Arnoldo Cuellar
19/07/2018 - 12:00 am
Gasto en medios: derroche, censura, corrupción
Andrés Manuel López Obrador tiene una prueba de fuego para mostrar su talante democrático en el empleo que haga de la ley general de Comunicación Social, aprobada por la mayoría de PRI, Verde y Nueva Alianza, la cual mantiene las condiciones actuales de discrecionalidad y falta de regulación de los recursos aplicados a la publicidad oficial.
Andrés Manuel López Obrador tiene una prueba de fuego para mostrar su talante democrático en el empleo que haga de la ley general de Comunicación Social, aprobada por la mayoría de PRI, Verde y Nueva Alianza, la cual mantiene las condiciones actuales de discrecionalidad y falta de regulación de los recursos aplicados a la publicidad oficial.
De entrada, el virtual presidente electo anunció una reducción del 50 por ciento al presupuesto de publicidad, lo que no ayuda mucho pues el derroche de Enrique Peña Nieto deja aún ese margen como una cantidad monstruosa, incluso superior a lo que se ahorraría recortando al personal de confianza de las oficinas federales.
Debe quedar claro que el dispendio en el gasto publicitario no sirve para hacer política. No le ayudó nada a Peña Nieto y no le ayudará a nadie, ni en redes ni en medios tradicionales. Llegó la hora de hacer política y de usar la comunicación para lo que debe hacerse: promocionar servicios y no ensalzar imágenes.
Si se sigue esa tónica, seguramente desaparecerán muchos medios de comunicación que se han vuelto adictos al dinero público o deberán reformularse para encontrar un nicho de mercado, ofreciendo un periodismo de mejor calidad.
Pero también, dejará de operar esa simulación donde los medios hablan maravillas del gobierno, atacan a sus adversarios y navegan en la superficialidad que los hace cada vez más débiles ante audiencias que tienen opciones de sobra para informarse y entretenerse.
No podía generarse una democracia medianamente funcional con una prensa controlada por el poder a través del dinero público. El primero de julio de 2018 nos ha dejado una clara lección: los ciudadanos decidieron por encima de la orientación de la mayor parte de los medios.
La prensa no fue factor de transformación y ha quedado rebasada por ello. Hoy buena parte de su eficacia crítica se encuentra vulnerada por su posición durante las campañas donde numerosos comentaristas a nivel nacional fueron abiertamente militantes y no a favor de alguien, sino en contra de alguien, para mala suerte de quién ganó.
¿Es malo ser crítico? Desde luego que no, si lo hubiesen sido con todos y sobre todo con quienes padecían el mayor desprestigio, como Enrique Peña Nieto. Pero resulta que su blanco preferido recibió la votación más alta en la historia de las elecciones desde que estas son competidas.
Hoy en Guanajuato vemos lo que propicia el manejo discrecional y oscuro de la publicidad gubernamental. El vocero de la segunda parte del gobierno de Miguel Márquez, el periodista Enrique Avilés Pérez, no solo dispuso de recursos ingentes para contratar publicidad, varias veces más que el presupuesto autorizado cada año, sino que además decidió arbitrariamente y sin necesidad de justificarlo a quién y cómo contratar.
Ello permitió que páginas web de periodistas con trayectorias profesionales sean objeto de presiones, de boicots o de condicionamientos para poder tener publicidad oficial, mientras que blogs creados solo como fachada reciben cientos de miles de pesos de inversión oficial no que encuentra explicación, salvo la corrupción.
En el caso de los medios impresos y electrónicos el peso de la publicidad oficial ha permitido un manejo de la información absolutamente propagandístico o compensatorio de situaciones críticas. Diarios como los Soles de la OEM ignoran de plano la realidad para dedicar sus ocho columnas a ensalzar al gobernador y sus funcionarios favoritos de forma casi obscena.
Hay noticieros de radio que dedican buena parte de su tiempo aire a dar voz a los funcionarios sin contrapeso alguno de la sociedad que mucho tiene para exigirles o reclamarles.
Ese pago de publicidad permitió alentar sueños de opio como la eventual precandidatura presidencial de Miguel Márquez, que solo existía por acá; o recientemente, la ilusión de trascender yendo a la dirigencia del PAN.
Sin embargo, las ensoñaciones tienen un efecto perverso más allá del de engañar a uno que otro ingenuo: le han permitido a Enrique Avilés ese manejo discrecional de un importante recurso público que ameritaría, si hubiera seriedad en la lucha contra la corrupción, una seria investigación.
Con la falta de regulación publicitaria todos pierden: el gobernante vive en el engaño hasta que lo despierta abruptamente una realidad brutal; los medios disminuimos la oportunidad de convertirnos en voces independientes y de reflejar las preocupaciones e inquietudes de la sociedad a la que servimos; la ciudadanía está desinformada. En este río revuelto solo ganan los vivales.
Lo lamentable es que hace algunos ayeres un partido político de raigambre democrática llegó al poder ofreciendo corregir esos mismos vicios y a la vuelta de los años paso de ser remedio a enfermedad.
Eso mismo ocurrirá con quienes hoy despiertan esperanza si la sociedad no actúa y solo se sienta a esperar que le resuelvan sus problemas.
Quienes pronto empezaran a gobernar en los diversos ámbitos tienen la oportunidad de evitar los errores de sus antecesores. Los ciudadanos tenemos la obligación de recordárselos día a día.
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