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Alejandro Páez Varela

19/06/2023 - 12:08 am

El asunto Manuel Velasco

Hay un tema que me preocupa: mientras caen capas y capas de simulación no hay estructuras, nuevas o viejas, que sustituyan las que fueron simuladas. La Fiscalía General de la República es un fiasco; la Función Pública y la Auditoría Superior de la Federación prácticamente se fueron al anonimato. Un Manuel Velasco puede llegar hasta la cima del partido del Presidente, Morena, sin que existan los mecanismos para frenarlo. Un Carlos Romero Deschamps, un Roberto Madrazo, una Elba Esther Gordillo o una Rosario Robles pueden pelear su regreso a la vida pública porque no les demuestran absolutamente nada.

En días pasados, un texto de Mexicanos Contra la Corrupción reseñaba los vínculos de Manuel Velasco con distintos niveles y variados episodios de la corrupción en México. Hay mucho escrito. Apenas días antes de su publicación, yo mismo había dedicado unas líneas al tema (“El rumbo”, 12 de junio). El “asunto Velasco” ha sido tan obvio en estos años que resulta absurdo que no se le tocara en este sexenio. Hasta el extitular de la UIF, Santiago Nieto, lo denunció en su momento. Lo puso por escrito en su libro Filias y Fobias. Uno de los episodios del exgobernador que se dice “verde”, por cierto, alcanza a Ricardo Monreal. Y quizás eso y otras complicidades explica tantos misterios que no son misterios, sino omisiones deliberadas a favor de la impunidad.

El texto en MCCI, del millonario Claudio X. González, no sorprende. Pero sirve a los propósitos de los opositores de la izquierda. Un académico del Baker Institute, de los últimos en entrevistar ampliamente a Genaro García Luna antes de su detención, escribió en su cuenta de Twitter utilizando lo publicado: “Mexico está regresando a la más atroz corrupción política del antiguo PRI, pero esta vez bajo MORENA y Lopez Obrador. MORENA hace uso ilegal de los recursos públicos para comprar votos, silenciar la disidencia, ganar elecciones y perpetuarse en el poder. Es la década de 1980 de nuevo”.

Independientemente de que Morena se merece todo tipo de reclamos por incluir en su proceso interno para 2024 a un individuo involucrado en distintos episodios de corrupción, el juicio del académico dice cosas. ¿Perpetuarse en el poder una fuerza política que ni siquiera ha cerrado un ciclo sexenal completo? ¿Y los datos que confirman que compra elecciones y el uso de recursos públicos para silenciar disidentes? El tuit lapidario se acompaña de más tuits lapidarios, aunque los datos los deja para después.

Sin embargo, el tuit fue ampliamente celebrado por Felipe Calderón y su círculo cercano. Ése tuit en particular, y varios más, fueron movidos fuertemente en las redes. Los vínculos están allí para quien los quiera ver: Calderón, García Luna, MCCI, Claudio X. González, etcétera. Son una misma cofradía en la maraña de intereses. Son una misma serpiente mordiéndose la cola. Claro, hay cabeza de serpiente y hay cola, pero el pegamento que los une es el odio a López Obrador y la pérdida de poder. No me refiero al poder público, aunque lo perdieron: me refiero a una pérdida de voz y fuerza, en coro o por separado. García Luna preso, Calderón refugiado en España y Claudio X. González muy desacreditado por sus propias derrotas. Y además los textos que produce su fábrica de ajusticiamientos no se replican en la gran prensa, como solía suceder.

Esta pérdida de credibilidad me recordó una investigación que reveló cómo la empresa Coca Cola pagaba (o paga) a sus propios académicos y científicos para realizar estudios para exculpar a las bebidas azucaradas de todos los males que provocan. En 2015 se volvió un escándalo el financiamiento de esa empresa a supuestos “expertos” que negaba la relación entre sus productos, y el sobrepeso y la obesidad. El 9 de agosto de ese año, The New York Times exhibió que la organización Global Energy Balance Network recibía dinero para negar que la epidemia de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares estaban relacionadas con lo que se come. Alejandro Calvillo, desde El Poder del Consumidor, dio acceso a los mexicanos a esta artimaña que tenía “como único fin bloquear las políticas públicas dirigidas a disminuir el consumo de sus productos”. Decenas de miles de dólares se repartieron a los “científicos” para torcer la verdad porque siempre habrá académicos dispuestos a acomodar las palabras para servirle a intereses mayores que ellos.

Lo mismo sucede hoy con las élites expulsadas de las bolsas de privilegios que estaban en todas partes: organismos públicos y privados, “independientes” o abiertamente gubernamentales. Cualquier cosa que digan es material para retuitearse entre ellos, que se cubren a sí mismos, que se celebran y se dan baños de pureza. Pero las investigaciones de MCCI, por ejemplo, hechas con apoyo económico de empresarios y con recursos desde el Departamento Estado de Estados Unidos, no tienen el efecto que tenían.

