María Rivera
19/04/2023 - 12:02 am
Crítica
“La crítica no ha servido para poder dialogar y debatir entre todos qué país queremos”.
No sé si usted lo note, querido lector. A mí, me escandaliza, realmente. Ver a dos países actuando y hablando simultáneamente, como si el otro no existiera. Como si este país pudiera vivir en dos alucinaciones colectivas, en dos mundos aparte. Solíamos vivir en una, solamente. Digamos, en un orden donde uno de esos Méxicos se expresaba todo el tiempo, con su carga de mentiras e injusticias, sus grupos intelectuales, su pasmoso estado de corrupción y violencia y sus innegables privilegios. La narrativa de ese grupo era que México vivía en una democracia ejemplar, aunque no fuera cierto. No importaban los pobres, salvo como problema “a mejorar”. Es muy claro que a ellos no se les consideraba “ciudadanía”, ni sujetos de derecho, sino como meros subalternos. La ciudadanía era entendida como una forma de aristocracia: solo algunos merecían ser escuchados por el poder, ser sus interlocutores. Ciertamente, la narrativa de ese país tenía los medios y las instituciones, a ello se debe que hayan podido imponer su narrativa de manera hegemónica durante tanto tiempo, ya sea a través de órganos de difusión estatales, universidades públicas, e instituciones culturales. Los cacicazgos de grupos intelectuales ejercían su poder repartiéndose posiciones de poder dentro de las instituciones lo que les garantizaba que su narrativa política fuera impuesta, al tiempo que fungían como el brazo censor de gobiernos que se presentaban como “democráticos”. Centralistas, clasistas y hasta racistas, vivieron durante mucho tiempo del amiguismo repartiéndose canonjías, pero llamándose a sí mismos, “independientes del poder”. Los otros eran los apestados, los ignorantes, los que “no tenían ideas, sino ocurrencias”, la izquierda, en suma.
Luego, ya sabemos todos que ese status quo cambió y la izquierda accedió al poder. No voy a criticar ahora todo lo que he criticado a lo largo de estos años, sobre su gobierno. Mucha tinta le he dedicado a la crítica continua de lo que a mi parecer han sido políticas equivocadas y contrarias a la agenda de la izquierda. No sin amargura, he pensado que en muchos aspectos se perdió una gran oportunidad para modificar este país, volviéndolo más justo, democrático y plural. El sectarismo de la izquierda le impidió escuchar a un país que es mucho más complejo y plural de lo que su demagogia admite.
Digamos, la crítica no ha servido para poder dialogar y debatir entre todos qué país queremos. Ahora, luce imposible plantear siquiera la posibilidad de ese debate, porque lo que tenemos es un monstruo bifronte sumido en un espejo. Y es todo un espectáculo, querido lector.
Le decía, a mí me escandaliza un país donde el discurso de unos contra otros, no es que discrepan en torno a ideas o visiones del país, sino que literalmente los otros no existen, salvo como “matraqueros” o pueblo incapaz de pensar. Por ejemplo, que en ese país ficticio y a estas alturas del partido, justamente ahora, se puedan hacer encuentros “de reflexión crítica”, como el que se lleva a cabo en la UNAM, “La crítica en su laberinto”. Un encuentro pensado para llevarse a cabo durante los siguientes meses, como una manera, evidente, de articular alguna respuesta política opositora al actual gobierno, con miras a la elección presidencial. Es decir, como un espacio de acción política de un grupo y sus antiguos intelectuales orgánicos, exfuncionarios y voceros. Nada que ver con un espacio de reflexión pública plural y de debate de intelectuales mexicanos de diversas filiaciones, fiel a la realidad del país. En cambio, crearon un espacio para una facción que vive en una alucinación continua de un país unívoco, donde ellos, exclusivamente, forman la clase intelectual mexicana, y Roger Bartra es un intelectual “de izquierda”. O sea, un país que ya no existe, ni en la imaginación. No me extraña que lo piensen, pero sí que lo expresen, sin el menor asomo de rubor intelectual, en su primera sesión: no hay más intelectuales que ellos (“sólidos e inteligentes”) y por ende, los otros no deben sentarse a discutir con ellos en la Universidad. Es simpático, si uno lo piensa bien, que se enorgullezcan tanto de haber sido una “masa sólida” de legitimadores intelectuales, si uno recuerda que clase de régimen defendían, sumido en el latrocinio y sus políticas genocidas. La esclerotización es más que evidente y, también, que ese desprecio clasista que caracteriza su discurso luce más trasnochado que nunca, esas anteojeras que les impiden leer críticamente a la sociedad mexicana y el momento actual.
También y tristemente, es evidente que la Universidad ha decidido hacer política partidista, sumarse a la lucha por el poder en México, abiertamente, lo cual no solo es ilegítimo, sino contraproducente: la exhibe como un espacio tomado por un grupo, haciendo un uso faccioso de los espacios y los medios universitarios.
No me extraña, sin embargo. Las tribus intelectuales tradicionalmente han formado parte de la vieja cultura patrimonialista priista que no ve en el uso discrecional de lo público, una forma indebida de privatización. Por eso, usan los espacios públicos como propios, ya sean foros, ferias, revistas o editoriales de las que se sirven funcionarios, erigidos en dueños y señores, para beneficiar a sus intereses y cercanos.
Y no es que estos intelectuales no tengan legitimidad, hay que decirlo con total claridad. Aunque minoritaria, representan el pensamiento de una parte de la sociedad mexicana. Lo que es cuestionable es que una institución académica pública, la más importante del país, sea utilizada de manera facciosa. Aún así, querido lector, vale la pena escucharlos con total atención: es una oportunidad, inmejorable, para recordarnos el país, esperpéntico, de su imaginación elitista.
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