aplastada? No podía ni preparar este mensaje. Me sentía hipócrita. Me sentía intrascendente. Pero gracias a una conversación con mi hermano entendí que lo único que me iba a sacar adelante era justamente esto: escribir. Lo entendí gracias a una conversación. Porque juntos le pusimos nombre a los monstruos y acabamos con el silencio. Esto es lo que me ha sacado de la cama y de la tristeza: dialogar. Conversar con ustedes de mis miedos, de mi dolor, de las cerezas tan amargas que todos estamos compartiendo en este pastel.
¿Por qué escribir, por qué leer? Para sublimar la violencia y usarla para algo constructivo. Para sobrevivir a la oscuridad y al terror. Para ponerle nombre a los fantasmas y así vencerlos. Escribir para seguir dialogando, porque el silencio es el caldo de cultivo del miedo. Hay que escribir, hablar de todo: de violencia. De miedo. Porque lo que se habla no se lanza, no se hace. Hay que escribir porque escribir es construir y leer es reconstruir a través de nuestra mirada particular. Porque ante la destrucción hay que construir y reconstruir. Porque ante el miedo a la no existencia, hay que existir.
Escribir para imaginar mejores mundos, soñar mejores sueños y para que la realidad imite a la fantasía en el mejor de los sentidos.