Mientras las artesanas de la comunidad de Aguacatenango, Chiapas, tardan más de 50 horas en tejer una prenda y malvenderla en 200 pesos, la tienda Zara las produce en serie y vende cada una de ellas en 599 pesos. El plagio provocaría serios daños a la frágil economía de la comunidad, denuncian sus habitantes.
Las artesanas denuncian que no es la primera vez que una de las marcas de Inditex les roba un diseño. Ya lo hizo en 2016 con otra blusa, según explican. La organización no gubernamental Impacto ha documentado que ocho marcas internacionales han copiado los bordados de pueblos originarios mexicanos sin reconocer a sus autoras ni hacerles llegar una contraprestación económica.
Pero los abusos no son sólo de empresas extranjeras, sino también de comerciantes del mercado de Santo Domingo, en San Cristóbal de las Casas, quienes les compran las prendas a precios muy bajos y también violentan a las artesanas.
Madrid, 19 de septiembre, (ElDiario.es/SinEmbargo).- No es una pasarela de París o Milán, pero la industria de la moda se ha fijado en la originalidad de sus vestimentas. Por los pedregosos caminos de Aguacatenango, un humilde poblado de Chiapas, desfilan a pasos cortos mujeres indígenas luciendo coloridas prendas tejidas por ellas mismas. Algunos de esos estampados son similares a los que vende la marca española Zara. Las artesanas, junto a la ONG Impacto, denuncian el reciente “plagio” de uno de sus bordados tradicionales por parte de la firma de ropa.
“Hace dos años vinieron unos chinos, nos exigieron mucho trabajo, nos pagaron muy poco, vinieron solo dos veces y ya no aparecieron más”, apunta a eldiario.es una de las tejedoras, María Méndez, sobre la que es su principal hipótesis del origen del plagio denunciado, aunque también apuntan que podrían haberlo “robado” de imágenes en redes sociales.
Los efectos, denuncian, son dañinos para la frágil economía de la comunidad. “Nos afecta bastante porque la gente ya no nos compra a nosotras porque lo pueden encontrar en una tienda o ya nos dicen que son parecidos. Perdemos ese beneficio, que es nuestro principal sustento en el hogar”, cuenta María, de 39 años y madre de siete hijos.
Pero no solo señalan las consecuencias sobre su economía. Los dibujos representan la manera de ver el mundo de la comunidad y son un símbolo de identidad que todavía hoy visten. “Es una falta de respeto porque esos bordados son de nuestros ancestros, que nos enseñaron nuestros abuelos cuando fuimos creciendo, y así de generación en generación. Es una tradición, no es justo que la copien”, asegura en un esforzado castellano.
Con mucha dedicación, María puede producir cuatro prendas al mes por las que obtendrá cerca de 400 pesos (unos 18 euros): siete veces menos el salario mínimo en México. Mientras la blusa de Zara se tarda en fabricar con máquinas unos pocos minutos y cuesta 599 pesos mexicanos (unos 27 euros). Las artesanas de Aguacatenango tardan más de 50 horas en tejer esa misma prenda y deben malvenderla, dicen, en 200 pesos, unos 9 euros. Contactadas por eldiario.es, fuentes del grupo Inditex indican que “no van a hacer comentarios” sobre este asunto.
DESPROTEGIDOS ANTE MULTINACIONALES
En el patio de María se reúnen hoy 37 mujeres con sus ovillos y agujas, que guardan en sus camisas holgadas. Conversan entre susurros sin apartar la vista de sus manos con cierta resignación. Es la segunda ocasión en la que denuncian que Zara ha utilizado diseños tradicionales de esta misma comunidad sin tenerlas en cuenta: ya lo hizo en 2016 con otra blusa, según explican. Tampoco era la primera vez. Desde 2012, Impacto ha documentado que ocho marcas internacionales han copiado los bordados de pueblos originarios mexicanos de los estados de Oaxaca, Hidalgo y Chiapas sin reconocer a sus autoras ni hacerles llegar una contraprestación económica.
“Hay una protección al patrimonio individual con los derechos de autor, pero no al patrimonio colectivo que lleva cientos de años. La legislación no las protege porque no hay una organización colectiva que pueda hacer vinculante una ley y las autoridades no atienden estos casos”, lamenta a eldiario.es Adriana Aguerrebere, directora de Impacto, la organización que apoya a más de 500 artesanas mexicanas para revalorizar su trabajo y lograr un comercio ético, así como denunciar casos de plagio, una batalla que les ha traído más contratiempos que éxitos.
