Jaime García Chávez
19/06/2023 - 12:01 am
Alain Touraine, la vigencia de su pensamiento
En la obra del francés encontramos la crítica a la modernidad, indispensable hoy; la explicación del valor de la democracia y la necesidad de la misma para reinventar a la sociedad a través de una “sociología de la acción.
Su vida fue larga en años, pero sobre todo fecunda en obras llamadas a trascender, más allá de coincidencias o divergencias. Alain Touraine (1925-2023) murió hace unos cuantos días y las notas necrológicas son recuentos de su vida y su obra, y se multiplican en el mundo por haber sido un notable pensador nacido en Francia –cuna de sociólogos que han dejado su sello como Comte o Durkheim, por señalar a los iniciales– que recorrió el mundo para investigar y documentar la sociedad posindustrial, los movimientos sociales que en ella se incubaron, para dar visibilidad a lo que muy poco se veía y menos se tomaba en cuenta, en particular por un liberalismo renuente a renovarse; o por socialistas y comunistas con estrechas perspectivas en tiempos de aguda Guerra Fría, y lo que vino después con el derrumbe del mundo soviético.
A Touraine le tocó vivir, muy joven, en el justo momento de la expansión de los totalitarismos. Creció aprisionado por la guerra, la invasión hitleriana de su patria, el entreguismo de la Francia de Vichy, con la farsa de Petain, la parte del genocidio que se patrocinó en territorio galo, la Liberación, el ascenso y caída del gaulleismo, la crisis de Indochina y Argelia, el quiebre del 68 y su onda expansiva en París, México, Estados Unidos, la invasión del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, y en el plano mundial, la caía del llamado “socialismo real”, su muro, y el estruendoso colapso de la URSS.
También fue testigo del auge del neoliberalismo, que dio un viraje al mundo a partir de Reagan y Thatcher, y de cómo el Consenso de Washington cobró hegemonía en el planeta, México incluido.
En su vasta obra, quien la lea –y recomiendo que lo haga– se encontrará con todo esto, y así lo creo, se sorprenderán por la hondura que alcanza el pensador ahora fallecido.
Cuando Touraine emprende la realización de sus obras más notables, a muchos les quedó claro que se imponía el encuentro de nuevas herramientas teóricas para comprender las formaciones sociales. No pocos vieron en sus aportes, instrumentos nuevos que el marxismo oficializado no aportaba, sobre todo desde los balcones de dominación del Partido Comunista de la Unión Soviética y sus partidos serviles, en especial el Comunista francés.
La historia de la socialdemocracia también mostró rezago al respecto, y eso provocó que muchos en el mundo voltearan sus ojos a Touraine para nutrirse con él y poder seguir la marcha, en casos emblemáticos sin abandonar herencias o legados de factura marxista, ahora más libre por no estar condenada esa visión a pasar por la aduana de las academias soviéticas, con sus enviados de poder, que se encargaban de llevar el dogma por todo el mundo para administrar el cerebro de infinidad de dirigentes comunistas.
En la obra del francés encontramos la crítica a la modernidad, indispensable hoy; la explicación del valor de la democracia y la necesidad de la misma para reinventar a la sociedad a través de una “sociología de la acción”, cimentada en el reconocimiento, por una parte, del carácter inalienable de los derechos humanos y todo lo que significa la libertad personal, vejada groseramente a lo largo del siglo XX; por otra, la propuesta de Touraine, de hacerse cargo de reconocer el conflicto asaz existente, perenne, entre los seres humanos.
En el fondo, lo que hizo fue dar respuesta a varios cómos muy bien identificados: cómo se recrea la sociedad, cómo se autogenera, cómo se reconstruye luego de sus fracturas –algunas muy profundas, telúricas–, y el papel siempre existente de relaciones que surgen entre la economía, la cultura, la política, de las modalidades que adoptan las pluralidades, más allá de la multiplicidad de culturas en los que se suele poner el acento. Sí, reconocer y desarrollar la finalidad de la sociedad.
De la obra de Alain Touraine, quiero recordar los apoyos que recibí para mi praxis política como hombre de izquierda, tomados sobre todo de un par de sus libros: Un nuevo paradigma, para comprender el mundo de hoy (2005); y Cómo salir del liberalismo (1999). Del primero recuperé sus aportes para conocer mejor el mundo en que he vivido, si tomo en cuenta que nací en 1945, y por tanto el impacto de la obra fue fuerte para entender problemas tan complejos como el nuevo laicismo, lo que es la guerra cuando deja de ser un continuum de la política, los derechos humanos y la desconfianza hacia las instituciones encargadas de hacerlos valer; la familia, el papel de la escuela, la sexualidad, el erotismo y las modernidades engañosas, por señalar sólo un abanico temático. Aquí resalta el ineludible reconocimiento de las minorías, en especial la diversidad sexual, antes y ahora reprimida por un tradicionalismo que a veces parece inamovible.
Del segundo libro tomé como antecedente la nutrida verborrea imperante con motivo del renacimiento liberal. Son esclarecedoras las aportaciones al tema de la pretendida primacía del mercado y la pretensión de mandar al Estado al cuarto de los trebejos. Sus investigaciones corrieron en simultaneidad a los acontecimientos de la época, como el intento de Tony Blair de mostrar una “tercera vía” en Gran Bretaña, o el movimiento de Solidaridad, en Polonia, encabezado por Lech Walesa, demostrándose en ambos casos su deriva hacia el orden neoliberal.
Me pareció sugestiva su reivindicación del Estado, a condición de redefinirlo, para convertirlo en un ente anticipador, mediador, animador de cambios que se producen en la sociedad y que en el pasado se abordaban a través de un reformismo chato, estrecho, o de simples propuestas de una nueva revolución. La ignorancia de estas alternativas ha llevado a verdaderas catástrofes sociales.
Veo aquí una revalorización de la política, tan desprestigiada en manos de los políticos y no pocos jefes de estado, de los que hay muchos ejemplos en el mundo entero. Estas propuestas surgieron a la hora en que el modelo de Estado benefactor hizo aguas. Dos cosas recuerdo, además: el debilitamiento, en términos del autor, de la capacidad de gestión de los partidos políticos y los sindicatos, hoy perdida por el divorcio que tienen con la sociedad, en particular con las clases populares. El autor reconoce que no debe haber temor a la intervención pública en la economía, tan denostada por los neoliberales. Los partidos políticos, y este no es un tema menor en la visión de Touraine, han de dejar de ser simples aparatos de poder, estructuras electorales controladas, como antesala para llegar a los cargos públicos.
Me convenció, más ahora, a la luz de la hegemonía creciente de Morena y su líder unipersonal, Andrés Manuel López Obrador, y que se ha de reestructurar la oposición entre izquierda y derecha, reformular los términos de ese debate, para lo cual agrego que en el fondo está todo lo que tiene que ver con el anticapitalismo, pero ese ya es otro tema.
Touraine puso sus ojos en América Latina desde muy temprano, a mediados del siglo pasado. Se le reconoció su estatura intelectual en México por la UNAM. No puede ser de otra manera si en su tiempo el autor no consideró inamovible ningún tabú, sobre todo esos que estorban mucho.
Como se dice en estos casos: estuvo en este mundo y dejó huella imborrable. Lo veo, y perdón por esto, como un gran pensador que forma parte de un momento de la gran batalla por la libertad, la igualdad y la fraternidad que hoy sólo puede encauzar un estado constitucional. Sí, del despliegue de la única revolución reconocible hasta hoy, la francesa, de 1789.
16 junio 2023
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