Héctor Luis Zarauz López
19/09/2021 - 12:02 am
La historia en disputa
En esta reinterpretación de la historia y en esta idea de crear nuevos significados y símbolos históricos, se sumó la más reciente disputa en torno a la reubicación y sustitución de la estatua de Cristóbal Colón.
En semanas recientes, se ha activado un nuevo debate en torno a las interpretaciones que se hacen de la historia nacional por parte del actual gobierno, en esta ocasión teniendo como objeto los eventos conmemorativos del 500 aniversario de la caída de Tenochtitlán a manos de los españoles, y posteriormente la remoción de la emblemática estatua de Cristóbal Colón.
En este sentido, debe señalarse que el actual gobierno se ha propuesto hacer nuevas interpretaciones de la historia nacional, con la intención de apuntalar sus posturas políticas e ideológicas. De tal forma se ha realizado un nuevo planteamiento de eventos, de simbolismos y de interpretaciones del pasado. Como en pocas ocasiones, se ha hecho énfasis en generar una identificación con ciertos pasajes de la historia como refuerzo de las directrices ideológicas del presente. No por nada se postula al actual movimiento en el gobierno, como parte de una secuencia histórica de transformación: la Independencia, la Reforma y la Revolución.
De parte de los detractores del actual proyecto gobernante, se han dado expresiones, que han considerado estas acciones como ociosas (en el mejor de los casos), como meros distractores sociales, parte de una estrategia más del Presidente para tensar el ambiente social o, de plano, como distorsiones históricas.
En todo caso es un debate que tiene, como uno de sus fondos, los usos o los abusos de la historia.
El proceso electoral del año 2018 propició el ascenso de un nuevo gobierno y con ello de una visión de la historia distinta a la difundida en las décadas más recientes. Un ejemplo de ello ha sido la interpretación de la llamada Conquista española, en la que se privilegió la idea de “encuentro” de culturas, de la fusión de dos “mundos”, y de un mestizaje casi armónico que dio origen a la nación mexicana. Ello es notoriamente contrastante con la nueva visión en la cual no se observa tal concordia entre pueblos y expresiones culturales; por el contrario, se ha enfatizado la existencia de una guerra de invasión violenta que arrasó con buena parte de la población nativa, con el fin de extraer recursos y bienes materiales. Ello provocaría que el presidente López Obrador señalara: “Hubo matanza, imposiciones. La llamada Conquista se hizo con la espada y con la cruz”, después de lo cual solicitaría a la corona española y al Vaticano, que ofrecieran una disculpa a los pueblos originarios del actual territorio mexicano, por los agravios cometidos.
Más aún, se auspició un planteamiento que considera a la Conquista como un fracaso por haber propiciado un desastre demográfico, el sometimiento y la explotación de los indios nativos. En esa misma línea se hicieron replanteamientos en nomenclatura de calles, por ejemplo, la calzada de Puente de Alvarado fue cambiada por Calzada México-Tenochtitlán, el pasaje conocido como de la “Noche triste”, mereció una revisión: ¿por qué triste si significó un triunfo para los mexicas?, de tal suerte que se creó la “Plaza de la noche victoriosa”, al tiempo que a la estación de metro Zócalo se le añadió el nombre de Tenochtitlán.
Por si fuera poco, en esta reinterpretación de la historia y en esta idea de crear nuevos significados y símbolos históricos, se sumó la más reciente disputa en torno a la reubicación y sustitución de la estatua de Cristóbal Colón. Como es sabido dicho monumento ha sido objeto de ataques desde hace años, por grupos indigenistas y de campesinos que con sus acciones cuestionan la idea de enaltecer a un personaje cada vez más señalado por sus abusos sobre la población nativa del continente americano. Lo cual por otra parte se inscribe en una tendencia mundial de protesta contra las representaciones escultóricas que exaltan a personajes que hoy día son repudiados. Tales fueron los casos, entre otros, de Leopoldo II en Bélgica, en donde la estatua dedicada a este personaje debió ser retirada, o la del comerciante de esclavos inglés del siglo XVII, Edward Colston, que fue echada al mar en Bristol por manifestantes que protestaban contra el racismo.
En este esquema amplio, se propuso que la estatua de Colón fuera sustituida en ese espacio, por la representación de una mujer indígena, lo cual desde luego responde al impulso contemporáneo de reconocer la necesidad de justicia social con las mujeres y con los indígenas. Desde luego que las características y valores estéticos de la citada estatua, es materia de otro rango de ideas.
Ante todos estos eventos han proliferado en México, entre opinólogos, analistas de cierta prensa y redes sociales, descalificaciones a estas iniciativas, considerando como un despropósito la intención de desconocer una parte de nuestra historia. En España (y también entre algunos sectores nacionales) la solicitud de disculpas pareció inconcebible para la Corona que no respondió a esta demanda, al tiempo que el gobierno socialista y el Partido Popular, señalaron rechazo total, a lo cual también se sumaron los escritores Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez-Reverte, incluso el ultraderechista partido Vox argumentaría, con notable tufo racista: “España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra historia”, ello al tiempo que el partido Podemos hizo eco a la petición mexicana.
Al margen de la aprobación o el rechazo a las nuevas interpretaciones de la historia que se promueven desde las esferas del gobierno, me parece que debemos considerar dos situaciones, la primera que el pasado está en constante reconstrucción, que su interpretación es un proceso activo que periódicamente se replantea. Es sabido por los historiadores que el pasado se construye a partir de preguntas formuladas desde el presente, así constantemente se fijan cuestionamientos, se postulan temas y formas nuevas de estudio del pasado. Por ello no debe sorprender que eventos lejanos, como la Conquista, provoquen reinterpretaciones y disputas. Debemos acostumbrarnos a pensar que la historia es una disciplina dinámica, contemporánea, sujeta a constante revisión, sin axiomas inamovibles.
Por otra parte, debemos tomar en cuenta que la escritura del pasado, obedece a distintas motivaciones, desde luego las académicas aparecen con claridad, sin embargo, en todo tiempo y en todas partes, surge la necesidad desde el poder, pero también desde los grupos marginados, de plantear una visión de la historia que ensamble con su proyecto político. Así ha sucedido recurrentemente por lo que habrá que habituarnos al debate de ideas, a las diferencias ideológicas, a disentir en nuestras visiones del presente y a replantear el pasado.
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