Ciudad de México, 19 de julio (SinEmbargo).- En menos de dos semanas, el primer libro del periodista mexicano Guillermo Osorno, Tengo que morir todas las noches (Debate), una crónica excepcional sobre la ciudad de México durante los ‘80’, la cultura gay y los movimientos artísticos, literarios y musicales que se expresaban en los linderos de la sociedad capitalina, se ha mandado a reimpresión.
El fenómeno desmiente esa frase ya de cliché –no por ello menos cierta- que indica que habitamos un territorio donde no se lee y es testimonio irrefutable de cuánto interés despierta nuestro pasado reciente, esa nube todavía difusa donde sobreviven los fantasmas de personajes extraordinarios, irrepetibles.
Por caso, el aventurero francés Henri Donnadieu, quien llegó a México en su huida de la justicia a finales de los ’70 para luego fundar El Nueve, un bar legendario que sacó del closet a la cultura gay de la época y donde probablemente como en ningún otro sitio de la metrópolis tuvo sentido la siempre tan ausente modernidad mexicana.
El Distrito Federal funciona históricamente como un espacio que parece haber pasado de la tradición a la posmodernidad sin escalas, como si de las entrañas del viejo PRI hubiera explotado un escupitajo hacia el infierno de lo decadente, sin que “lo moderno” pudiera en ese vértigo marcar alguna impronta, dejar legado alguno.
El temblor del ´85, la aparición del SIDA, los primeros atisbos de lo que en tiempos recientes sería la gran debacle del PRI –sin contar, claro está, el regreso de los muertos vivos- constituyen la escena donde el propio autor cuenta con humor entrañable su salida del closet, dando cuenta con un testimonio de primera mano las peripecias de una transformación interna en tiempos donde afuera todo cambiaba en forma irremediable.
Guillermo Osorno, conocido editor de Gatopardo, revista a la que recientemente acaba de renunciar para dedicarse a la escritura y a un ambicioso proyecto de periodismo digital, cultiva un estilo ortodoxo, de vieja escuela, aquel que dice “cada línea un dato”, ofreciendo un lenguaje donde nada falta ni sobra, motivado esencialmente por la claridad narrativa.
Osorno va a lo que va, sin detenerse demasiado en los fascinantes personajes que describe, cada uno de los cuales valdría un libro por sí mismo. Así, Tengo que morir todas las noches – Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay, tiene el valor de la crónica rigurosa a cargo de un hombre que ha dedicado sus poco más de 40 años de vida al periodismo escrito.
“Tardé 10 años en hacer esta historia, porque lo que en principio no quería era construir una postal nostálgica de un sitio hay, sino conectarlo con otras cosas que me interesaban. Cuando supe que en realidad lo que estaba haciendo era el retrato de una generación, me sentí mucho más cómodo y fue cuando finalmente pude terminar de elaborar la redacción”, dice Guillermo en entrevista con SinEmbargo.
“Sobre todo, lo que quería dejar claro es que esta historia, este grupo, este bar, que aparentemente estaban en el margen, en realidad habían dejado más huellas de las que normalmente consideramos. Parafraseando a Carlos Monsiváis, lo marginal estaba al centro”, agrega el Licenciado en Periodismo por la universidad de Columbia y ex editor de reportajes en la revista Letras Libres.
LOS OCHENTA FUERON LOS SESENTA
Para Osorno, la esencia de su libro destaca la efervescencia de la década de los ’80 en México, expresión del renovado espíritu que dio sentido a los bullentes ’60.
“A pesar de que en los ’80 el país está en crisis y hay devaluación, existe en la ciudad de México un grupo que piensa en forma global y cómo insertarse en una conversación mundial”, explica el profesional, quien en su trabajo también expone la realidad de aquel Acapulco, cuando la famosa zona balnearia fungía “como otro de los vínculos de México con el resto del mundo”.
“En los ’70, Acapulco era el centro del jet set internacional. Miraba el otro día la serie Mad Men y los viajes que se planean son a Acapulco. Lo que me toca narrar es una cola de esa conformación, cuando se empieza a desmoronar, por medio de un personaje absolutamente fantástico, que es Jacqueline Petit”, dice Guillermo.
Me encontré con ella en Acapulco en su casa de Las Cumbres, una linda propiedad enclavada en la ladera de la montaña con una alberca que miraba hacia la bahía. Me contó que había defendido esa vista con todos los recursos a su alcance, influencias y amenazas, porque alguien quería construir un edificio enfrente. A sus setenta y tantos años era una mujer delgada y atlética, que se ejercitaba todos los días, mimaba constantemente a su perro chihuahua y no paraba de hablar, con un acento extranjero y una sintaxis quebrada.
UN CANTO A LA CIUDAD DE MÉXICO
La crónica de Guillermo Osorno funciona como un canto de amor a la ciudad de México, un sitio donde el matrimonio entre personas del mismo sexo fue legislado antes que en Argentina y Uruguay, los países líderes en defensa de los derechos de los homosexuales.
El escritor presume su ciudad. La redime de un pasado donde todos sus habitantes querían abandonarla y la levanta de los escombros regados por un temblor que en el ’85 amenazó con desaparecerla y a cambio le dejó una herida profunda, tenebrosa.
“Cuando escribo este libro la ciudad ha cambiado totalmente de prestigio, ahora es una ciudad de avanzada, donde se amplían los derechos de las personas y donde se puede vivir relativamente en paz. No es seguro de que vayamos a seguir por esa senda, pero al menos en el momento en que escribí el libro existe esa sensación de que México es una ciudad donde vivir está bien”, explica Guillermo.
“Los ‘80 son el embrión y los ’90 es cuando el mercado se da cuenta de que todo esto existe y las propuestas de autogestión que antes se veían heroicas comienzan a ser patrocinadas por la cerveza Indio”, agrega.
“Mi voz narrativa tiene mucho que ver con el lugar donde vivo. No soy Carlos Velázquez, es decir, no soy un escritor que está en el norte del país en medio de la guerra contra el narcotráfico; no soy Julián Herbert, soy un escritor que vive en la Colonia Roma, un lugar bastante central, desde donde narro”, concluye.
La labor de Guillermo Osorno como periodista incluye la fundación de la editorial Mapas en 2000 y la creación de las revistas Travesías y DF por Travesías. Ha sido editor del libro de crónicas sobre la Ciudad de México ¿En qué cabeza cabe? y de Crónicas de otro planeta, la antología de textos de Gatopardo.
Actualmente se encuentra inmerso en la preparación de un proyecto de periodismo digital: el lanzamiento en septiembre de una plataforma web que se llamará Horizontal.mx, un sitio de política, cultura, sociedad, con una voz claramente generacional que se aglutinará en dicha experiencia.
No será sólo un espacio virtual, sino también un espacio físico donde habrá talleres, conferencias y cursos.