¿Cómo sucedió? Tienen a una buena parte de los medios a su disposición; tienen un equipo que hace investigaciones convenientes (y que nunca se meterá con Kimberly Clark, por ejemplo); tienen una organización que hace litigio estratégico y usa el Poder Judicial para ejercer presión sobre autoridades electas democráticamente. Tienen el control de gran parte de la academia, de casi todos los partidos políticos opositores y además de una cantidad impresionante de organizaciones fachada que llaman “sociedad civil”, es decir, que aparentan ser “ciudadanas”. ¿Qué les falta? Bueno, para empezar, el poder público, que buscan afanosamente. Y no lo tienen, aunque tengan todo lo demás, porque no tienen lo primordial: la credibilidad. Y aún en temas donde la evidencia daría fortaleza, como en el caso de Manuel Velasco, no tienen aceptación social aunque tengan muchos retuits.

¿Cómo perdieron las élites mexicanas la credibilidad? Eso da para un ensayo largo y por separado que, de hecho, se escribe a diario. Pero en gran parte tiene que ver con la simulación. Simularon ser ciudadanos interesados en el bien común; simularon no tener conflicto de interés cuando controlaban los gobiernos. Simularon ser organizaciones de la sociedad civil sin inclinaciones partidistas, simularon ir contra la corrupción y la impunidad para nunca tocarse entre ellos. Simularon preocupación por los ciudadanos mientras se servían con la cuchara grande. Y luego te vas al detalle y resulta que la simulación ha sido una forma de engaño permanente, por décadas: simularon que aumentar salarios generaba inflación, simularon que los más pobres no pagaban impuestos (los que están en la economía informal) para tampoco pagarlos ellos. Simularon un sistema de partidos contrapuestos PRI-PAN para no abrirse a fuerzas políticas que atentaran contra sus intereses; simularon elecciones inmaculadas, organismos autónomos y amor por la transparencia. Simularon todo y simular se volvió una forma de vida. Pero si empujas una fachada falsa en un set gigantesco, entonces esa fachada tira otra y así, como las fichas de dominó, todo se viene abajo. 

Hay, sin embargo, un tema que me preocupa: mientras caen capas y capas de simulación no hay estructuras, nuevas o viejas, que sustituyan las que fueron simuladas. La Fiscalía General de la República es un fiasco; la Función Pública y la Auditoría Superior de la Federación prácticamente se fueron al anonimato. Un Manuel Velasco puede llegar hasta la cima del partido del Presidente, Morena, sin que existan los mecanismos para frenarlo. Un Carlos Romero Deschamps, un Roberto Madrazo, una Elba Esther Gordillo o una Rosario Robles pueden pelear su regreso a la vida pública porque no les demuestran absolutamente nada. Felipe Calderón y Vicente Fox pueden andar en campaña permanente y no hay nada que se los impida, y mañana regresará entre vítores Enrique Peña Nieto.

Eso me preocupa: que ciertamente se han desmoronado las fachadas construidas por los simuladores, pero no se han construido instituciones que las sustituya. Es cierto que la Procuraduría era una fachada para defender los intereses de las élites, pero la nueva Fiscalía no es mejor ni peor ni es nada. Cuando un Manuel Velasco abofetea a los ciudadanos hay poco qué hacer; no hay manera de esperar que alguien lo lleve a juicio. Los corruptos se han quedado en un limbo extraño porque ya ni siquiera caen, los de antes, producto de las purgas internas; ya no caen, punto, y no hay quien les persiga. La Fiscalía Anticorrupción es una broma contada por Alejandro Gertz Manero, quien es, a su vez, dos bromas. Entonces los señalados como corruptos escalan: hasta pueden ser precandidatos del partido oficial.

Yo estoy convencido que López Obrador todavía puede hacer mucho en el tiempo que le queda. Los medios y en general, las élites están contentas con un Gertz Manero, por ejemplo. Pregúntense cuántas veces lo han cuestionado en estos años y por qué. Están a gusto con él porque no los persigue y a la vez hace quedar mal al Presidente. Pocos desde la oposición se preguntan qué fue de la Función Pública, de la supuesta Fiscalía Anticorrupción o de la Auditoría Superior porque mientras no aparezcan, mejor para ellos: se salvan y hacen quedar mal a AMLO.

Es cierto que han caído capas de simuladores, pero no se les ha sustituido con lo ideal: instituciones poderosas que persigan y castiguen la corrupción; mecanismos que garanticen la rendición de cuentas. El Presidente todavía puede hacer algo, porque si no se hace, nadie puede garantizar que un Manuel Velasco no escale más allá de una precandidatura presidencial: a la candidatura misma. Y no digan que no ha pasado. Apenas en 2012, que nunca se nos olvide, los ciudadanos fueron engañados con un muñeco de pastel llamado Enrique Peña Nieto. Las élites vulgares lo encumbraron porque era posible. Y el hecho que Manuel Velasco escalara hasta una precandidatura presidencial de la izquierda me dice que la gente vinculada con lo más podrido todavía puede subir y, en un descuido, no digo que ahora, llegar a ser Presidente.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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