Jaime García Chávez
19/07/2021 - 12:03 am
Marcelo Ebrard: segunda edición
A Marcelo Ebrard, con el socorrido mecanismo de las encuestas con las que López Obrador ha desvirtuado absolutamente la vida partidaria democrática, un día le dijeron que con ese instrumento él no era el favorito.
Marcelo Ebrard no es, de ninguna manera, un outsider. Se trata de un político profesional que empezó a brillar al calor del salinismo, luego al amparo de la cobija de Camacho Solís y, finalmente, tuvo por desembocadura al PRD, plataforma partidaria que le permitió ser Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y, en 2012, aspirante presidencial, en competencia con Andrés Manuel López Obrador. Sin duda un político experimentado y que conoce bastante bien al país.
Cuando intentó llegar a la candidatura en 2012, despertó simpatías porque, a diferencia de las antiguallas de López Obrador, diseñó una propuesta que, palabras más, palabras menos, contenía una visión de futuro cimentada en la socialdemocracia, obviamente con las adecuaciones para una circunstancia como la mexicana.
2012, lo sabíamos todos, no era una oportunidad para eso que se llama “izquierda”, mucho menos en la vestimenta del lópezobradorismo, y los resultados electorales así lo confirmaron, superando la ideologizante versión de que había sido un segundo robo de la Presidencia de la república.
Fue modestamente atractiva y, por ello, bien recibida la precandidatura de Ebrard, el actual Canciller. Tenía una ventaja indiscutible: frente a un panismo que iba a ser derrotado conjuntamente con el PRD, pudo ser una segunda opción para las corrientes electorales que se guían por un instinto de triunfo y que, en el panismo, nunca la alcanzaría López Obrador por la confrontación con el calderonismo. Podían soslayar el voto a favor de Josefina Vázquez Mota, pésima opción y candidata, pero nunca otorgarlo al tabasqueño y sí a una propuesta como la que Ebrard representó. Esa era su ventaja.
La desventaja, insuperable, fue que no tenía la fortaleza interna en el partido donde López Obrador tenía prácticamente garantizada la titularidad de la candidatura y, obviamente, afuera, en la sociedad y la ciudadanía, un peso específico mucho menor que no le facilitaron las cosas.
A Marcelo Ebrard, con el socorrido mecanismo de las encuestas con las que López Obrador ha desvirtuado absolutamente la vida partidaria democrática, un día le dijeron que con ese instrumento él no era el favorito. Y desapareció de escena el político que había surgido a la notoriedad de la vida pública en la etapa de Carlos Salinas.
Podemos afirmar que de 2012 a 2018, Ebrard se esfumó absolutamente de la escena para regresar por sus fueros en la arrolladora campaña de Morena de 2018, que desembocó en el triunfo del actual Presidente de la República. Llegó y se recicló como el operador político-electoral que sabe ser, y a la hora de la inauguración del actual Gobierno federal, se convirtió en Secretario de Relaciones Exteriores, con una cartera de atribuciones mayor. Hoy es una de las corcholatas –despreciable concepto– del Presidente.
¿Qué sucederá ahora? ¿Cuál será el destino del político hacia 2024? ¿Recobrará sus brios socialdemócratas de 2012, o para ser Presidente se comprometerá a hacer del sexenio que arranca en 2024 una prolongación de ese adefesio que se llama Cuarta Transformación?
Bibliotecas enteras se han escrito sobre el presidencialismo mexicano, de cómo hay que simular para llegar a ser. Quisiera que fuera diferente y que los naipes se abrieran, para que todos sepamos las alternativas que disputarán por un poder, que dicho sea de paso, requiere una profunda transformación para que nuestro país florezca con una nueva democracia participativa, un nuevo régimen.
Ojalá y a la hora de la decisión, el Canciller no opte por un cómodo ostracismo, del que luego se recupera de inmediato, más tratándose de la naturaleza de las cosas de su última oportunidad.
15 julio 2021
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