El pasado octubre, publicaron en Instagram la imagen de una prenda de la marca estadounidense Santa Marguerite para advertir de que fue copiada de un huipil [tipo de camisa] de San Juan Cancuc, otra comunidad chiapaneca. La empresa acusó a Impacto de usar una fotografía con derechos de autor y forzó a que Instagram cerrase la cuenta de la organización, que contaba con más de 40 mil seguidores. Lejos de bajar los brazos, Impacto empezó de cero con el nuevo hashtag y la cuenta @viernestradicional, una campaña para que la gente publique cada viernes sus ejemplos de auténticas ropas de pueblos originarios.
“La culpa también es de los compradores, que deben informarse sobre esos abusos, hacerse conscientes, tener respeto y practicar un consumo responsable. Siempre reclamamos autenticidad y al final compramos copias, no vemos ni nos interesa el trasfondo (…) Además hay una incongruencia de pagar precios muy altos en una tienda y no quererlos gastar en una comunidad indígena”, puntualiza Andrea Velasco, una de las diseñadoras que trabaja de forma colaborativa con las mujeres de Aguacatenango.
Velasco paga 20 pesos (un euro) la hora de trabajo a las artesanas. Son unos 50 euros por una blusa: siete veces más de lo que suelen recibir habitualmente. “Cuando nos dio todo eso por nuestras prendas, no lo podíamos creer. Nunca nos habían pagado por hora. A veces nos lo prometían pero cuando les decíamos las horas que dedicamos, no querían”, apunta Margarita Espinosa, otra de las indígenas tseltales que hoy ha asistido a uno de los talleres de costura impartido por otra diseñadora voluntaria de Impacto.
ABUSOS EN COMERCIO LOCAL
Las tejedoras de esta comunidad aseguran que también se enfrentan a diario a la explotación de su trabajo por parte de los intermediarios urbanos. “Una dedica dos semanas para terminar una chamarra (camisa) y le dan 150 pesos (unos 7 euros). Es muy poco, pero no nos queda más remedio que aceptarlo por necesidad”, se queja Margarita.
Sus principales compradores son los comerciantes del mercado de Santo Domingo, en la turística ciudad de San Cristóbal de las Casas, donde enjambres de extranjeros acuden a llevarse un recuerdo de la tradición indígena, que en realidad muchos son souvenirs importados masivamente desde países asiáticos, o bien, malpagados a las artesanas de comunidades alejadas. “Hay mucho regateo y es muy difícil entrar a vender tu producto directamente. Eso incentiva que los coyotes (intermediarios) paguen lo mínimo”, comenta Aguerrebere.
Los comerciantes abusan de las mujeres de Aguacatenango por su situación de vulnerabilidad. En la localidad, ocho de cada diez personas viven en condiciones de pobreza, según datos oficiales, y la mayoría de menores abandonan la escuela antes de los diez años.
En el camino de acceso a esta villa un cartel oxidado advierte: ‘Prohibida la entrada a funcionarios de empresa eléctrica para cortar luz’. Es una de las escasas muestras de resistencia de esta comunidad azotada por los abusos pese a ubicarse en el entorno de influencia zapatista. Estos días de fiestas patronales se ven hombres en el pueblo. No es común. La única actividad económica en la comunidad es la siembra y cosecha de milpa [maíz], que apenas se da un par de veces al año y se paga a un jornal ínfimo. Por esta razón, los campesinos suelen irse durante largas temporadas para trabajar en la construcción.
“Aquí la milpa no rinde. Uno se va a buscar la plata por otros lados. Nos vamos tres o seis meses por fuera”, cuenta Miguel, marido de María. “El esposo no tiene trabajo fijo, a veces se van pero no encuentran nada. El único sustento seguro son nuestros textiles, es lo que nos mantiene”, añade Margarita. El trabajo de la mujer se convierte así en el pilar de la economía familiar y, por ende, en una forma de autonomía para estas tejedoras.
Después de bordar una de las flores de su blusa azul celeste, María carga varios troncos para hacer leña. Es la hora del almuerzo y dos de sus hijos ya han regresado de la escuela. El fuego empieza a chamuscar la madera cuando la mujer alza a su nieta de dos años: “El bordado nos hace sacar adelante a nuestra familia. Cuando tejo tengo que echarle ganas porque pienso que con eso voy a alimentar a mis hijos”.